AÑO: 1972
DURACIÓN: 93 minutos
PAÍS: Alemania del Oeste (RFA)
DIRECTOR: Werner Herzog
GUIÓN: Werner Herzog, basado en el diario de Gaspar de Carvajal
PRODUCCIÓN: Werner Herzog Filmproduktion
FOTOGRAFÍA: Thomas Mauch
MONTAJE: Beate Mainka-Jellinghaus
EFECTOS ESPECIALES: Juvenal Herrera y Miguel Vázquez
MÚSICA: Popol Vuh
INTÉRPRETES: Klaus Kinski (Lope de Aguirre), Helena Rojo (Inés de Atienza), Ruy Guerra (don Pedro de Ursúa), Del Negro (Gaspar de Carvajal), Peter Berling (don Fernando de Guzmán), Cecilia Rivera (Flores de Aguirre), Dany Ades (Perucho), Armando Polanah (Armando), Edward Roland (Okello)
GÉNERO: aventura / drama // histórico / siglo xvi / conquista de américa / existencialismo / naturaleza / humor negro
ARGUMENTO
"A finales de 1560 una gran expedición española comandada por el conquistador Gonzalo Pizarro partió de la antiplanicie peruana en busca de un lugar mítico, El Dorado, territorio repleto de yacimientos de oro que según los indios se situaba en las ignotas fuentes del Amazonas. El único testimonio que se conserva de aquella expedición, desaparecida sin dejar huella, es el diario de fray Gaspar de Carvajal". Con este texto comienza la famosa película de Werner Herzog, que narra el proceso de enajenación mental que llevó a Lope de Aguirre (1510-1561), apodado el Loco, a rebelarse contra Pizarro y el gobernador del Perú, hasta convertirse en un traidor al imperio español de Felipe II, un rebelde que perseguía un sueño imposible. Tras derrotar a los incas, Aguirre y sus lugartenientes, don Fernando de Guzmán (encarnado por el célebre escritor alemán Peter Berling), don Pedro de Ursúa, el citado fraile y el resto de la expedición quedan atrapados en un terreno selvático e inexplorado. Lo que debió ser una excursión de saqueo de una semana, en un descenso en balsa por el Amazonas, se convierte en un viaje infernal sin fin. Múltiples desastres, disputas, enfermedades van minando la moral de los conquistadores españoles, unidos al cerco de los indígenas, que van eliminándolos con sigilo animal. El hambre, las enfermedades y, sobre todo, la locura obsesiva de Aguirre haran fracasar la expedición, que terminará con la muerte de todos ellos.
COMENTARIO
Partiendo de este supuesto texto (en realidad, una pura invención de Werner Herzog) y del conocido libro La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964), del escritor Ramón J. Sender, Herzog escribe un guión en dos días y medio ("de pura locura", admite el director), lo produce también y dirige, poco después, una de sus películas más importantes y una de las obras maestras de lo que se llamó Nuevo Cine Alemán. Nacido en Munich en 1942, Werner Herzog Stipetic debutó muy joven en el largometraje con Signos de vida (1967), a la que siguieron También los enanos empezaron pequeños (1968) y Fata Morgana (1971). Es un director proteico, con una obra amplísima que, además de una veintena de largometrajes en cuarenta y pocos años, incluye la dirección de más de treinta documentales y trabajos para televisión, unos trece cortos, así como obras de teatro y óperas (un total de dieciocho montajes operísticos, en Alemania e Italia, fundamentalmente, con dos incursiones en Japón y España).
Sin embargo, pese a tal despliegue creativo y a una energía vital excepcional, sus mayores logros fueron en la década de 1970 y, de entre ellos, su obra más conocida y reconocida internacionalmente fue y sigue siendo, cuarenta años después, Aguirre, la cólera de Dios, su cuarta película, a la que siguió la notable El enigma de Kaspar Hauser (1974).
Interesado por la Historia (fue estudiante universitario de Literatura y de Historia) y por sus personajes más intrigantes y colaterales, Herzog desarrolla a partir de la figura de Aguirre una historia exótica sobre la megalomanía, mediante la disección en imágenes de una monumental utopía, tema central de casi toda su obra fílmica. Cuenta cómo Pizarro divide su expedición en dos y nombra a don Pedro de Ursúa comandante de la misión río abajo, acompañado de su esposa, doña Inés de Atienza, don Lope de Aguirre y su hija Flor y don Fernando de Guzmán. Parten el 4 de enero de 1561 guiados por Aguirre. Rompen los lazos con la España de Felipe II y nombran a Guzmán emperador de El Dorado. Tras su muerte por infección, ahorcan a Ursúa.
Ha pasado un mes y nada se sabe del oro. "Mis hombres solo buscan oro, cuando es más importante el honor y la fama", le dice Aguirre al fraile. Alucinado (en una interpretación única de Kinski), Aguirre los conduce a un suicidio colectivo, mientras sus hombres caen como moscas bajo las flechas envenenadas de un enemigo invisible y de las enfermedades y el hambre. Escuchamos en voice over los pensamientos de Aguirre: "Yo soy la cólera de Dios". Tras encontrar el cadáver de Flor planea casarse con su hija y continuar una estirpe de emperadores en Nueva España. Estas imágenes existencialistas son las más impactante, junto con las del inicio: filas de conquistadores e incas descendiendo por un desfiladero de la cordillera andina, rodeados de nubes.
