Si uno hacela vista gorda, y se cree que un alto ejecutivo, canoso
y bien parecido (Richard Gere), puede convertirse en el chulo
enamorado de una prostituta de Hollywood Boulevard, adelante: Pretty
Woman (Garry Marshall, 1990) será su película. Es la grandeza del cine
de siempre: la fórmula funciona si funciona la química entre los protagonistas.
No obstante, aquí todo el mérito es de Julia Roberts, que, siendo
una actriz casi desconocida -su sonrisa kilométrica había brillado en Mystic Pizza (Donald Petrie, 1988) y Magnolias de acero (Steel Magnolias,
Herbert Ross, 1989)-, consiguió que la simpatía de Vivian Ward conquistara
los corazones de los espectadores, que dejaron 450 millones de
dólares en taquilla para disfrutar de su compañía.
Antes de ser una comedia romántica, hábil mezcla de La Cenicienta y Pygmalión, Pretty Woman fue un drama de aúpa titulado 3.000$ y protagonizado
por una prostituta drogadicta. Cuando la Disney se ocupó del
proyecto, Garry Marshall se bebió las lágrimas de la trama y la transformó
en un cuento de hadas. Meg Ryan parecía encabezar la lista de las candidatas
a interpretarlo, pero Roberts, con la ayuda de su amiga Sally Field, luchó
por hacerse con el personaje. Ahora, recordándola comiendo caracoles o
probándose vestidos en las tiendas de Rodeo Drive al son del famoso tema
de Roy Orbison,es imposible pensar en otra Vivian Ward que no fuera ella,
convertida por su príncipe azul en toda una dama de la alta sociedad.
DONDE DIJO DIEGO...
Julia Roberts no tardó en confesar
que las jónicas piernas del cartel
de Pretty Woman pertenecían a
una doble de cuerpo, que también
la sustituyó en aquellas secuencias
donde solo aparecía de cintura
para abajo. En la edición en DVD
del decimoquinto aniversario de la
película, Garry Marshall desmintió
la revelación de Roberts.
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