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domingo, 29 de diciembre de 2013

LOS SETENTA - Chinatown


TÍTULO ORIGINAL: Chinatown
AÑO: 1974  
DURACIÓN: 131 minutos  
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Roman Polanski  
GUIÓN: Robert Towne y Roman Polanski
PRODUCCIÓN: Robert Evans para
Paramount Pictures, Penthouse y Long Road
FOTOGRAFÍA: John A. Alonzo  
MONTAJE: Sam O'Steen  
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Richard Sylbert,
W. Stewart Campbel  
MÚSICA: Jerry Goldsmith  
INTÉRPRETES: Jack Nicholson (Jake J. Gittes), Faye Dunaway (Evelyn Mulwray), John Huston (Noah Cross), Perry Lopez (teniente Escobar), John Hillerman (Russ Yelburton), Darrell Zwerling (Hollis Mulwray), Diane Ladd (Ida Sessions), Roman Polanski (hombre de la navaja)
GÉNERO: cine negro / neo-noir / intriga //
crimen / años 30


ARGUMENTO

La historia se desarrolla en la ciudad de Los Ángeles en 1937, en un ambiente tomado de la tradición del cine negro americano. El detective privado Jake Gittes recibe en su oficina a Evelyn Milwray, una enigmática mujer que le encarga investigar la supuesta infidelidad de su marido. Este aparece muerto, pero Gittes prosigue sus averiguaciones y se verá envuelto en una compleja trama de intereses, sobornos y crímenes que tienen como fondo el control del abastecimiento de agua y su desvío a un valle cercano. El plan fraudulento consiste en adquiri terrenos de secano baratos y, tras llevarles agua, revenderlos a un alto precio. La relación de Jake con Evelyn se complica al descubrir que es hija de Noah Cross, el principal involucrado en la especulación, y que esconde un oscuro pasado de relaciones incestuosas. El desenlace tendrá lugar en las calles de Chinatown, donde Gittes asistirá impotente a la muerte de Evelyn y a la marcha de Cross sin castigo.


COMENTARIO

Octavo largometraje de Roman Polanski, Chinatown supone su regreso a los Estados Unidos. Tras el asesinato de su esposa en 1969, había regresado a Europa, donde había rodado dos películas tan opuestas como su peculiar Macbeth (1971) y la comedia surrealista ¿Qué? (What?, 1972), dos fracasos en la taquilla americana. Es entonces cuando recibe la tentadora oferta de Robert Evans para regresar a Hollywood con una película de gran presupuesto. El guión era de Robert Towne, que deseaba dirigirla él mismo. Evans, un hombre de la Paramount que ya había trabajado en grandes producciones como El padrino (Francis Ford Coppola, 1972), prefirió recurrir a un director contrastado, ya que el film precisaba de una importante inversión; había colaborado en La semilla del diablo (Rosemary's Baby, 1968) con Polanski. Este tuvo que partir de un guión ajeno, cuyo autor no admitía de buen grado ninguna variación. Sus proyectos anteriores los había escrito él mismo, o en colaboración con Gérard Brach como haría de nuevo en el siguiente, El quimérico inquilino (Le locataire, 1976), seguramente la obra que mejor resume el universo del primer Polanski. Esa marca de sus primeros filmes no es fácil de rastrear en Chinatown, pero la película se convirtió, por su elegancia formal, su estructura narrativa clásica y la presencia de actores carismáticos, en una obra de referencia que consagró definitivamente a su autor ante la crítica americana.

