Nacida en Cambridge y criada en Melbourne, Olivia Newton-John ya
tenía cierto currículo y unos cuantos admiradores antes de participar
en Grease (Randal Kleiser, 1978). De adolescente, había arrancado en Australia
con un grupo vocal de chicas, había representado a Gran Bretaña en el
Festival de Eurovisión de 1974 -edición en la que quedó en cuarto lugar, perdiendo
ante los suecos ABBA- y las canciones de su primer disco estadounidense
habían entrado con fuerza en las listas de éxitos. Era algo así como
la nueva promesa del pop-country cuando decidió embarcarse en uno de
los musicales más populares de la historia, en la película que acabó de lanzarla
como cantante y la convirtió en sex symbol. Irónicamente, también fue
el título que frenó su carrera en el cine. Podría haberse convertido en una estrella
tras el éxito de Grease, pero sus únicas películas posteriores más o
menos populares fueron el musical basura Xanadú (Robert Greenwald,
1980) y Tal para cual (John Herzfeld,1983), especie de comedia
celestial donde repetía con John Travolta, su compañero en la cinta de
Kleiser. Esta última fue producto de una estudiada estrategia comercial, pero
no tuvo el éxito esperado.
La cándida Newton-John solo brilló una vez en pantalla grande. Eso sí, lo
hizo con uno de los personajes femeninos más carismáticos del cine moderno,
un emblema de la cultura popular. Sandy Olsson, adolescente australiana
de buena familia, vive una cándida historia de amor durante unas vacaciones.
Ingenua y virginal, cree que jamás volverá a ver al encantador desconocido
con quien pasó el verano. Cree mal. Debido a una decisión familiar de última
hora, se queda a vivir en Estados Unidos y descubre que el chico de sus sueños
va a su mismo instituto. Eso sí, el Danny Zuko que encuentra no solo no
tiene nada que ver con el chaval con quien correteó por la playa, sino que
además hace ver que no la conoce. Kleiser sintetizó en los contrastes de la
pareja el espíritu de los cincuenta, el choque entre el conservadurismo y el
deseo de libertad, entre el sonido y la estética añejos y la furia del rock and
roll. Encarnado por John Travolta, que afrontó, como en Fiebre del sábado
noche (Saturday Night Fever, John Badham, 1977),un personaje chulesco,
Zuko era todo cuero, patillas y brillantina y le dedicaba una canción a su coche.
Sandy, en cambio, lucía faldas tobilleras de vichí, llevaba coleta y un flequillo
superpop, y encadenaba baladas-lamento.
Nuestra rubia angelical personificaba el mainstream y, de algún modo,
sus esfuerzos por recuperar a su chico eran una metáfora de la apertura de
la sociedad estadounidense a los nuevos tiempos. Como la Eliza Doolittle
de Pigmalión (Anthony Asquith y Leslie Howard, 1938), la protagonista
de Grease tomaba clases para ser otra. Aceptaba los consejos de
las Pink Ladies, sus nuevas amigas, chicas con tacones y pintalabios y sin
miedo al sexo. Tan esquemáticas como el resto de personajes, esas mujeres
"modernas", a años luz de la clasicota protagonista, transformaban a Sandy
en la persona que debía ser para seducir a su amado y empezar a ser feliz.
La secuencia en que Sandy vuelve a conquistar a Zuko, aquella en la que se
enfunda unas mallas negras, se calza unos taconazos rojos y canta y baila
con él la mítica You're the One That I Want convirtieron a Newton-John en
la actriz de moda, en la chica que ellas admiraron y ellos desearon. También
relanzó y reorientó su carrera como cantante: sus discos arrasaban y su estética y su
sonido perdían en candidez y ganaban en picardía.
MICHELLE FUE EL RELEVO
Cuatro años después del estreno
de la famosa cinta de Kleiser, vio
la luz el musical Grease 2
(Patricia Birch, 1982). En ella,
la "moderna" era la chica.
Encarnada por Michelle Pfeiffer,
la protagonista se sentía atraída
por un inglés (Maxwell Caulfield)
de look anodino y maneras
refinadas.
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