Acertadamente considerada como paradigma del expresionismo cinematográfico, sin embargo, no podemos tomarla a modo de ejemplo de nada, siendo como es un espécimen único. No existe sucesora alguna que pueda considerarse su evolución directa en cuanto al apartado estético se refiere; una estética que en este caso lo es todo, el sustrato fundamental que determina la imortancia de esta película y que ya tienen sus antecedentes cien años antes, conscientes o no, en las pinturas negras de Francisco de Goya, antecedentes precoces de lo que sería la pintura expresionista del siglo XIX.
Cesare (Conrad Veidt) escapa con Jane (Lil Dagover) a través de los tortuosos tejados diseñados por Herman Warm para El gabinete del doctor Caligari. |
Se trata de una curiosa obra fundacional, pero por otro lado aislada, de alguna manera sin descendencia reconocida, siendo el principio y el fin de un camino que se cierra sobre sí mismo como un círculo. Su existencia se configura así como la esencia más profunda del expresionismo en el mundo del cine, un crisol de todo lo que ese movimiento significó y que aún hoy significa, una vez el adjetivo expresionista se ha convertido en una cualidad aplicable a cualquier obra de arte, de cualquiera de las artes, cualquiera que sea el tiempo y cualquiera que sea el espacio en que haya sido engendrada. En situaciones análogas estaríamos ante la reunión, la urdimbre perfecta y equilibrada, de una serie de componentes procedentes de un tronco invisible que consiguen su más impecable conjunción en una obra concreta, compendio de otras anteriores, de las que habría asumido, y asimilado como propio, lo mejor, lo más representativo o destacable de cada una de ellas, lo esencial, y de ahí su consideración como paradigma; pero éste no es el caso.
Si bien el significado último del relato aún hoy se nos presenta como el enigmático, no es en lo argumental donde está precisamente su interés; pese a las sesudas interpretaciones que asemejan al sonámbulo Cesare con las masas populares inconscientes teledirigidas por un un líder carismático, en este caso Caligari, manejándolas a su antojo en función de sus propios intereses; en definitiva, una metáfora del germen sociopolítico de lo que luego se convertiría en la ya muy próxima Alemania nazi, surgida tras la humillación a la que fue sometida Alemania tras el Tratado de Versalles, donde se la culpó totalmente de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, haciéndole pagar duramente por ello y sentándose así las bases sociales resentidas que apoyarían el régimen nazi y el encumbramiento de su máximo paladín, Adolf Hitler, con el consecuente desenlace en la siguiente gran guerra.
Menos descabellado es interrelacionar directamente el argumento con toda esa estética de pesadilla, como la coherente plasmación del entorno de una mente enferma, su visión completamente subjetiva, deformada, torturada, irreal, desde la locura; ya sea ésta la del director del hospital psiquiátrico, Caligari, o la de Francis, el personaje que trata de resolver el misterio de los extraños asesinatos perpetrados por el sonámbulo Cesare; enigma que de todas formas queda sin resolver. Los irreales decorados, tanto exteriores como interiores, paisajes, arquitecturas, incluso el mobiliario, proceden directamente del campo de lo pictórico, en realidad todo ello es una serie de pinturas sobre las que se mueven los personajes como marionetas, siendo los aspectos físicos que exhiben Caligari y Cesare los únicos que se integran plenamente en ese entorno de pesadilla, quienes verdaderamente pertenecen a ese mundo, estando el resto solo de paso.
La responsabilidad de tan arriesgada estética aún se mantiene como dudosa. Según algunas fuentes, en el guión no existía ningún tipo de indicación sobre la misma, pese a que los guionistas Hans Janowitz y Carl Mayer se la atribuyen a sí mismos, lo cual dejaría vía libre para pensar que fuera a Robert Wiene a quien le debamos tal concepción. No obstante, es mucho más coherente pensar que los principales promotores hubieran sido los diseñadores Herman Warm y Walter Reinmann, más si cabe cuando el segundo era considerado un pintor expresionista.
Sin contradecir su condición de isla en el océano, su influencia en todo el cine posterior ha sido patente; desde el resto de la obra expresionista coetánea, pasando por el cine de terror de la Universal y llegando hasta nuestros días, la impregnación dejada es del todo significativa, aportando no pocas imágenes que años después se convertirían en integrantes de toda una parafernalia genérica, asumida como lenguaje propio por el cine de terror.
Menos descabellado es interrelacionar directamente el argumento con toda esa estética de pesadilla, como la coherente plasmación del entorno de una mente enferma, su visión completamente subjetiva, deformada, torturada, irreal, desde la locura; ya sea ésta la del director del hospital psiquiátrico, Caligari, o la de Francis, el personaje que trata de resolver el misterio de los extraños asesinatos perpetrados por el sonámbulo Cesare; enigma que de todas formas queda sin resolver. Los irreales decorados, tanto exteriores como interiores, paisajes, arquitecturas, incluso el mobiliario, proceden directamente del campo de lo pictórico, en realidad todo ello es una serie de pinturas sobre las que se mueven los personajes como marionetas, siendo los aspectos físicos que exhiben Caligari y Cesare los únicos que se integran plenamente en ese entorno de pesadilla, quienes verdaderamente pertenecen a ese mundo, estando el resto solo de paso.
Cartel alemán de El gabinete del doctor Caligari. La cartelería de la época representaba a la perfección el peculiar estilo visual de la cinta. |
La responsabilidad de tan arriesgada estética aún se mantiene como dudosa. Según algunas fuentes, en el guión no existía ningún tipo de indicación sobre la misma, pese a que los guionistas Hans Janowitz y Carl Mayer se la atribuyen a sí mismos, lo cual dejaría vía libre para pensar que fuera a Robert Wiene a quien le debamos tal concepción. No obstante, es mucho más coherente pensar que los principales promotores hubieran sido los diseñadores Herman Warm y Walter Reinmann, más si cabe cuando el segundo era considerado un pintor expresionista.
Sin contradecir su condición de isla en el océano, su influencia en todo el cine posterior ha sido patente; desde el resto de la obra expresionista coetánea, pasando por el cine de terror de la Universal y llegando hasta nuestros días, la impregnación dejada es del todo significativa, aportando no pocas imágenes que años después se convertirían en integrantes de toda una parafernalia genérica, asumida como lenguaje propio por el cine de terror.
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