TÍTULO ORIGINAL: Dirty Harry
AÑO: 1971
DURACIÓN: 103 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Don Siegel
GUIÓN: Harry Julian Fink, R.M. Fink y Dean Reisner a partir de la novela de los dos primeros
PRODUCCIÓN: Don Siegel, Robert Daley y Carl Pingitore para Malpaso y Warner Bros
FOTOGRAFÍA: Bruce Surtees
MONTAJE: Carl Pingitore
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Dale Henessy
MÚSICA: Lalo Schifrin
INTÉRPRETES: Clint Eastwood (Harry Callahan), Reni Santoni (Chico), Harry Guardino (Bresier), Andy Robinson (asesino), John Mitchum (DeGeorgio), John Larch (jefe), John Vernon (alcalde), Mae Mercer (sra. Russell)
GÉNERO: thriller / acción // policiaco / crimen / asesinos en serie
ARGUMENTO
El film se abre con el primer plano de una placa de un monumento real: "En homenaje a los oficiales de policía de San Francisco que dieron sus vidas en el cumplimiento de su deber", con los nombres de todos los muertos desde 1878 a 1970. Inmediatamente, un francotirador abate de un tiro, desde una colina, a una chica que se está bañando en la piscina de un hotel. Es el mismo asesino que está sembrando el terror en la ciudad y pide cien mil dólares en una nota enviada a las autoridades: "Mataré una persona cada día hasta que me los paguen. Si no tengo noticias de ustedes, tendré la satisfacción de matar a un sacerdote católico o a un negro". El alcalde decide pagar pero, al mismo tiempo, la policía despliega todos sus recursos para evitar nuevos asesinatos.
El inspector Harry Callahan, a quien han asignado el caso, no está de acuerdo con el alcalde pero ha de acatar las órdenes de sus superiores y aceptar también un compañero que le ayude. El asesino anuncia ahora que ha enterrado viva a una niña de catorce años y la dejará morir si no le pagan doscientos mil dólares. Harry es el encargado de llevarle el dinero a un parque público. Consigue capturarle hiriéndole en una pierna. La niña ya está muerta, pero la justicia absuelve al criminal porque dictamina que el policía ha vulnerado sus derechos constitucionales por supuestamente haberle torturado. El asesino paga a un matón para que le dé una paliza y después acusa a Callahan de haberle maltratado, lo cual, aireado por la prensa, provoca el rechazo de la opinión pública en contra del policía y también de sus superiores, que no creen en su inocencia. Saltándose las órdenes, Callahan persigue al asesino, que ha secuestrado un autocar escolar. Harry libera a los niños y le mata y, después, tira asqueado su placa de policía a la bahía de San Francisco.
COMENTARIO
Este título representa el punto de partida de uno de los personajes más representativos de la evolución de la ideología de Clint Eastwood desde los años setenta hasta finales de los ochenta. Lo encarnaría en cuatro filmes más, todos ellos producidos por su compañía, Malpaso, y le serviría para configurar los rasgos más característicos de protagonistas de algunas de sus futuras películas como director. Su aportación al personaje resulta decisiva, aunque únicamente figure acreditado como actor. Eastwood había comprado a Harry Julian y Rita M. Fink los derechos de su novela Dead Right, basada en los crímenes del llamado Asesino del Zodíaco, qu, en el momento de su publicación, estaba aterrorizando con sus sádicos asesinatos en la bahía de San Francisco. Hoy día, el caso continúa sin resolverse y desde entonces ha inspirado diversos filmes, entre ellos El asesino del Zodiaco (David Fincher, 2007).
Eastwood le dio la dirección a su amigo y mentor Don Siegel, artífice de obras de acción como The Big Steal (1949), Riot in Block II (1954), Código del hampa (The Killers, 1964) y Brigada homicida (Madigan, 1968), después de haber creado la obra maestra del fantástico La invasión de los ladrones de cuerpos (1956). Eastwood reconoce que, junto con Sergio Leone, Siegel fue el hombre que más le ha enseñado a hacer cine. Director eficaz y austero, de gran eficacia narrativa, en sus películas nunca sobra ni falta nada. Todo está perfectamente calculado y llega hasta el espectador de forma directa a través de la sencillez más absoluta. Harry, el sucio resulta paradigmática para definirle.
