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domingo, 29 de diciembre de 2013

LOS SETENTA - El último tango en París

TÍTULO ORIGINAL: Ultimo tango a Parigi
AÑO: 1972  
DURACIÓN: 129 minutos  
PAÍS: Italia/Francia  
DIRECTOR: Bernardo Bertolucci  
GUIÓN: Bernardo Bertolucci, Franco Arcalli y Agnes Varda  
PRODUCCIÓN: PEA Cinematograficia/Les Artistes Associés (Alberto Grimaldi)  
FOTOGRAFÍA: Vittorio Storaro  
MONTAJE: Franco Arcalli y Roberto Perpignani  
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Fredinando Scarfiotti  
MÚSICA: Gato Barbieri
INTÉRPRETES: Marlon Brandon (Paul), Maria Schneider (Jeanne), Jean-Pierre Léaud (Tom), Darling Legitimus (portera), Catherine Sola (Script de TV), Mauro Marchetti (Cámara de TV), Massimo Girotti (Marcel), Maria Michi (madre de Rosa), Giovanna Galletti (prostituta) Gitt Magrini (madre de Jeanne), Catherine Allégret (Catherine), Luce Marquand (Olympia), Marie-Hélène Breillat (Monique), Catherine Breillat (Mouchette), 
GÉNERO: drama // erótico / película de culto


ARGUMENTO

Destrozado por el suicidio de su mujer, cuyos motivos no alcanza a comprender, Paul -un ya maduro estadounidense, de agitada trayectoria vital- deambula por las calles de París. Al azar, coincide en un piso vacío con la jovencísima Jeanne, hija de un coronel del Ejército francés y prometida de Tom, cinéfilo lunático que se propone realizar, sin avisarle, un documental sobre ella. Del encuentro entre dos personajes tan diferentes surge una intensa relación que Paul se obstina en que sea exclusivamente sexual, sin nombres propios ni recuerdos personales. Jeanne acepta el juego, quizá por mera curiosidad, aunque poco a poco irá sintiéndose atraída por ese individuo extraño, despótico y vulnerable a la vez, que le impone una sumisión a ratos insoportable. Pero cuando Paul cambia de pronto las normas, se confiesa enamorado y le propone compartir un futuro convencional, ella huye despavorida y él la persigue por las calles, invade su domicilio y se cubre, burlón, con el gorro militar del padre. Jeanne le dice entonces su nombre por primera y última vez, al tiempo que le dispara en el vientre con la pistola de aquel, y Paul sale al balcón a morir, frente al panorama grisáceo de la ciudad.



COMENTARIO

Después de presentar casi simultáneamente en 1970 La estrategia de la araña (La strategia del ragno) y El conformista (Il conformista), Bernardo Bertolucci aborda el rodaje de El último tango en París, que iba a proporcionarle enorme resonancia internacional, y no tanto por su estremecedora profundidad como por su contenido supuestamente escandaloso. Prohibida en España hasta finales de 1977, pero también secuestrada en Italia, tras una denuncia ante los tribunales, y rechazada por alguna poderosa distribuidora norteamericana, fue sin embargo el punto de arranque de las grandes producciones de su autor, en una carrera progresivamente degradada después por su tendencia a la grandiosidad y el esteticismo.

Frente a todos los tópicos que cayeron sobre ella desde el momento mismo de su estreno, aparece hoy como una de las más agudas y desoladoras reflexiones que en torno a la condición humana ha ofrecido el cine a lo largo de su historia. Partiendo de un hecho fortuito y escasamente creíble en sí mismo -el típico comienzo en forma de "¿qué pasaría si...?", que ha dado pie a tantas obras relevantes de la literatura-, la película se eleva enseguida a la categoría de una auténtica tragedia contemporánea sobre la soledad de un individuo castigado por la vida e incapaz de asumir su fracaso, que se aferra, como última oportunidad, a la posibilidad de vivir una relación sin sentimientos, sin otra implicación que la puramente fisiológica, sin rastro alguno de compromsio personal. Porque, más que los golpes recibidos a lo largo de su triste existencia, lo que hundido definitivamente a Paul es el hecho de que su esposa haya decidido quitarse la vida sin que él pueda saber por qué. ¿Para qué han servido los años de convivencia si la pareja acaba siendo alguien perfectamte desconocido? Y el descubrimiento tardío de que ella había construido una especie de doble suyo en un huésped habitual del hotelucho que regentaba no hará más que ahondar en esa herida, multiplicando su desesperación y su rabia.

