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domingo, 29 de diciembre de 2013

LOS SETENTA - Harry, el sucio


TÍTULO ORIGINAL: Dirty Harry
AÑO: 1971
DURACIÓN: 103 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Don Siegel
GUIÓN: Harry Julian Fink, R.M. Fink y Dean Reisner a partir de la novela de los dos primeros
PRODUCCIÓN: Don Siegel, Robert Daley y Carl Pingitore para Malpaso y Warner Bros
FOTOGRAFÍA: Bruce Surtees
MONTAJE: Carl Pingitore
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Dale Henessy
MÚSICA: Lalo Schifrin
INTÉRPRETES: Clint Eastwood (Harry Callahan), Reni Santoni (Chico), Harry Guardino (Bresier), Andy Robinson (asesino), John Mitchum (DeGeorgio), John Larch (jefe), John Vernon (alcalde), Mae Mercer (sra. Russell)
GÉNERO: thriller / acción // policiaco / crimen / asesinos en serie



ARGUMENTO

El film se abre con el primer plano de una placa de un monumento real: "En homenaje a los oficiales de policía de San Francisco que dieron sus vidas en el cumplimiento de su deber", con los nombres de todos los muertos desde 1878 a 1970. Inmediatamente, un francotirador abate de un tiro, desde una colina, a una chica que se está bañando en la piscina de un hotel. Es el mismo asesino que está sembrando el terror en la ciudad y pide cien mil dólares en una nota enviada a las autoridades: "Mataré una persona cada día hasta que me los paguen. Si no tengo noticias de ustedes, tendré la satisfacción de matar a un sacerdote católico o a un negro". El alcalde decide pagar pero, al mismo tiempo, la policía despliega todos sus recursos para evitar nuevos asesinatos.

El inspector Harry Callahan, a quien han asignado el caso, no está de acuerdo con el alcalde pero ha de acatar las órdenes de sus superiores y aceptar también un compañero que le ayude. El asesino anuncia ahora que ha enterrado viva a una niña de catorce años y la dejará morir si no le pagan doscientos mil dólares. Harry es el encargado de llevarle el dinero a un parque público. Consigue capturarle hiriéndole en una pierna. La niña ya está muerta, pero la justicia absuelve al criminal porque dictamina que el policía ha vulnerado sus derechos constitucionales por supuestamente haberle torturado. El asesino paga a un matón para que le dé una paliza y después acusa a Callahan de haberle maltratado, lo cual, aireado por la prensa, provoca el rechazo de la opinión pública en contra del policía y también de sus superiores, que no creen en su inocencia. Saltándose las órdenes, Callahan persigue al asesino, que ha secuestrado un autocar escolar. Harry libera a los niños y le mata y, después, tira asqueado su placa de policía a la bahía de San Francisco.


COMENTARIO

Este título representa el punto de partida de uno de los personajes más representativos de la evolución de la ideología de Clint Eastwood desde los años setenta hasta finales de los ochenta. Lo encarnaría en cuatro filmes más, todos ellos producidos por su compañía, Malpaso, y le serviría para configurar los rasgos más característicos de protagonistas de algunas de sus futuras películas como director. Su aportación al personaje resulta decisiva, aunque únicamente figure acreditado como actor. Eastwood había comprado a Harry Julian y Rita M. Fink los derechos de su novela Dead Right, basada en los crímenes del llamado Asesino del Zodíaco, qu, en el momento de su publicación, estaba aterrorizando con sus sádicos asesinatos en la bahía de San Francisco. Hoy día, el caso continúa sin resolverse y desde entonces ha inspirado diversos filmes, entre ellos El asesino del Zodiaco (David Fincher, 2007).

Eastwood le dio la dirección a su amigo y mentor Don Siegel, artífice de obras de acción como The Big Steal (1949), Riot in Block II (1954), Código del hampa (The Killers, 1964) y Brigada homicida (Madigan, 1968), después de haber creado la obra maestra del fantástico La invasión de los ladrones de cuerpos (1956). Eastwood reconoce que, junto con Sergio Leone, Siegel fue el hombre que más le ha enseñado a hacer cine. Director eficaz y austero, de gran eficacia narrativa, en sus películas nunca sobra ni falta nada. Todo está perfectamente calculado y llega hasta el espectador de forma directa a través de la sencillez más absoluta. Harry, el sucio resulta paradigmática para definirle.