Los planos de los rápidos del río, la construcción de la balsa, la pesca, están rodados exclusivamente en exteriores con una fotografía realista y con cámara al hombro, lo que confiere al film un aspecto extrañamente documental y atemporal. Las espectaculares imágenes de la húmeda selva amazónica se ven perfectamente arropadas por la música electrónica, trascendente y repetitiva, dotándolas de un aliento poético inconmensurable. Hay que hacer hincapié en la banda sonora, porque, aunque pudiera parecer contradictorio emplear música postmoderna para una narración de época (el siglo XVI en este caso), las imágenes enajenadas de Kinski y los demás actores perdidos en la inmensidad amazónica encajan con maestría con esta música hipnótica creada con una mezcla de guitarra eléctrica y melotrón (instrumento musical polifónico, electromecánico, inventado a comienzos de los años sesenta por Harry Chamberlin), por obra y gracia de Popol Vuh (nombre tomado del célebre libro maya homónimo), grupo de rock progresivo alemán que volvería a trabajar con Herzog en otras seis películas más, entre ellas las geniales Nosferatu (1979) y Fitzcarraldo (1982).
Aguirre representa perfectamente las esencias de casi todos los protagonistas herzoguianos (héroes o antihéroes, según se mire): a saber, la utopía de querer cumplir sueños imposibles, individuales o colectivos, y el conflicto entre el ser humano y la Naturaleza circundante (pensemos en Fitzcarraldo o Cobra verde). Hay en el film, por lo menos, tres conexiones cinéfilas que merecen ser citadas. En primer lugar, se ha escrito que la secuencia final con el travelling circular sobre la balsa, repleta de cadáveres, macacos y con un enajenado Aguirre, es un homenaje a Os cafajestes (1962), debut del mozambiqueño Ruy Guerra, afincado en Brasil, que interviene como actor en Aguirre, la cólera de Dios en el importante papel de don Pedro de Ursúa. En segundo lugar, se detecta un influjo evidente en Apocalypse Now (1979), tanto en la historia del viaje río abajo como en las difíciles condiciones del rodaje en la selva y, en suma, en los problemas psicológicos de ambos cineastas, Herzog y Coppola. Coppola reconoció esta influencia al afirmar: "Aguirre, con su increíble imaginería fue una influencia muy fuerte [en Apocalypse Now]. No sería honesto si no lo mencionase". Y, en tercer lugar, Herzog realizó casi tres décadas más tarde, con el numeroso material sobrante, un interesante documental que narra, entre otras cosas, aquel rodaje amazónico y la intensa lucha de egos entre él y Klaus Kinski, hasta el punto de querer ambos asesinarse: Mi enemigo íntimo (Mein liebster Feind, 1999).
Por si fuera poco, la impronta de esta maravilla de séptimo arte crece al detectar que también ha sido fuente de inspiración de Roland Joffé y su excelente acercamiento a las misiones amazónicas en La misión (The Mission, 1986) y a la penúltima obra maestra de Terrence Malick, El nuevo mundo (The New World, 2005), en la que las concomitancias son aún más claras que en Guerra, Coppola o Joffé, entre otros.
→ El escritor argentino Abel Posse, partiendo muy posiblemente del final de Aguirre, la cólera de Dios, inventa una fábula fantástica sobre Lope de Aguirre y su ejército perdido en la selva amazónica en su muy recomendable novela Daimón (1978), que J. J. Armas compara con Cien años de soledad.
COMENTARIO
Partiendo de este supuesto texto (en realidad, una pura invención de Werner Herzog) y del conocido libro La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964), del escritor Ramón J. Sender, Herzog escribe un guión en dos días y medio ("de pura locura", admite el director), lo produce también y dirige, poco después, una de sus películas más importantes y una de las obras maestras de lo que se llamó Nuevo Cine Alemán. Nacido en Munich en 1942, Werner Herzog Stipetic debutó muy joven en el largometraje con Signos de vida (1967), a la que siguieron También los enanos empezaron pequeños (1968) y Fata Morgana (1971). Es un director proteico, con una obra amplísima que, además de una veintena de largometrajes en cuarenta y pocos años, incluye la dirección de más de treinta documentales y trabajos para televisión, unos trece cortos, así como obras de teatro y óperas (un total de dieciocho montajes operísticos, en Alemania e Italia, fundamentalmente, con dos incursiones en Japón y España).
Sin embargo, pese a tal despliegue creativo y a una energía vital excepcional, sus mayores logros fueron en la década de 1970 y, de entre ellos, su obra más conocida y reconocida internacionalmente fue y sigue siendo, cuarenta años después, Aguirre, la cólera de Dios, su cuarta película, a la que siguió la notable El enigma de Kaspar Hauser (1974).