En apariencia Chinatown es un homenaje explicito al cine negro con referencias a las novelas de Hammett o Chandler. Sánchez Noriega (Obras maestras del cine negro, 1998) nos recuerda que el término de "cine negro" se refiere, en sentido estricto, exclusivamente a las películas norteamericanas de los cuarenta -y eventualmente de los cincuenta- con tramas criminales "en las que personajes muy estereotipados mantienen relaciones pasionales de amor y odio, y que revelan un trasfondo pesimista sobre el ser humano y la sociedad". José María Latorre y Javier Coma, en su ya clásico Luces y sombras del cine negro (1981), señalan que cualquier película de ficción criminal realizada después de 1954 debería recibir el calificativo de neo-noir. La galería de arquetipos del género -detective solitario, mujer enigmática, gangsters, policías y burócratas corruptos, políticos en connivencia con los mafiosos- y su formalismo hacen que algunos críticos acusen al film de Polanski de inscribirse "de lleno dentro de las claves del género, a las que sigue demasiado al pie de la letra, sin proponer ningún tipo de reflexión crítica" (El cine negro en 100 películas, Antonio Santamarina, 1999). Es difícil no ver en ese exceso de ambientación la mano de Evans, pero es evidente que Polanski alimentó esa relación al dar un papel protagonista a John Huston, el director de una de las obras inaugurales del cine negro clásico: El halcón maltés (1941). Sin embargo, niega este enfoque al afirmar: "Yo no veía en Chinatown una obra retro o una imitación consciente de las películas clásicas en blanco y negro, sino una película sobre los años treinta, vistos a través del ojo de la cámara de los setenta".

Desde el principio se intuye que hay en la historia un trasfondo más complejo y que los personajes arrastran un tenebroso pasado, una trama oculta que vamos descubriendo desde la perspectiva de Jake Gittes. Este detective, que también encierra secretos que no llegarán a desvelarse, es el encargado de conducirnos por el relato a través de sus averiguaciones. A partir de la trama inicial de los intereses ocultos en torno al suministro de agua, Towne y Polanski van desvelando de forma paulatina una serie de subtramas relacionadas con el pasado de los protagonistas. El asunto del agua acabará quedando en lo que Hitchcock llamaba un McGuffin y el peso de la narración se va trasladando al sórdido pasado de Evelyn y su relación con su padre, el inmoral magnate Noah Cross. Polanski va dosificando diálogos y detalles -las gafas en el estanque, la turbación de Evelyn cuando se descubre quién es su padre- que, a modo de pistas, ayudan a ir desvelando parte de esa trama oculta. Las escenas de violencia explícita, como el corte que el sicario interpretado por el propio Polanski le asesta a Gattes en la nariz -símbolo de que no debe meterla donde no le llaman- o las bofetadas que este propina a Evelyn para que confiese la verdad, sirven al director para poner de relieve que la verdadera violencia está en el interior. Ahí reencontraremos la huella del Polanski de sus anteriores filmes, el que nos dice que la corrupción no está solo en las capas altas de la socieadd, sino que la maldad puede afectar a todos, que tiene su otra cara en la degradación de las relaciones entre las personas.

El planteamiento de Polanski se concreta en la abrupta y desoladora secuencia final, en la que el corrupto Noah se lleva a su hija-nieta mientras Evelyn muere ante la impotencia de Gittes. "Yo sabía que para que Chinatown fuese una película distinta y no un simple film de misterio en el que al final siempre ganan los buenos, Evelyn tenía que morir", declaró Polanski, que, para rodar ese cierre pesimista, tuvo que imponerse a Towne y Evans, que deseaban un final feliz. Chinatown nos deja una sensación final de impotencia que, como señala Beatriz Martínez (Miradas de cine, agosto 2005), es incapaz "de cambiar el pasado, pero tampoco el presente (que nos conduce a la idea de ciclo irreversible), ni siquiera el futuro, pues los malos ganan, y su perversidad será la que construya el porvenir de las civilizaciones". Como en una tragedia griega, el deseo de Gittes de ayudar precipitará, de nuevo, el fatal desenlace. Su mirada perdida nos dice que no hay lugar para la salvación, que toda esperanza se ha perdido en las malas calles de Chinatown.

La película fue un éxito de crítica y público, tanto en los Estados Unidos como en Europa (1,6 millones de espectadores en España), y recibió numerosos premios en los Estados Unidos, entre ellos cuatro Globos de Oro y tres premios de la Bafta. Sin embargo, tuvo un amargo paso por los Oscar, ya que, pese a estar nominado en once categorías, como El Padrino II (Francis Ford Coppola, 1974), solo se llevó el de mejor guión original para Robert Towne mientras su rival ganaba seis, entre ellos los principales.