Jeanne, por su parte, se abre a la vida dispuesta a probarlo todo y acepta de buen grado un desafío que contradice las convenciones que han regido hasta ahora su comportamiento de jovencita burguesa. Se siente atraída por ese extranjero de pasado inescrutable y halagada por la fascinación que ejerce sobre él. Decidida a demostrar que es capaz de todo sin amilanarse, inicia un descenso a los infiernos en el que tendrá que soportar durísimas humillaciones físicas y psicológicas. Solo cuando Paul -que ha mantenido un atroz soliloquio ante el cadáver de su esposa, empezando a comprender su verdadera situación personal- vuelve a ella para proponerle una mediocre vida en común experimentará el vértigo de la repulsión, negándose en redondo y teniendo que escapar por las calles, en busca del amparo de su viejo hogar familiar. Y al verlo invadido por la arrogancia con que él intenta disimular que la necesita desesperadamente, recurrirá a un arma para liberarse por fin y después avisará por teléfono a la policía, justificando su muerte con motivos también convencionales y alegando que ni siquiera sabe su nombre...
 No es posible reflejar en unas líneas la cantidad, precisión y sutileza de las sugerencias de todo tipo -sobre la familia, la educación, la religión, la soledad, el afán de dominación- que Bernardo Bertolucci logra engarzar en un argumento insólito que parece girar en torno a la dificultad de las relaciones de pareja o la vinculación entre el amor y el sexo, por ejemplo. Por debajo de esa epidermis que en su momento pudo resultar "escandalosa" -aunque hoy se comprueba que es mucho más cruda desde el punto de vista conceptual, mientras que visualmente resulta incluso demasiado púdica-, el cineasta lanza una mirada devastadora sobre nuestras formas de vida y nuestros agónicos esfuerzos por disfrazarlas de auténtica convivencia.

Pero, por encima de todo, llama la atención el exquisito rigor con el que construye su discurso. Desde la compleja estructura temporal del relato, donde no es fácil determinar el antes y el después de los distintos acontecimientos, hasta la organización y significado de los diversos espacios en que transcurre la acción: en una ciudad moderna, gris y hostil, pero donde las ventanas y los interiores prometen una calidez anaranjada, Jeanne posee, como territorios propios, la casa familiar -cuya invasión no tolera- y la finca de su infancia, que ha sido allanada, en cambio, por el equipo de rodaje de su excéntrico novio. Paul, en realidad, no posee ninguno, porque después de vagar por todo el mundo se ha sentido siempre como un huésped más en el sórdido hotel de su mujer. Y por eso el apartamento vacío, ajado y sucio, que encuentran ambos al mismo tiempo, funciona a la vez como tierra de nadie propicia para unos encuentros singulares y como penúltimo refugio para ensayar una relación imposible. No hay mensaje ni moraleja: Paul estaba abocado a la muerte por su radical soledad y Jeanne quiso juguetear con todas las ruputras y acaba volviendo al redil donde había sido educada. En el desarrollo de tan cruel parábola desempeñan un papel fundamental la extraordinaria fotografía de Vittorio Storaro, que impregna de sentido los colores y la contraposición de ambientes; la música nostálgica, decadente y a ratos irónica de Gato Barbieri, y la formidable interpretación de Marlon Brando, que aportó numerosas connotaciones autobiográficas a la construcción de uno de los personajes más potentes del cine contemporáneo.

Queda dicho que la carrera de El último tango en París tuvo unos comienzos azarosos, pronto desbordados por el enorme éxito comercial que le proporcionó su fama de película erótica. Fue tachada de pornográfica por quienes seguramente no la habían visto, y decepcionó sin duda a muchos espectadores que se dejaron engañar por ese reclamo. Pero también desde el principio recibió grandes elogios de la crítica y con el paso del tiempo no ha hecho sino ganar en la consideración de quienes entienden el cine como un arte capaz de expresar de forma bella los más granes sugestivos pensamientos. Manuel Vázquez Montalbán lo formuló así, en Carlos F. Heredero (ed.), Bernardo Bertolucci. El Cine como razón de vivir (San Sebastián, Festival de Cine y Filmoteca Vasca, 2000): "La ensimismada angustia del personaje interpretado por Marlon Brando instrumentaliza a la muchacha prescindiendo de su identidad y obliga al espectador a asumir la dialéctica real de las relaciones humanas, un conflicto entre la norma y el instinto, la conciencia y la pulsión anexionista que puede llegar al canibalismo".