Siegel realizó el film de forma parecida a la de ese subgénero de asesinos en serie que surgían como setas en los neo-noirs de la época, capitaneados por El estrangulador de Boston (1968) y El estrangulador de Rillington Place (1971), ambas de Richard Fleischer, o El héroe anda suelto (Targets, Peter Bogdanovich, 1968). Una de las novedaddes de esas películas era que el espectador conocía la identidad del asesino desde el primer momento y, en nuestro caso, este hecho facilita la atención a las escenas de acción repletas de extrema violencia, que, a diferencia de lo que suele suceder a menudo, no son gratuitas sino que están calculadas justamente para describir al protagonista y a su entorno. Son absolutamente funcionales y, aparte de su espectacularidad, sirven para desarrollar la tesis de la película: los criminales se burlan de la ley porque saben cómo moverse en los límites de sus derechos constitucionales. El arranque y el desenlace encierran una indiscutible meditación sobre el profundo desencanto de los autores sobre las fuerzas policiales a través de un film de género, todo ello aderezado con las habituales escenas de los thrillers realizadas con absoluta eficacia por Siegel. El personaje elevó definitivamente a Eastwood al estrellato.

Las críticas se dividieron radicalmente. Unas lo condenaban argumentando que ensalzaba el fascismo y el poder de la policía, mientras que otras lo saludaban entusiásticamente porque decían que reflejaba los problemas y frustraciones de los policías y denunciaba las insuficiencias de la justicia. Esta gran controversia repercutió favorablemente en la parte comercial. La aceptación del público fue apoteósica. La prestigiosa Pauline Kael la tildó de fascista, opinión compartida por otros críticos, abriéndose un apasionado debate sobre los límites e insuficiencia de la ley y la justicia en una democracia avanzada.

Siegel declaró que no estaba de acuerdo al cien por ciento con el personaje pero que había llegado un momento en que se debían llamar las cosas por su nombre, y que efectivamente Harry era racista y reaccionario, pero que no procesar al psicópata por insuficiencias o argucias legales era intolerable. Eastwood, que siempre se consideró un liberal, escribió que el film se trata de un hombre solo que lucha contra la burocracia y que "no es un hombre que defienda la violencia, sino un hombre que no puede entender la sociedad que tolera la violencia", señalando también que él tenía muy poco en común con el personaje pero que le servía para exponer sus ideas sobre la realidad que le rodeaba. Lo curioso es que la opinión de muchos críticos fue cambiando de forma radical con el paso del tiempo y resulta evidente que su lectura política no puede ser la misma que la de los que surgieron posteriormente capitaneados por El justiciero de la ciudad (Death Wish, Michael Winner, 1974), los llamados films de vigilantes. Quizá resulte un film ideológicamente ambiguo, abierto por ello a infinidad de lecturas, pero nunca puede tildársele de fascista.

El personaje de Harry nació en el momento oportuno y ello explica parte de su gran éxito en taquilla. Los datos oficiales son sobrecogedores: entre 1960 y 1970 los actos criminales aumentaron en Estados Unidos un 144%, produciéndose un delito violento cada 48 segundos, una violación cada 14 minutos y un homicidio cada 36 minutos. Miami ostentaba el récord pero a continuación se sitúa San Francisco -la ciudad de Harry Callahan-, donde se contabilizan más de 5.000 crímenes por cada 100.000 habitantes. Existía un clima de temor incrementado por la ineficacia y la corrupción de la justicia. Gran parte de los ciudadanos pensaba que la administración Nixon empeoraba la situación por no actuar con dureza con los criminales, muchos de los cuales (ls que tenían abogados influyentes y sin escrúpulos) conseguían eludir la justicia beneficiándose de la ambigüedad de las leyes y de su generosa aplicación por los tribunales.

sábado, 23 de noviembre de 2013

TERROR - M, el vampiro de Düsseldorf

TÍTULO ORIGINAL: M-eine stadt eine morder
AÑO: 1931
DURACIÓN: 118 minutos
PAÍS: Alemania
DIRECTOR: Fritz Lang
GUIÓN: Fritz Lang y Thea von Harbou, basado en un artículo de Egon Jacobson
PRODUCCIÓN: Nero Film/A. G. Ver Star Film (Seymour Nebenzal)
FOTOGRAFÍA: Fritz Arno Wagner, Gustav Rathje y Karl Vash (blanco y negro)
MONTAJE: Paul Falkenberg
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Carl Volbrecht
y Emil Hasler
MÚSICA: Edvard Grieg
INTÉRPRETES: Peter Lorre (el asesino), Otto Wernicke (Inspector Karl Lohmann), Gustav Grundgens (Schraenker), Theo Lingen (Baurenfaenger), Theodor Loos (Inspector jefe Groeber), Georg John (vendedor ambulante)
GÉNERO: thriller / intriga // crimen / asesinos en serie / expresionismo alemán