→ Los primeros setenta supusieron un intento de reinterpretación del cine negro por parte de algunos directores americanos. Entre los que, como Polanski, se inspiraron en el género clásico podemos citar a Roger Corman con Mamá sangrienta (Bloody Mama, 1970), Robert Aldrich con La banda de los Grissom (1971), John Milius con Dillinger (1973) y Robert Altman con su iconoclasta El largo adiós (1973). Por el contrario, otros realizadores buscaron de forma clara nuevas claves para el género, como Francis Ford Coppola en su saga de El Padrino o Arthur Penn con La noche se mueve (1975).

martes, 10 de septiembre de 2013

LOS SETENTA - El coloso en llamas

TÍTULO ORIGINAL: The Towering Inferno
AÑO: 1974
DURACIÓN: 165 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: John Guillermin
GUIÓN: Stirling Silliphant, sobre las novelas The Tower, de Richard Martin Stern, y The Glass Inferno, de Thomas N. Scortia y Frank M. Robinson
PRODUCCIÓN: Irwin Allen para Twentieth Century-Fox y Warner Bros.
FOTOGRAFÍA: Fred J. Koenekamp y Joseph Biroc
MONTAJE: CArl Kress y Harold F. Kress
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Ward Preston
MÚSICA: John Williams
INTÉRPRETES: Steve McQueen (O'Hallorhan), Paul Newman (Doug Roberts), William Holden (Jim Ducan), Faye Dunaway (Susan), Fred Astaire (Harlee Claiborne), Susan Blakely (Patty), Richard Chamberlain (Roger Simmons), Jennifer Jones (Liselotte), Robert Vaughn (senador Parker), Robert Wagner (Bigelow), Norman Burton (Giddings), Jack Collins (alcalde Ramsay)
GÉNERO: acción / drama // catástrofes


ARGUMENTO

El arquitecto Doug Roberts aterriza en la azotea de un alto edificio de San Francisco, apodado "la torre de cristal", diseñado por él, para la fiesta de inauguración. Los técnicos ultiman el arreglo de pequeños fallos en las instalaciones del edificio, mientras el arquitecto tiene un encuentro amoroso con su novia, Susan. Al mismo tiempo, Claiborne, un anciano timador, llega en taxi, una profesora de pintura termina su clase con unos niños. En un almacén, un cuadro de control eléctrico, rodeado de productos inflamables, empieza tímidamente a arder. A ello se suma el fallo del sistema automático de detección de fuego. La avería impide al equipo de seguridad localizar el lugar del incendio y Roberts descubre un problema de calidades en determinados materiales del edificio. Abajo, un gran despliegue mediático se agolpa a la puerta del coloso, a los lados de la alfombra roja por donde van desfilando artistas y autoridades, incluido el alcalde de San Francisco y su esposa y el gobernador Parker, llegado exprofeso desde Washington para el evento. Queda inaugurada oficialmente la torre y comienza la fiesta con todo el edificio iluminado, majestuoso bajo el cielo de la noche.

Avisado el cuerpo de bomberos, la fiesta continúa mientas el propio arquitecto comienza su colaboración en el dispositivo de extinción diseñado sobre la marcha por el jefe de bomberos, O'Hallorhan. El intento de desalojar la fiesta en la planta 134 y derivarla hacia el vestíbulo se ven truncado ante lo avanzado del incendio, originado en la planta 81. Comienza el nerviosismo, la pérdida del control de los invitados y las primeras muertes en distintas dependencias. Todo intento de evacuación se va viendo frustrado por diversos motivos; el principal de ellos, el fuerte viento, que no permite el trabajo con los helicópteros. Tras la muerte de alrededor de doscientas personas, la voladura de los depósitos de agua situados en la azotea del edificio es lo único que consigue acabar con el fuego, que ya ha destruido casi toda la torre.