Un instante antes de caer muerto, Paul pega en la barandilla del balcón el chicle que ha llevado en la boca durante bastante tiempo. Curiosamente, al comienzo de La luna (1979), Douglas, padre del joven protagonista, encuentra uno idéntico en la misma posición y reprocha a su hijo que los deje por todas partes, estableciendo una sutil conexión entre ambas películas.

LOS SETENTA - Aguirre, la cólera de Dios

TÍTULO ORIGINAL: Aguirre der Zorn Gottes
AÑO: 1972
DURACIÓN: 93 minutos
PAÍS: Alemania del Oeste (RFA)
DIRECTOR: Werner Herzog
GUIÓN: Werner Herzog, basado en el diario de Gaspar de Carvajal
PRODUCCIÓN: Werner Herzog Filmproduktion
FOTOGRAFÍA: Thomas Mauch
MONTAJE: Beate Mainka-Jellinghaus
EFECTOS ESPECIALES: Juvenal Herrera y Miguel Vázquez
MÚSICA: Popol Vuh
INTÉRPRETES: Klaus Kinski (Lope de Aguirre), Helena Rojo (Inés de Atienza), Ruy Guerra (don Pedro de Ursúa), Del Negro (Gaspar de Carvajal), Peter Berling (don Fernando de Guzmán), Cecilia Rivera (Flores de Aguirre), Dany Ades (Perucho), Armando Polanah (Armando), Edward Roland (Okello)
GÉNERO: aventura / drama // histórico / siglo xvi / conquista de américa / existencialismo / naturaleza / humor negro


ARGUMENTO

"A finales de 1560 una gran expedición española comandada por el conquistador Gonzalo Pizarro partió de la antiplanicie peruana en busca de un lugar mítico, El Dorado, territorio repleto de yacimientos de oro que según los indios se situaba en las ignotas fuentes del Amazonas. El único testimonio que se conserva de aquella expedición, desaparecida sin dejar huella, es el diario de fray Gaspar de Carvajal". Con este texto comienza la famosa película de Werner Herzog, que narra el proceso de enajenación mental que llevó a Lope de Aguirre (1510-1561), apodado el Loco, a rebelarse contra Pizarro y el gobernador del Perú, hasta convertirse en un traidor al imperio español de Felipe II, un rebelde que perseguía un sueño imposible. Tras derrotar a los incas, Aguirre y sus lugartenientes, don Fernando de Guzmán (encarnado por el célebre escritor alemán Peter Berling), don Pedro de Ursúa, el citado fraile y el resto de la expedición quedan atrapados en un terreno selvático e inexplorado. Lo que debió ser una excursión de saqueo de una semana, en un descenso en balsa por el Amazonas, se convierte en un viaje infernal sin fin. Múltiples desastres, disputas, enfermedades van minando la moral de los conquistadores españoles, unidos al cerco de los indígenas, que van eliminándolos con sigilo animal. El hambre, las enfermedades y, sobre todo, la locura obsesiva de Aguirre haran fracasar la expedición, que terminará con la muerte de todos ellos.



COMENTARIO

Partiendo de este supuesto texto (en realidad, una pura invención de Werner Herzog) y del conocido libro La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964), del escritor Ramón J. Sender, Herzog escribe un guión en dos días y medio ("de pura locura", admite el director), lo produce también y dirige, poco después, una de sus películas más importantes y una de las obras maestras de lo que se llamó Nuevo Cine Alemán. Nacido en Munich en 1942, Werner Herzog Stipetic debutó muy joven en el largometraje con Signos de vida (1967), a la que siguieron También los enanos empezaron pequeños (1968) y Fata Morgana (1971). Es un director proteico, con una obra amplísima que, además de una veintena de largometrajes en cuarenta y pocos años, incluye la dirección de más de treinta documentales y trabajos para televisión, unos trece cortos, así como obras de teatro y óperas (un total de dieciocho montajes operísticos, en Alemania e Italia, fundamentalmente, con dos incursiones en Japón y España).


Sin embargo, pese a tal despliegue creativo y a una energía vital excepcional, sus mayores logros fueron en la década de 1970 y, de entre ellos, su obra más conocida y reconocida internacionalmente fue y sigue siendo, cuarenta años después, Aguirre, la cólera de Dios, su cuarta película, a la que siguió la notable El enigma de Kaspar Hauser (1974).