Peter Kürten, asesino de carne y hueso, sirvió de precoz inspiración a Fritz Lang para la película que es el más remoto exponente del subgénero psycho-killer y que tan extensamente fuera explotado en la década de los ochenta. Dicho individuo tiene en su haber el triste honor de habérsele imputado los asesinatos de varios niños en la ciudad alemana a la que alude el título en español; carrera delictiva que terminó el 24 de mayo de 1930, día de su arresto. Sólo un año después estaría preparada la película, una de las mejores de Fritz Lang, que no es decir mucho cuando tantas obras maestras tiene en su filmografía. Pese a encontrarse enmarcada temáticamente en el cine de terror, su forma y enfoque la convierten en precursora, una vez más, de lo que sería el futuro cine negro americano; género que, bajo la anécdota del crimen o la trama policiaca más diversa, escruta de forma puntillosa los perfiles humanos y que, salvo muy honrosas excepciones como las de Howard Hawks o John Huston, se nutriría de artistas procedentes del viejo continente llegados en las sucesivas oleadas que arribaron a Estados Unidos durante las décadas de los años veinte y treinta.

M, el vampiro de Düsseldorf, una de las cumbres del excelso cine de Fritz Lang.


A diferencia de lo que se podría haber esperado, desde los primeros minutos se nos adelanta la identidad del asesino. A este respecto, Lang dijo: "Pienso que es mucho más interesante que en los filmes policiacos ingleses, en los que no se sabe quién es el asesino, o el culpable. Es más interesante mostrar, como en una partida de ajedrez, qué es lo que hace cada uno". Así, el objetivo no es la intriga que podría aportarnos el descubrir el criminal, sino el retrato vital y psicológico del personaje.

Peter Lorre interpreta a Hans Beckert, un asesino de niñas.

El desarrollo de M, el vampiro de Düsseldorf viene expuesto mediante un guión tremendamente elaborado e inteligente, de gran importancia en la evolución del lenguaje cinematográfico moderno. Véase la forma tan sencilla, a la vez que innovadora, rotunda y estremecedora, de mostrarnos el asesinato de la niña, utilizando únicamente la sugerencia más eficaz y angustiosa posible: la pelota que surge botando entre los arbustos, el globo que queda enganchado en los cables eléctricos, todo enmarcado en un perturbador silencio. Posteriormente, los gritos de la madre a través del hueco de la escalera, llamando a su hija sin obtener respuesta; este último escenario inmerso en un pasaje que nos evoca en su costumbrismo el ya próximo neorrealismo italiano.


Lang transforma el mundo, lo recrea a su antojo y trueca su idealización en una realidad para nada chocante. La hipérbole que nos muestra a través del increíble poder organizativo de delincuentes y mendigos responde únicamente a la atmósfera expresionista hacia la que quiere encaminar la trama; en este caso, un expresionismo más conceptual que formal. Muestra a los gangsters como una microsociedad que se considera a sí misma como legítima y necesaria dentro del entramado social general, como lo serían los buitres en un ecosistema natural, todos unidos por una causa común y con un servicio de inteligencia que para sí quisiera la CIA, cosa que aunque pudiera en un primer momento dar un tinte fantasioso a la historia, y precisamente por ese expresionismo conceptual del que hace gala, se encuadra perfectamente en el relato, tornándose creíble bajo su mano maestra.


La película vio peligrar su producción bajo el incipiente régimen nazi debido al título inicialmente previsto, El asesino entre nosotros (finalmente fue censurada por los nazis en 1934). Las mentes intrigantes, que ya movían siniestramente los hilos en la Alemania de aquellos días, creían percibir en ello una crítica hacia su ideología: teoría que quedó como infundada desde que se aclaró que lo que se contaba era la historia de un asesino de niñas. Sin embargo, se percibe como latente un discurso crítico hacia la sociedad de su tiempo, el cual surge de forma autónoma y natural en la mente del espectador bajo la inspiración de una sencilla y escogida exposición que quiere aparentar no tomar partido.