COMENTARIO

Lo catastrófico y lo apocalíptico han sido siempre connaturales al cine desde sus orígenes, pero el género de catástrofes, uno de los más prolíferos, llega a su esplendor en la década de los setenta del siglo XX. Volcanes, huracanes, terremotos, animales, pasados por el filtro de la ciencia ficción o no, se renuevan después ya a mediados de los noventa. La inauguración de elementos creados por la cultura humana, desafiando a la naturaleza, también es un tema recurrente en el cine. Esta expresión del miedo al fin es según algunos críticos síntoma de la inseguridad social ante el poder y el momento en que toca vivir. Aeropuerto (George Seaton, 1970), y sus secuelas, La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972) y Terremoto (Mark Robson, 1974) son algunos títulos de los más celebrados de este momento.

El director John Guillermin fue autor de documentales y series de televisión en los años cincuenta y en su haber figuran las direcciones de Tarzán en la India (1962), El Cóndor (1970) y King Kong (1976). Pero tan importante como él es el productor, Irwin Allen, apodado "Disaster Man", por su dilatada carrera televisiva como creador de series de ciencia ficción: Perdidos en el espacio (1965-1968), Viaje al fondo del mar (1964-1967) y Tierra de gigantes (1968-1970), corresponden a algunos de sus mayores éxitos.

Dedicada a los hombres que luchan contra el fuego, esta es una película completamente comercial. Marcada por cuestiones de género, aparecen en ella todos los tópicos que se esperan en un film de desastre. Las escenas de acción están cargadas de espectacularidad con un correctísimo uso y dominio de los esfectos especiales, de alto grado de realismo, y sin haber tenido la posibilidad de la ayuda digital. Lo espectacular está igual de medido y dosificado que el suspense. Ese dominio del trabajo narrativo en general hace que sea especialmente apreciado el guión, por encima de la historia en sí misma, que es en extremo simple. Para ello ha sido necesaria la coralidad de personajes. El ritmo narrativo se alcanza alternando escena de acción y peligro ante el fuego y otras dialogadas de personajes por parejas de oposición en la mayor parte de los casos, parejas que, además, lo son desde el punto de vista sentimental. Esta alternancia de historias nucleares y acción ayuda a prolongar la cinta y a aliviar la tensión del espectador.

La realización es correcta y ofrece algunos planos para el recuerdo, como el contrapicado desde la base del rascacielos como cámara subjetiva del personaje interpretado por Fred Astaire, que denota el vértigo de la altura desde abajo del coloso antes de arder. La propia ambientación se puede decir que es sobria: de interior la mayoría del tiempo, trabaja sobre un edificio donde, hasta caben árboles, pero sin caracterizar lo suficiente como para quedar marcado. Muchas películas de esta década han envejecido por recrear una ambientación excesivamente pegada a la caracterización de una moda, pero no es el caso de El coloso en llamas, ni en ambientes ni en personajes. Los decorados, por lo demás, sufren un deterioro progresivo conforme avanza, el fuego y la acción del hombre en su intento de acabar con él, pero lo hacen de un modo progresivo y natural, sin que el espectador sienta extrañamiento al llegar al final y encontrarse con un escenario post-apocalíptico. El juego de la focalización omnisciente del comienzo del film permite al espectador saber lo que no saben los personajes. Conocen el origen y comienzo del fuego, así como su expanción desde el minuto doce, mientras que los propios personajes no lo saben hasta el minuto treinta y siete, lo que deja al espectador con una ventaja de angustia de veinticinco minutos. Esta creación de suspense la desarrolla también el montaje en paralelo con ritmo in crescendo que alterna escenas de diversas plantas o del salón Promenade con las escenas de avances de bomberos o de la base de operaciones en el exterior de la torre de cristal.

La película fue premiada en 1975 con los Oscar a la mejor fotografía, mejor montaje y mejor canción, además de obtener dos Globos de Oro, a la intérprete promesa (Susan Flannery) y al mejor actor secundario, un Fred Astaire recuperado para el cine en su ancianidad. Estos premios están en correspondencia con un gran éxito de taquilla, que la convirtió en la segunda proyección más taquillera del año, detrás de Tiburón (Steven Spielberg, 1974), también de suspense y peligro animal, otra fuerza de la naturaleza.

