Es rara la década que no tenga una película erótica que la defina,
que no tenga una secuencia sexual para el recuerdo. En los setenta
fue El último tango en París (Bernardo
Bertolucci, 1972) con su polémica escena de la mantequilla. Los noventa se
ruborizaron con Instinto básico (Paul Verhoeven, 1992) y
el célebre cruce de piernas de Sharon Stone. Y la película para adultos más
vista de los ochenta fue Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986), una película tan popular, controvertida y censurada como
las otras dos. Comparte con el clásico italiano la virilidad impostada del
protagonista masculino, la aventura entre desconocidos como base argumental
y su visión del sexo como un campo abierto al experimento. La relación
con la obra maestra de Verhoeven está en el diseño del personaje femenino
principal. Evidentemente, ni las intenciones ni la suerte de la
protagonista del film de Lynese corresponden con las de la enigmática escritora
de Instinto básico. Pero, como ella, es una mujer independiente,
inteligente, abierta de miras y, sobre todo, sexualmente liberada.
Encarnada por Kim Basinger, entonces poco conocida aunque ya había sido
chica Bond en Nunca digas nunca jamás (Irvin
Kershner, 1983) y había actuado a las órdenes de Barry Levinson en El mejor (1984), o de Robert Altman en Locos de amor (1985), la Elizabeth de Nueve semanas y media es una treintañera
preparada para la vida moderna. De algún modo, en ella está la génesis del
cine comercial con pretensiones feministas de los últimos años. O de propuestas
televisivas como Sexo en Nueva York (1998-
2004). Divorciada, cosmopolita y dotada de una aguda sensibilidad artística, la
guapa galerista controla su vida. Tiene un apartamento propio, un buen trabajo
y un aspecto envidiable (eso sí, su look coyuntural ha envejecido tan mal
como el del film). Y, en un principio, disfruta del juego sexual que le propone
John (MickeyRourke), el atractivo broker al que conoce de forma casual.
Fueron los encuentros de alto voltaje erótico de la pareja los que hicieron
de Nueve semanas, película que conoce versiones censuradas,
un auténtico fenómeno comercial y convirtieron a Basinger, de quien
se cuenta que usó doble de cuerpo en las escenas subidas de tono, y a su
compañero Rourke en símbolos sexuales. La mítica secuencia en la que
Elizabeth y John retozan en un callejón bajo la lluvia disparó la temperatura
de las salas de cine. Lo mismo ocurrió con esa escena en la que la protagonista,
vestida con un picardías de seda blanco, le hace un streeptease a su
chico mientras suena You Can Leave Your Hat On de Joe Cocker. Pero los
momentos que crearon polémica fueron los que revelaban la naturaleza
masoquista de los lazos de la pareja. Basinger, que fue nominada a los
Razzie (los anti-Oscar) por su trabajo, encarnó con entrega a una mujer
que empezaba una relación basada en el juego erótico y acababa sintiéndose
víctima del hombre al que amaba. Lyne no cargó las tintas a la hora
de materializar las perversiones sexuales de John, pero, como era de prever,
las mentes bienpensantes creyeron encontrar un punto de exhibicionismo
en sus insinuaciones, sobredimensionaron el asunto y pusieron el
grito en el cielo. Mala jugada la suya: con sus afiladas críticas despertaron
la curiosidad del común mortal y contribuyeron a la rotunda popularidad
de la película.
UNA Y NO MÁS
Consciente de que haber
encarnado el personaje de
Elizabeth podía encasillarla,
Basinger dosificó el erotismo en
sus posteriores filmes. Rourke,
en cambio, rodó cuatro años
después el desastroso thriller
sexual Orquídea salvaje (Zalman King,1990),
dirigido por uno de los productores
de Nueve semanas.
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