Interesado por la Historia (fue estudiante universitario de Literatura y de Historia) y por sus personajes más intrigantes y colaterales, Herzog desarrolla a partir de la figura de Aguirre una historia exótica sobre la megalomanía, mediante la disección en imágenes de una monumental utopía, tema central de casi toda su obra fílmica. Cuenta cómo Pizarro divide su expedición en dos y nombra a don Pedro de Ursúa comandante de la misión río abajo, acompañado de su esposa, doña Inés de Atienza, don Lope de Aguirre y su hija Flor y don Fernando de Guzmán. Parten el 4 de enero de 1561 guiados por Aguirre. Rompen los lazos con la España de Felipe II y nombran a Guzmán emperador de El Dorado. Tras su muerte por infección, ahorcan a Ursúa.


Ha pasado un mes y nada se sabe del oro. "Mis hombres solo buscan oro, cuando es más importante el honor y la fama", le dice Aguirre al fraile. Alucinado (en una interpretación única de Kinski), Aguirre los conduce a un suicidio colectivo, mientras sus hombres caen como moscas bajo las flechas envenenadas de un enemigo invisible y de las enfermedades y el hambre. Escuchamos en voice over los pensamientos de Aguirre: "Yo soy la cólera de Dios". Tras encontrar el cadáver de Flor planea casarse con su hija y continuar una estirpe de emperadores en Nueva España. Estas imágenes existencialistas son las más impactante, junto con las del inicio: filas de conquistadores e incas descendiendo por un desfiladero de la cordillera andina, rodeados de nubes.


Los planos de los rápidos del río, la construcción de la balsa, la pesca, están rodados exclusivamente en exteriores con una fotografía realista y con cámara al hombro, lo que confiere al film un aspecto extrañamente documental y atemporal. Las espectaculares imágenes de la húmeda selva amazónica se ven perfectamente arropadas por la música electrónica, trascendente y repetitiva, dotándolas de un aliento poético inconmensurable. Hay que hacer hincapié en la banda sonora, porque, aunque pudiera parecer contradictorio emplear música postmoderna para una narración de época (el siglo XVI en este caso), las imágenes enajenadas de Kinski y los demás actores perdidos en la inmensidad amazónica encajan con maestría con esta música hipnótica creada con una mezcla de guitarra eléctrica y melotrón (instrumento musical polifónico, electromecánico, inventado a comienzos de los años sesenta por Harry Chamberlin), por obra y gracia de Popol Vuh (nombre tomado del célebre libro maya homónimo), grupo de rock progresivo alemán que volvería a trabajar con Herzog en otras seis películas más, entre ellas las geniales Nosferatu (1979) y Fitzcarraldo (1982).


Aguirre representa perfectamente las esencias de casi todos los protagonistas herzoguianos (héroes o antihéroes, según se mire): a saber, la utopía de querer cumplir sueños imposibles, individuales o colectivos, y el conflicto entre el ser humano y la Naturaleza circundante (pensemos en Fitzcarraldo o Cobra verde). Hay en el film, por lo menos, tres conexiones cinéfilas que merecen ser citadas. En primer lugar, se ha escrito que la secuencia final con el travelling circular sobre la balsa, repleta de cadáveres, macacos y con un enajenado Aguirre, es un homenaje a Os cafajestes (1962), debut del mozambiqueño Ruy Guerra, afincado en Brasil, que interviene como actor en Aguirre, la cólera de Dios en el importante papel de don Pedro de Ursúa. En segundo lugar, se detecta un influjo evidente en Apocalypse Now (1979), tanto en la historia del viaje río abajo como en las difíciles condiciones del rodaje en la selva y, en suma, en los problemas psicológicos de ambos cineastas, Herzog y Coppola. Coppola reconoció esta influencia al afirmar: "Aguirre, con su increíble imaginería fue una influencia muy fuerte [en Apocalypse Now]. No sería honesto si no lo mencionase". Y, en tercer lugar, Herzog realizó casi tres décadas más tarde, con el numeroso material sobrante, un interesante documental que narra, entre otras cosas, aquel rodaje amazónico y la intensa lucha de egos entre él y Klaus Kinski, hasta el punto de querer ambos asesinarse: Mi enemigo íntimo (Mein liebster Feind, 1999).


Por si fuera poco, la impronta de esta maravilla de séptimo arte crece al detectar que también ha sido fuente de inspiración de Roland Joffé y su excelente acercamiento a las misiones amazónicas en La misión (The Mission, 1986) y a la penúltima obra maestra de Terrence Malick, El nuevo mundo (The New World, 2005), en la que las concomitancias son aún más claras que en Guerra, Coppola o Joffé, entre otros.