En la película, el rascacielos y el fuego son elementos procedentes de dos novelas adaptadas, de parecidos argumentos, que transcurrían en Nueva York y que fueron fusionadas al ser comprados los derechos de ambas por la productora para evitar que otros estudios usaran una de las dos para un film; se escribieron coincidiendo con la inauguración de las torres gemelas (1972) de Manhattan: la novela Rascacielos se edita en 1973 y La torre de cristal en 1974. El fuego como elemento dramático es uno de los cuatro elementos que ha generado historias por completo dispares. Puede cotejarse las diferencias entre la película relacionada con el fuego como origen de problemas que es Pánico en el túnel (Rob Cohen, 1996) y esta otra, en claro contraste, Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966).

LOS SETENTA - Cuando el destino nos alcance

TÍTULO ORIGINAL: Soylent Green
AÑO: 1974
DURACIÓN: 97 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Richard Fleischer
GUIÓN: Stanley R. Greenberg, según la novela Hagan sitio, hagan sitio, de Harry Harrison
PRODUCCIÓN: Walter Seltzer
y Russell Thacher para la MGM
FOTOGRAFÍA: Richard H. Kline
MONTAJE: Samuel E. Beetley
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Edward C. Carfagno
MÚSICA: Fred Myrow
INTÉRPRETES: Charlton Heston (detective Thorn), Leigh Taylor-Young (Shirl), Chuck Connors (Tab Fielding), Joseph Cotten (William R. Simonson), Brock Peters (jefe Hatcher), Paula Kelly (Martha), Edward G. Robinson (Sol Roth), Stephen Young (Gilbert), Mike Henry (Kulozik), Lincoln Kilpatrick (el sacerdote), Roy Jenson (Donovan), Whit Bissell (gobernador Santini)
GÉNERO: ciencia ficción / thriller // thriller futurista


ARGUMENTO

Año 2022. La superpoblación y la contaminación han convertido a Nueva York en un lugar muy poco recomendable, donde la pobreza, la corrupción y la falta de alimentos están a la orden del día. En medio de la caótica ciudad, el agente Thorn investiga el asesinato de un hombre rico e influyente llamado William R. Simonson. Ayudado por su fiel y viejo amigo Sol, el policía irá descubriendo que en el crimen están involucradas las más altas esferas del Gobierno. Durante su investigación, Thorn iniciará una relación con Shirl, la chica de compañía de Simonson, y perderá a su mejor amigo, que, derrumbado por las terribles averiguaciones sobre el entramado oculto tras el asesinato que investiga junto a su amigo y harto de la terrible sociedad donde vive, decidirá acudir a El Hogar, un lugar donde se ayuda a quien quiera morir de la manera más apacible posible. Destrozado por la muerte de su colega, Thorn intentará hacer público el gran secreto que las autoridades quieren ocultar y la razón por la que se asesinó a Simonson: el Soylent Green está fabricado con carne humana.



COMENTARIO

Richard Fleischer, prestigioso artesano que despuntó en los cuarenta y primeros cincuenta con películas de serie B como Asalto al coche blindado (Armored Car Robbery, 1950) y Testigo accidental (The Narrow Margin, 1952), se encontraba ya en el inicio del ocaso de su carrera cuando dirigió este film, quizá su última película realmente interesante. Ya hacía mucho que había dejado las producciones de bajo presupuesto para abordar filmes del calibre de 20.000 leguas de viaje submarino (1954), Los vikingos (1958), Viaje alucinante (1966) y El estrangulador de Boston (1968), entre otros. Tras Cuando el destino nos alcance, Fleischer prosiguió su carrera con desiguales méritos artísticos y comerciales. De este último periodo cabe destacar cintas como El cantor de Jazz (1980), Conan, el destructor (1984) y El guerrero rojo (Red Sonja, 1985). El film es también un título importante dentro de la carrera de Charlton Heston, el protagonista de la cinta. El intérprete, uno de los pocos actores clásicos que todavía mantenía su estatus de estrella en los setenta, finalizaba con este largometraje de Fleischer una particular trilogía caracterizada porla combinación de película catastrofista y elementos fantásticos. Este peculiar trío de largometrajes comenzó con El planeta de los simios (Planet of The Apes, 1968), prosiguió con El último hombre... vivo (The Omega Man, 1971) y finalizaría con Cuando el destino nos alcance.

