Hablando del cine de la Universal se utilizó el término clasicismo, refiriéndonos a él como un conjunto más o menos generalizado de reglas, convencionalismos, personajes o constantes estéticas y temáticas; en definitiva, elementos que aunque se desarrollarían en el futuro, se convirtieron previamente en modelos a seguir, conformando un poso de tradición genérica, de referencia consciente o inconsciente, pero siempre obligada, para el futuro cine de terror, siendo por otro lado una influencia, aunque sólo tangencial, para el cine en general. Ello incluso en el caso de que esa referencia sólo se considerara como punto de partida para una ruptura consciente, precisamente de esas constantes generalmente aceptadas y asumidas como clásicas, tradicionales y, por tanto, susceptibles de ser renovadas o reinventadas. No obstante, esos valores entendidos como clásicos han podido llegar a ese estatus gracias a ser considerados como elementos que han demostrado un funcionamiento armonioso, solvente, como un mecanismo válido y representativo, al menos inicialmente, en el momento histórico de su mayor auge y reconocimiento.
Frente a esa mitología propia que Universal configuró con su serie de películas dedicadas a esos personajes que ya todos conocemos, cuyo legado ha venido extendiéndose hasta nuestros días y que con seguridad seguirá haciéndolo en el futuro, existieron otras películas, igual o incluso más representativas de esa edad de oro del cine de terror en que se convirtió la década de los treinta, que dada su existencia como entes aislados, no integrados en una premeditada línea de producción, han alcanzado un conocimiento menos extenso entre el público en general debido a esa falta de cohesión de grupo, utilizando terminología sociológica, que sí mantuvo el cine de terror de la Universal de aquellos años. Cohesión que sin duda ayudó a su excepcional relevancia pasado el tiempo, cosa que volvería a repetirse décadas después con el cine de la productora británica Hammer.
Así, fuera de la parentela de los monstruos clásicos, siempre nacidos de la fantasía y muy enraizados en las leyendas o la literatura fantastica que bebió de las mismas, sin embargo existe otro tipo de mosntruos, precursores de muchos de los caminos que seguiría el cine de terror en el futuro. Entre estos nuevos terrores desfilan villanos megalómanos, asesinos en serie, monstruosidades morales que ponen en entredicho la supuesta monstruosidad física, análisis éticos o divagaciones psicológicas escondidas tras la coartada de una historia de monstruos, e incluso nuevos engengros que engrosarían la plantilla de clásicos, ahora vistos desde una perspectiva más abierta, menos encorsetada por la tradición, pese a tener sus fundamentos en ella que entroncan directamente con el cine moderno, como son los zombis.
Esos nuevos caminos, que serán explorados mil y una veces posteriormente, con mayor o menor éxito o trascendencia, conformarán un cine de terror que, al eludir esa mitología clásica materializada en los monstruos clásicos, podría parecer más adulto desde un punto de vista miope y poco sensible ante la manifestación de la verdadera esencia y el más exclusivo valor de la fantasía: la de utilizar la excusa de lo aparente, de lo imaginario, para simbolizar o simplemente representar la realidad que se oculta detrás de ello.
Con estas premisas y el antagonismo existente entre los conceptos de clacisismo y modernidad, planteamiento cuya simpleza se reconoce ya de entrada, existe una importante variedad de películas contemporáneas de las englobadas en el mentado clasicismo, siempre centrándonos en su particular parcela de la década de los treinta, que no pueden dejar de analizarse en este apartado, tanto por su calidad y peso en el cine de terror visto desde una perspectiva actual, como desde el punto de vista de constituir una ruptura temática o estilística dentro de esas cosntantes imperantes, desde la que crear nuevos enfoques o caminos a seguir. Clasicismo que, dejémoslo claro, sólo existe mirado con los ojos del espectador moderno, desde su relatividad, siendo un concepto que aquellos años no eran conscientes de poseer.
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