Siegel realizó el film de forma parecida a la de ese subgénero de asesinos en serie que surgían como setas en los neo-noirs de la época, capitaneados por El estrangulador de Boston (1968) y El estrangulador de Rillington Place (1971), ambas de Richard Fleischer, o El héroe anda suelto (Targets, Peter Bogdanovich, 1968). Una de las novedaddes de esas películas era que el espectador conocía la identidad del asesino desde el primer momento y, en nuestro caso, este hecho facilita la atención a las escenas de acción repletas de extrema violencia, que, a diferencia de lo que suele suceder a menudo, no son gratuitas sino que están calculadas justamente para describir al protagonista y a su entorno. Son absolutamente funcionales y, aparte de su espectacularidad, sirven para desarrollar la tesis de la película: los criminales se burlan de la ley porque saben cómo moverse en los límites de sus derechos constitucionales. El arranque y el desenlace encierran una indiscutible meditación sobre el profundo desencanto de los autores sobre las fuerzas policiales a través de un film de género, todo ello aderezado con las habituales escenas de los thrillers realizadas con absoluta eficacia por Siegel. El personaje elevó definitivamente a Eastwood al estrellato.
Las críticas se dividieron radicalmente. Unas lo condenaban argumentando que ensalzaba el fascismo y el poder de la policía, mientras que otras lo saludaban entusiásticamente porque decían que reflejaba los problemas y frustraciones de los policías y denunciaba las insuficiencias de la justicia. Esta gran controversia repercutió favorablemente en la parte comercial. La aceptación del público fue apoteósica. La prestigiosa Pauline Kael la tildó de fascista, opinión compartida por otros críticos, abriéndose un apasionado debate sobre los límites e insuficiencia de la ley y la justicia en una democracia avanzada.
Siegel declaró que no estaba de acuerdo al cien por ciento con el personaje pero que había llegado un momento en que se debían llamar las cosas por su nombre, y que efectivamente Harry era racista y reaccionario, pero que no procesar al psicópata por insuficiencias o argucias legales era intolerable. Eastwood, que siempre se consideró un liberal, escribió que el film se trata de un hombre solo que lucha contra la burocracia y que "no es un hombre que defienda la violencia, sino un hombre que no puede entender la sociedad que tolera la violencia", señalando también que él tenía muy poco en común con el personaje pero que le servía para exponer sus ideas sobre la realidad que le rodeaba. Lo curioso es que la opinión de muchos críticos fue cambiando de forma radical con el paso del tiempo y resulta evidente que su lectura política no puede ser la misma que la de los que surgieron posteriormente capitaneados por El justiciero de la ciudad (Death Wish, Michael Winner, 1974), los llamados films de vigilantes. Quizá resulte un film ideológicamente ambiguo, abierto por ello a infinidad de lecturas, pero nunca puede tildársele de fascista.
→ El personaje de Harry nació en el momento oportuno y ello explica parte de su gran éxito en taquilla. Los datos oficiales son sobrecogedores: entre 1960 y 1970 los actos criminales aumentaron en Estados Unidos un 144%, produciéndose un delito violento cada 48 segundos, una violación cada 14 minutos y un homicidio cada 36 minutos. Miami ostentaba el récord pero a continuación se sitúa San Francisco -la ciudad de Harry Callahan-, donde se contabilizan más de 5.000 crímenes por cada 100.000 habitantes. Existía un clima de temor incrementado por la ineficacia y la corrupción de la justicia. Gran parte de los ciudadanos pensaba que la administración Nixon empeoraba la situación por no actuar con dureza con los criminales, muchos de los cuales (ls que tenían abogados influyentes y sin escrúpulos) conseguían eludir la justicia beneficiándose de la ambigüedad de las leyes y de su generosa aplicación por los tribunales.
El inspector Harry Callahan, a quien han asignado el caso, no está de acuerdo con el alcalde pero ha de acatar las órdenes de sus superiores y aceptar también un compañero que le ayude. El asesino anuncia ahora que ha enterrado viva a una niña de catorce años y la dejará morir si no le pagan doscientos mil dólares. Harry es el encargado de llevarle el dinero a un parque público. Consigue capturarle hiriéndole en una pierna. La niña ya está muerta, pero la justicia absuelve al criminal porque dictamina que el policía ha vulnerado sus derechos constitucionales por supuestamente haberle torturado. El asesino paga a un matón para que le dé una paliza y después acusa a Callahan de haberle maltratado, lo cual, aireado por la prensa, provoca el rechazo de la opinión pública en contra del policía y también de sus superiores, que no creen en su inocencia. Saltándose las órdenes, Callahan persigue al asesino, que ha secuestrado un autocar escolar. Harry libera a los niños y le mata y, después, tira asqueado su placa de policía a la bahía de San Francisco.
COMENTARIO
Este título representa el punto de partida de uno de los personajes más representativos de la evolución de la ideología de Clint Eastwood desde los años setenta hasta finales de los ochenta. Lo encarnaría en cuatro filmes más, todos ellos producidos por su compañía, Malpaso, y le serviría para configurar los rasgos más característicos de protagonistas de algunas de sus futuras películas como director. Su aportación al personaje resulta decisiva, aunque únicamente figure acreditado como actor. Eastwood había comprado a Harry Julian y Rita M. Fink los derechos de su novela Dead Right, basada en los crímenes del llamado Asesino del Zodíaco, qu, en el momento de su publicación, estaba aterrorizando con sus sádicos asesinatos en la bahía de San Francisco. Hoy día, el caso continúa sin resolverse y desde entonces ha inspirado diversos filmes, entre ellos El asesino del Zodiaco (David Fincher, 2007).