El escritor argentino Abel Posse, partiendo muy posiblemente del final de Aguirre, la cólera de Dios, inventa una fábula fantástica sobre Lope de Aguirre y su ejército perdido en la selva amazónica en su muy recomendable novela Daimón (1978), que J. J. Armas compara con Cien años de soledad.

domingo, 25 de agosto de 2013

LOS SETENTA - La huida

TÍTULO ORIGINAL: The Getaway
AÑO: 1972
DURACIÓN: 122 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Sam Peckinpah
GUIÓN: Walter Hill, adaptación de la novela
de Jim Thompson
PRODUCCIÓN: Mitchell Brower, David Foster y Gordon T. Dawson para First Artists, Solar Productions y Foster-Brower Productions
FOTOGRAFÍA: Lucien Ballard
MONTAJE: SRobert Wolfe
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Haworth y Graham
MÚSICA: Quincy Jones
INTÉRPRETES: Steve McQueen (CArter Doc McCoy), Ali MacGraw (Carol Ainsley McCoy), Ben Johnson (Jack Benyon), Al Lettieri (Rudy Butler), Roy Jenson (Cully), Richard Bright (ladrón), Jack Dodson (Harold Clinton), Sally Struthers (Fran Clinton), Slim Pickens (cowboy), Bo Hopkins (Frank Jackson), Dub Taylor (Laughlin)
GÉNERO: acción // road movie / drama carcelario / robos y atracos


ARGUMENTO

El delincuente Carter "Doc" McCoy sale de una prisión de Texas gracias a la mediación que hace su mujer Carol, que llega a un acuerdo con Jack Benyon, un corrupto hombre de negocios de San Antonio.Lo que Doc McCoy desconoce es que su esposa ha tenido que acostarse con Benyon y, además, ha llegado a un acuerdo con él para deshacerse de Doc una vez tenga lugar el atraco a un banco, haciéndose ambos con el botín. Tras el atraco Carol recapacita y cambia de opinión, decide matar al mafioso Benyon y emprende la huida a México con su marido. Serán perseguidos por los socios mafiosos de Benyon y por la policía, que ha descubierto el cadáver, además de por el ambicioso ladrón Rudy, que ha sido traicionado por el matrimonio McCoy tras el robo, cuando él mismo quería traicionarles a ellos y hacerse con todo el dinero. Durante la violenta y complicada huida, a Doc McCoy le surgen dudas sobre su mujer y su fidelidad, pero quedarán disipadas y, tras la crisis matrimonial, sus vínculos se verán reforzados, hasta el punto de que será la compenetración entre ambos la que les permitirá alcanzar suelo mexicano y esconderse de sus perseguidores, tanto de los mafiosos como de la policía tejana. Un inusual final feliz.



COMENTARIO

Dejando al margen sus trabajos como guionista, actor esporádico y realizador de series televisivas (desde 1955), las catorce películas que Sam Peckinpah logró dirigir en poco más de veinte años (de 1961 a 1983) han marcado a buena parte de la industria audiovisual del último medio siglo. Su influencia es enorme, incluso se agiganta con el paso de los años. En algunos casos se asemeja a la de toda una leyenda como John Ford, al que por otra parte Peckinpah admiraba. Sin embargo esta impronta no siempre ha sido bien digerida y en ocasiones solo se ha captado o copiado del cine peckipahiano sus elementos externos o estéticos (montaje fragmentado y/o alterno, violencia ritual mediante la cámara lenta o ralentí como figura estilística, encabalgamiento sonoros y visuales...), obviando lo que, a mi entender, tiene más valor de sus películas: su independencia, su predilección por el caos y la confusión, su amor a los perdedores (elogio a la derrota), su total inconformismo, su desprecio de las modas, su gusto por la amargura, su afán revolucionario, su constante rebeldía. No amar el cine de Peckinpah sería no amar el cine, no amar la vida sino una impostura de la misma. Se ha dicho: Peckinpah hacía westerns. Oficialmente dirigió seis: Compañeros mortales (The Deadly Companions, 1961), Duelo en la alta sierra (Ride the High Country, 1962), Mayor Dundee (Major Dundee, 1965), Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969), La balada de Cable Hogue (The Ballad of Cable Hogue, 1970), Pat Garrett & Billy the Kid (1973). Pero... ¿alguien se atreve a afirmar que la fenomenal Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo Garcia, 1974) o la floja cinta de cowboys Junior Bonner (1971) no son westerns? La sensacional y claustrofóbica Perros de paja (Straw dogs, 1971) o La huida ¿no contienen elementos formales propios del western? Incluso la cinta bélica La Cruz de Hierro (Cross of Iron / Steiner - Das Eiserne Kreuz, 1977), según Orson Welles en telegrama a Peckinpah "la mejor cinta antibélica que he visto", es, en parte, un western. La huida no escapa a estas constantes, aunque sea un thriller.

