Jean-Luc Godard, conocido como Hans Lucas en las páginas de Cahiers
du Cinéma, debutó en el largometraje con Al final de la escapada (About de souffle, 1960), un fresco de referencias al cine negro norteamericano
que se desarrolla en las calles de París, protagonizado por una
preciosa Jean Seberg, recién descubierta por Otto Preminger, y un carismático
Jean-Paul Belmondo. En la que es su octava película, Belmondo borda
el papel que determinará su carrera poniendo cuerpo a Michel Poiccard, el
gangster de medio pelo que trata de salvar el cuello después de haber matado
a un policía. En realidad, como indica el título original (que podría traducirse
como "sin aliento") o la cita de Lenin integrada en el film ("somos todos
muertos de permiso"), Poiccard es más bien un hombre que se sabe
condenado, un tipo cansado que se da un último respiro por amor, el tipo de
antihéroe romántico que Belmondo retomaría en La sirena del Mississippi (La sirene du Mississippi, François Truffaut, 1969), donde se deja asesinar
suavemente por Catherine Deneuve. Con la muerte de Poiccard, nace el mito
Belmondo. Es imposible pensar en él y no recordarle paseando el pulgar
por sus gruesos labios. La popular, revolucionaria e influyente cinta de Godard
es menos una historia al uso que un afectuoso documental sobre sus
narcisistas protagonistas. Además de marcar el nacimiento del cine moderno, Al final de la escapada fue la inconsciente, anárquica y espontánea fabricación de
un icono que nunca ha pasado de moda.
EL REMAKE DE TURNO
Era inevitable que el fundacional
film de Godard acabara
vampirizado por Hollywood.
El remake, Vivir sin aliento (Breathless, Jim McBride, 1983),
llegó con Richard Gere en el papel
del fugitivo, aunque aquí la historia
se desarrolla a la inversa: el protagonista huye por tierras
americanas y se enamora de una
francesa (Valérie Kaprisky), cuyo
nombre no es otro que Mónica
Poiccard.
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