Eastwood le dio la dirección a su amigo y mentor Don Siegel, artífice de obras de acción como The Big Steal (1949), Riot in Block II (1954), Código del hampa (The Killers, 1964) y Brigada homicida (Madigan, 1968), después de haber creado la obra maestra del fantástico La invasión de los ladrones de cuerpos (1956). Eastwood reconoce que, junto con Sergio Leone, Siegel fue el hombre que más le ha enseñado a hacer cine. Director eficaz y austero, de gran eficacia narrativa, en sus películas nunca sobra ni falta nada. Todo está perfectamente calculado y llega hasta el espectador de forma directa a través de la sencillez más absoluta. Harry, el sucio resulta paradigmática para definirle.
Siegel realizó el film de forma parecida a la de ese subgénero de asesinos en serie que surgían como setas en los neo-noirs de la época, capitaneados por El estrangulador de Boston (1968) y El estrangulador de Rillington Place (1971), ambas de Richard Fleischer, o El héroe anda suelto (Targets, Peter Bogdanovich, 1968). Una de las novedaddes de esas películas era que el espectador conocía la identidad del asesino desde el primer momento y, en nuestro caso, este hecho facilita la atención a las escenas de acción repletas de extrema violencia, que, a diferencia de lo que suele suceder a menudo, no son gratuitas sino que están calculadas justamente para describir al protagonista y a su entorno. Son absolutamente funcionales y, aparte de su espectacularidad, sirven para desarrollar la tesis de la película: los criminales se burlan de la ley porque saben cómo moverse en los límites de sus derechos constitucionales. El arranque y el desenlace encierran una indiscutible meditación sobre el profundo desencanto de los autores sobre las fuerzas policiales a través de un film de género, todo ello aderezado con las habituales escenas de los thrillers realizadas con absoluta eficacia por Siegel. El personaje elevó definitivamente a Eastwood al estrellato.
Las críticas se dividieron radicalmente. Unas lo condenaban argumentando que ensalzaba el fascismo y el poder de la policía, mientras que otras lo saludaban entusiásticamente porque decían que reflejaba los problemas y frustraciones de los policías y denunciaba las insuficiencias de la justicia. Esta gran controversia repercutió favorablemente en la parte comercial. La aceptación del público fue apoteósica. La prestigiosa Pauline Kael la tildó de fascista, opinión compartida por otros críticos, abriéndose un apasionado debate sobre los límites e insuficiencia de la ley y la justicia en una democracia avanzada.
Siegel declaró que no estaba de acuerdo al cien por ciento con el personaje pero que había llegado un momento en que se debían llamar las cosas por su nombre, y que efectivamente Harry era racista y reaccionario, pero que no procesar al psicópata por insuficiencias o argucias legales era intolerable. Eastwood, que siempre se consideró un liberal, escribió que el film se trata de un hombre solo que lucha contra la burocracia y que "no es un hombre que defienda la violencia, sino un hombre que no puede entender la sociedad que tolera la violencia", señalando también que él tenía muy poco en común con el personaje pero que le servía para exponer sus ideas sobre la realidad que le rodeaba. Lo curioso es que la opinión de muchos críticos fue cambiando de forma radical con el paso del tiempo y resulta evidente que su lectura política no puede ser la misma que la de los que surgieron posteriormente capitaneados por El justiciero de la ciudad (Death Wish, Michael Winner, 1974), los llamados films de vigilantes. Quizá resulte un film ideológicamente ambiguo, abierto por ello a infinidad de lecturas, pero nunca puede tildársele de fascista.
→ El personaje de Harry nació en el momento oportuno y ello explica parte de su gran éxito en taquilla. Los datos oficiales son sobrecogedores: entre 1960 y 1970 los actos criminales aumentaron en Estados Unidos un 144%, produciéndose un delito violento cada 48 segundos, una violación cada 14 minutos y un homicidio cada 36 minutos. Miami ostentaba el récord pero a continuación se sitúa San Francisco -la ciudad de Harry Callahan-, donde se contabilizan más de 5.000 crímenes por cada 100.000 habitantes. Existía un clima de temor incrementado por la ineficacia y la corrupción de la justicia. Gran parte de los ciudadanos pensaba que la administración Nixon empeoraba la situación por no actuar con dureza con los criminales, muchos de los cuales (ls que tenían abogados influyentes y sin escrúpulos) conseguían eludir la justicia beneficiándose de la ambigüedad de las leyes y de su generosa aplicación por los tribunales.
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