Hay elementos en el guión de Walter Hill inspirado en la novela de Jim Thompson que el viejo Sam hace suyos y que no estaban en el texto original. El agente de Steve McQueen, David Foster, compró los derechos de la novela y ambos trabajaron con Thompson en el guión durante cuatro meses. Pero aquel tratamiento incluía un final surrealista en la frontera mexicana en la que la pareja acababa en un pueblo llamado El Rey, en el que el matrimonio McCoy se encontraban con la banda criminal. A McQueen no le agradaba este final, así como otras escenas del primer tratamiento de Jim Thompson, por lo que contrató a Walter Hill para que lo rehiciese. Hill eliminó aspectos más descriptivos de la novela, que ralentizaba la narración, y añadió más secuencias de acción, que la aceleraban. Al leer este nuevo guión McQueen, que acababa de trabajar a las órdenes de Peckinpah en Junior Bonner, tuvo claro quién era el director ideal, aquel que le daría al texto una traslación en imágenes con el suficiente brío e intensidad como para lograr un thriller de acción trepidante y moderno en su textura audiovisual. Y Peckinpah se tomó el encargo muy en serio (en una de las pocas épocas en las que no estaba excesivamente alcoholizado y aún no se había hecho adicto a la cocaína), trabajando con intensidad, profesionalidad y rigor, cumpliendo los plazos y logrando un producto audiovisual que, aunque alejado de sus intereses artísticos, representaba un acabado formal impecable y le situaba de nuevo en la primera línea de los cineastas más cotizados y reconocidos del mundo, tanto entre los productores como entre los críticos y entre el público masivo. La huida es, en resumen, una road movie de final feliz (si bien en España la censura impuso unas letras sobreimpresas que explicaban que los McCoy eran apresados por las fuerzas policiales, algo que hoy produce hasta risa) con un excelente ritmo de montaje, una planificación de secuencias muy lograda y una dirección de actores ajustada.

Fue uno de los grandes éxitos comerciales de Sam Peckinpah, pues costó algo más de tres millones de dólares y recaudó la friolera de cincuenta y tres. El motivo de tal éxito no tiene que ver con el cine: Ali MacGraw y Steve McQueen mantuvieron un tórrido romance durante el rodaje y se convirtieron en la pareja de moda, foco de la prensa rosa. Además, Ali MacGraw, que venía de triunfar con Love Story (1971), abandonó a su pareja, el todopoderosos productor de la Paramount Robert Evans, lo que añadió más morbo y notoriedad a su relación amorosa con Steve McQueen, por entonces uno de los dos o tres actores más cotizados de Hollywood. Sin embargo, hay que ver el lado positivo. Peckinpah tenía porcentaje en los beneficios de La huida, lo mismo que su operador, Lucien Ballard, y su productor, Gordon Dawson. De no ser por el dinero obtenido con La huida, Peckinpah nunca habría podido filmar a continuación Pat Garrett & Billy the Kid y Quiero la cabeza de Alfredo García, a mi juicio sus dos obras más personales y, junto a Mayor Dundee, Grupo salvaje, Perros de paja y La Cruz de Hierro, las cimas creativas de su turbulenta y magnífica filmografía.

La huida ha sido comparada, por su calidad, con obras ya míticas como El último refugio (High Sierra, 1941), de Raoul Walsh (cineasta que, aunque nunca se dice, tenía cierta afinidad con Peckinpah y quizá influyó en él); El demonio de las armas (Gun Crazy / Deadly is the female, 1950), de Joseph H. Lewis, o Bonnie y Clyde (1967), de Arthur Penn. Y prefigura y anticipa Malas tierras (Badlands, 1973), de Terrence Malick. Existe un remake homónimo, mediocre y por fortuna ya olvidado, dirigido por Roger Donaldson en 1994 con Alec Baldwin, Kim Basinger, Michael Madsen y James Woods.
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