Interesado por la Historia (fue estudiante universitario de Literatura y de Historia) y por sus personajes más intrigantes y colaterales, Herzog desarrolla a partir de la figura de Aguirre una historia exótica sobre la megalomanía, mediante la disección en imágenes de una monumental utopía, tema central de casi toda su obra fílmica. Cuenta cómo Pizarro divide su expedición en dos y nombra a don Pedro de Ursúa comandante de la misión río abajo, acompañado de su esposa, doña Inés de Atienza, don Lope de Aguirre y su hija Flor y don Fernando de Guzmán. Parten el 4 de enero de 1561 guiados por Aguirre. Rompen los lazos con la España de Felipe II y nombran a Guzmán emperador de El Dorado. Tras su muerte por infección, ahorcan a Ursúa.
Ha pasado un mes y nada se sabe del oro. "Mis hombres solo buscan oro, cuando es más importante el honor y la fama", le dice Aguirre al fraile. Alucinado (en una interpretación única de Kinski), Aguirre los conduce a un suicidio colectivo, mientras sus hombres caen como moscas bajo las flechas envenenadas de un enemigo invisible y de las enfermedades y el hambre. Escuchamos en voice over los pensamientos de Aguirre: "Yo soy la cólera de Dios". Tras encontrar el cadáver de Flor planea casarse con su hija y continuar una estirpe de emperadores en Nueva España. Estas imágenes existencialistas son las más impactante, junto con las del inicio: filas de conquistadores e incas descendiendo por un desfiladero de la cordillera andina, rodeados de nubes.
Los planos de los rápidos del río, la construcción de la balsa, la pesca, están rodados exclusivamente en exteriores con una fotografía realista y con cámara al hombro, lo que confiere al film un aspecto extrañamente documental y atemporal. Las espectaculares imágenes de la húmeda selva amazónica se ven perfectamente arropadas por la música electrónica, trascendente y repetitiva, dotándolas de un aliento poético inconmensurable. Hay que hacer hincapié en la banda sonora, porque, aunque pudiera parecer contradictorio emplear música postmoderna para una narración de época (el siglo XVI en este caso), las imágenes enajenadas de Kinski y los demás actores perdidos en la inmensidad amazónica encajan con maestría con esta música hipnótica creada con una mezcla de guitarra eléctrica y melotrón (instrumento musical polifónico, electromecánico, inventado a comienzos de los años sesenta por Harry Chamberlin), por obra y gracia de Popol Vuh (nombre tomado del célebre libro maya homónimo), grupo de rock progresivo alemán que volvería a trabajar con Herzog en otras seis películas más, entre ellas las geniales Nosferatu (1979) y Fitzcarraldo (1982).
Aguirre representa perfectamente las esencias de casi todos los protagonistas herzoguianos (héroes o antihéroes, según se mire): a saber, la utopía de querer cumplir sueños imposibles, individuales o colectivos, y el conflicto entre el ser humano y la Naturaleza circundante (pensemos en Fitzcarraldo o Cobra verde). Hay en el film, por lo menos, tres conexiones cinéfilas que merecen ser citadas. En primer lugar, se ha escrito que la secuencia final con el travelling circular sobre la balsa, repleta de cadáveres, macacos y con un enajenado Aguirre, es un homenaje a Os cafajestes (1962), debut del mozambiqueño Ruy Guerra, afincado en Brasil, que interviene como actor en Aguirre, la cólera de Dios en el importante papel de don Pedro de Ursúa. En segundo lugar, se detecta un influjo evidente en Apocalypse Now (1979), tanto en la historia del viaje río abajo como en las difíciles condiciones del rodaje en la selva y, en suma, en los problemas psicológicos de ambos cineastas, Herzog y Coppola. Coppola reconoció esta influencia al afirmar: "Aguirre, con su increíble imaginería fue una influencia muy fuerte [en Apocalypse Now]. No sería honesto si no lo mencionase". Y, en tercer lugar, Herzog realizó casi tres décadas más tarde, con el numeroso material sobrante, un interesante documental que narra, entre otras cosas, aquel rodaje amazónico y la intensa lucha de egos entre él y Klaus Kinski, hasta el punto de querer ambos asesinarse: Mi enemigo íntimo (Mein liebster Feind, 1999).
Por si fuera poco, la impronta de esta maravilla de séptimo arte crece al detectar que también ha sido fuente de inspiración de Roland Joffé y su excelente acercamiento a las misiones amazónicas en La misión (The Mission, 1986) y a la penúltima obra maestra de Terrence Malick, El nuevo mundo (The New World, 2005), en la que las concomitancias son aún más claras que en Guerra, Coppola o Joffé, entre otros.
→ El escritor argentino Abel Posse, partiendo muy posiblemente del final de Aguirre, la cólera de Dios, inventa una fábula fantástica sobre Lope de Aguirre y su ejército perdido en la selva amazónica en su muy recomendable novela Daimón (1978), que J. J. Armas compara con Cien años de soledad.
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