AÑO: 1933
DURACIÓN: 99 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Merian C. Cooper
y Ernest B. Schoedsack
GUIÓN: James Ashmore Creelman y Ruth Rose, basado en una historia de Merian C. Cooper
y Edgar Wallace
PRODUCCIÓN: RKO
FOTOGRAFÍA: Eddie Linde, Vernon L. Walker y J.O. Taylor (blanco y negro)
MONTAJE: Ted Cheesman
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Carroll Clark, Alfred Herman, Mario Larrinaga y Byron L. Crabbe
MÚSICA: Max Steiner
EFECTOS ESPECIALES: Willis O'Brien
INTÉRPRETES: Fay Wray (Ann Darrow),Robert Armstrong (Carl Denham), Frank Reicher (Englehorn), Bruce Cabot (Driscoll), Sam Hardy (Weston), Noble Johnson (Jefe indígena)
GÉNERO: aventuras / fantástico // simios / dinosaurios / cine dentro del cine / stop motion
Existe un reducido número de películas en la historia del cine que, más allá de sus desbordantes valores cualitativos, representan una categoría de indiscutible punto y aparte en la evolución de los géneros, y si apuramos más sin miedo a excedernos, en la evolución del cine en general. Evolución entendida desde el punto de vista tanto de la técnica (ya sea ésta como forma de lenguaje, ya sea como conjunto de procesos tecnológicos) como del enriquecimiento del espectador, y por ende, progreso en su capacidad de asimilación, disfrute y entendimiento del hecho cinematográfico, de manera que crezcan de forma conjunta y paralela tanto el objeto (el cine) como el sujeto (el espectador). Se trata de obras por las cuales no pasan los años, y si lo hacen, es precisamente para dignificarlas aún más e instalarlas en un peldaño todavía más alto tras la comparación con la predominante mediocridad generalizada que las sucede. Obras que permanecen tan frescas como el primer día, tan llenas de significado, de sugerencias, de belleza, resistiendo gracias a su encanto cualquier tipo de análisis basado en sus valores puramente formales.
Estamos ante una de las obras cumbre del cine fantástico, que más de 70 años después, que se dice pronto, mantiene su mismo valor artístico y emotivo, siempre renovador. Peliagudo es decir algo nuevo de esta obra de referencia, que ha sido sometida a las más sesudas divagaciones: desde análisis que basan su contenido en forzados simbolismos económico-sociales, fruto del sufrimiento masificado que ocasionó la depresión económica tras el crack de Wall Street en 1929, hasta interpretaciones de índole psicoanalítica, asemejando el muro que separa el poblado nativo y los dominios de Kong con la frontera entre la realidad y la fantasía, pasando por la percepción mucho más humilde de la eterna relación entre la bella y la bestia. Pero existe otra visión de King Kong mucho más simplista, sencilla, la de un niño que aún no ha tenido tiempo de ver su mente coaccionada por los imperativos vitales que le circundan, cuya visión de las cosas no busca un porqué, quien no entiende de relaciones entre conceptos complejos, siendo su único e inocente interés, no buscado, sino encontrado, el dejarse sorprender y maravillar por algo que posee una enorme belleza intrínseca, ya sea ésta fruto de la casualidad, de una esforzada premeditación o de una mezcla de ambas cosas a la vez. Sería ésta una visión pura, que percibe la esencia tal y como es, esencia que para ser apreciada en toda su amplitud debe ya existir ante los ojos que la ven, no se puede sacar de donde no hay. Y eso es lo que los creadores de King Kong consiguieron, una esencia bella y grandiosa, que como tal es el sustento de otras muchas realidades preexistentes, que están ahí esperando a que alguien las descubra, cada cual dirigido por sus particulares entendimientos o niveles de conciencia.
Lo que más fascina de King Kong es su belleza plástica, condensada en las escenas en la isla de la Calavera, por el onirismo visual y romanticismo que destilan sus fondos y decorados, siendo comparados por algunos, muy certeramente, con la obra del gran ilustrador francés Gustave Doré, llenos de detalles y densidad, sin olvidar las escenas del simio y su jugueteo con la ciudad de Nueva York. Por otro lado, la expresividad facial aportada en la animación de este primer Kong no ha conseguido ser superada por las distintas y novedosas técnicas empleadas en los dos remakes verdaderos (sin referirnos a secuelas y derivados inspirados) que ha habido hasta la fecha(1).
(1) King Kong tuvo una secuela y una semi-imitación a cargo de sus mismos creadores: El hijo de King Kong (The Son of Kong, 1933) y El gran gorila (Mighty Joe Young, 1949); así como dos remakes: King Kong (John Guillermin, 1976), que a su vez tuvo su propia secuela, King Kong II (King Kong Livesi, John Guillermin, 1986), siendo el remake más moderno el realizado por el nuevo rey midas Peter Jackson, King Kong (2005).
El cielo de Manhattan es testigo mudo de la lucha entre la bestia y las máquinas. |
Por otro lado, en el apartado tecnológico ya mentado es necesario poner empeño en resaltar el trabajo de animación de Kong y del resto de animales de la isla de la Calavera, obra del pionero de los efectos especiales Willis O'Brien, que desarrolló (no que inventó) la técnica del stop-motion, la cual podría explicarse, en pocas palabras, como la creación del movimiento aparente de una figura mediante el proceso de filmar la misma durante unos segundos en una posición concreta, parado de la filmación, mover ligeramente la figura y volver a filmar unos segundos en esa nueva posición, y así sucesivamente, de manera que al proyectar esta serie de fragmentos de filmación se obtiene la sensación de que la figura en cuestión se mueve realmente; esto si la habilidad del técnico para imaginar un movimiento natural y trasladarlo así a los sucesivos cambios de posición de la figura lo permite. Pues bien, O'Brien tuvo posteriormente como colaborador y discípulo nada menos que al añorado Ray Harryhausen, desplazado desgraciadamente del panorama cinematográfico actual gracias a los avances espectaculares que la animación digital ha tenido en los últimos años y que tantos excesos está generando.
A la izquierda: fotografía publicitaria que exhibe unas dimensiones exageradas del gorila. Su verdadero tamaño en la película es considerablemente inferior al que aquí se muestra. |
Estamos así ante una obra precursora y, como ya se ha citado, punto de referencia del cine fantástico que vino detrás y del que estará por venir, estableciendo esta especialización genérica por evidente, pero que sin duda continúa en el cine en general, sin distinción de géneros, habiéndose convertido alguna de sus imágenes en todo un icono del siglo XX, y ya van unos cuantos gracias al género: Kong subido a lo alto del Empire State Building de Nueva York.
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