Mezcla de cine negro y distopía, la película combina con relativo acierto la acción con buenas dosis de mensaje ecologista y crítica social. Pone desde el principio las cartas encima de la mesa: el montaje fotográfico de los títulos de crédito iniciales comienza con unas imágnes aparentemente optimistas de los primeros tiempos de la Revolución Industrial para ir mostrándonos la masificación y los desastres ecológicos que ha provocado la sociedad moderna. Poco después, un rótulo nos informa sobre una ciudad de Nueva York de más de cuarenta millones de habitantes donde falta la comida, mientras que una voz recuerda el horario del toque de queda.

A la vez, el largometraje nos ofrece una historia de cine negro, donde la investigación de un asesinato es casi un pretexto para mostrarnos un mundo corrompido donde hasta el policía protagonista trafica con los objetos de la víctima del crimen que investiga. Sin embargo, pese a la suciedad que lo invade todo, algo parece quedar intacto: la amistad entre el detective Thorn y el anciano Sol Roth, dos personajes interpretados por unos espléndidos Charlton Heston y Edgard G. Robinson. La serie de miradas cómplices y medias sonrisas nos descubren que, entre tanta degradación, exite un sentimiento verdaderamente hermoso entre estos dos hombres heterosexuales. Solo hay que verles compartir una buena comida con productos frescos, algo poco corriente en una sociedad donde escasean los alimentos y los pocos que se encuentran están tratados de la manera más insípida posible. Fleischer y su guionista Stanley T. Greenberg aprovechan este momento para introducir un mensaje sencillo y muy directo: que debemos cuidar nuestro entorno para poder seguir disfrutando de la vida tal y como la conocemos.

En medio de estos apuntes básicos y certeros sobre nuestro futuro, la trama policiaca queda un tanto mermada. La resolución del asesinato del empresario relacionado con los fabricantes de Soylent Green carece del clímax necesario para ser verdaderamente apasionante. Tampoco resulta emocionante la historia de amor entre el protagonista y Shirl, una chica de compañía en una sociedad que trata a estas mujeres como simple mobiliario. No obstante, el director consigue transmitirnos el clima irrespirable y sucio de esta sociedad donde la gente se amontona en las calles y el aire parece cargado de polución. El realizador se muestra igualmente acertado en los momentos que Edgard G. Robinson, a punto de morir en El Hogar, observa un montaje con imágenes de la flora y la fauna perdidas. La secuencia sirve para que el espectador reflexione sobre la grandeza de un mundo, el nuestro, que puede peligrar si no hacemos algo para salvarlo.

Como se puede ver, tras su fachada de ciencia ficción, Cuando el destino nos alcance resulta más una película social que un film fantástico. De hecho, si nos damos cuenta, los decorados y los vestidos son meras prolongaciones de las modas de los setenta. No hay ordenadores sofisticados ni vehículos maravillosos. Quizá la intención del director y su guionista es mostrarnos que ese mundo desolado que aparece en el largometraje está mas cerca de lo que creemos. Pese a ciertos desencuentros con Harry Harrison, el autor de la novela original en la que se inspira el film, la prestigiosa Hagan sitio, hagan sitio (Make room!, make room!), el largometraje fue generalmente bien recibido por los fans del fantástico. Richard Fleischer consiguió, entre otros galardones, El Premio Especial del Jurado en el Festival de Avoriaz, y el guión del film ganó el premio Nébula de la Asociación de Escritores de Ciencia ficción y Fantasía de América.

 Cuando el destino nos alcance ha dejado su huella en la cultura popular. En una serie de dibujos animados como Futurama, ambientada en el futuro, se hace referencia a la película a través de los productos Soylent. En otra serie creada por Matt Groening, Los Simpsons, también se hace mención a la película en varios episodios. Las famosas galletas de origen humano también aparecen nombradas en el videojuego Xenogears.
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