El ímpetu que la policía pone en su búsqueda hace peligrar la tranquilidad con que la delincuencia de la ciudad
alemana de Düsseldorf ejerce sus trapicheos. Finalmente, acorralado, juzgado y condenado a muerte por el
lumpen de los bajos fondos, suplica a sus captores que lo entreguen a la policía.

El guión cita expresamente la terrible inflación que sufrió Alemania años antes: los delincuentes se reúnen y ocultan al asesino, una vez éste ha sido capturado, en una vieja fábrica que se llevó por delante la inflación, literalmente. De igual modo, dentro del disimulado retrato de aquellos tiempos, y con buen humor además, asimila la bolsa de valores (tristemente recordada en aquellos años por el no lejano crack de 1929) con los trapicheos en que se entretiene el ejército de mendigos (surgidos de la problemática situación que atravesaba Alemania tras la derrota de la Primera Guerra Mundial) en su cuartel general, con chart de tendencias incluido, algo así como: sube el pan con morcilla, se mantiene el pan con mantequilla, bajan las colillas de cigarro..., todo ello relativo a los resultados obtenidos en la recogida diaria de desperdicios; industrial y escrupulosamente clasificados por tipos y tamaños.


Lamentable analogía la que encontramos en la psicosis colectiva que genera la existencia de un asesino al que la policía no es capaz de capturar, lo que evoluciona hasta un clima de paranoia, donde cualquiera, por un mínimo gesto, puede ser considerado sospechoso; situación que tuvo su reflejo en la realidad contemporánea de Alemania con el acoso que sufrieron los judíos. En aquellos aciagos años llegó a considerarse como tal a cualquiera que tuviera algún tipo de parentesco, por lejano que fuera, con miembros practicantes de esa religión; clima que se materializaría más tarde en la tristemente famosa noche de los cristales rotos(1).


El gusto por el detalle, siempre importante en la obra de Fritz Lang, también está presente en el minucioso proceso de selección de las colillas por tamaños y la pormenorizada exposición de las pesquisas y técnicas policiales. En otros casos utilizó la exhibición de complicadas tramas, característica más enmarcada en algunas de sus obras dedicadas explícitamente al cine negro, como en las películas La mujer del cuadro (1944) o Perversidad (1945).


Harto difícil es no ver un velado reproche en el paralelismo que se ofrece mediante el intercambio de escenas tanto de la reunión de hampones como de responsables policiales, ambas con un orden del día cuyo objetivo se dirige concluir qué medidas se van a tomar para capturar el asesino. De esta manera se asemejan ambos grupos, en principio tan contrapuestos, pero que en el fondo parecen buscar lo mismo mediante métodos similares. En definitiva, existe una clara intención de denuncia social frente a la ambigüedad que ciertas problemáticas pueden generar, algunas de ellas muy unidas a la situación contemporánea particular de su país de origen en la década de los treinta: la pena de muerte, el control y presión policial o la defensa de los derechos legales de los individuos, expuestas de un modo a veces rayan en el formato panfletario(2).


La monstruosidad ya no viene representada por seres de leyenda. Ahora se encuentra inmersa en una sociedad que le da cobijo, que la alimenta y la hace crecer, hasta que ya es demasiado tarde. En este caso, el monstruo, o al menos del que son más evidentes sus crímenes, es interpretado por Peter Lorre, quien merece una mención aparte, bien ganada con tan genial interpretación, cuya angustia sufrida ante el acoso y juicio popular al que es sometido, y en el que declara la enfermedad que le posee y le obliga a asesinar, nos hace verle como una víctima más en lugar de un verdugo. Un Peter Lorre que en la vida real, y por su condición de judío, se vio obligado a huir de Alemania por miedo a los nazis poco después del estreno de la película y aproximadamente dos años antes de que lo hiciera el propio Lang.


(1) El asesinato del secretario de la Embajada alemana en París, a manos de un judío huido a Francia, el día 7 de noviembre de 1938, fue la excusa perfecta para que el día 9 del mismo mes del régimen nazi realizara una acción de castigo, enmascarada como revuelta social, contra los ciudadanos judíos. Las SS (unidad paramilitar del partido nazi) arrestaron esa noche a más de 20.000 judíos en Alemania, internándolos más tarde en campos de concentración. Un número que se estima en 91 fueron asesinados y más de 1.500 sinagogas fueron dañadas o destruidas, así como miles de comercios judíos. Los acontecimientos ocurridos esa noche y el día posterior son considerados el paso previo del inicio del Holocausto.

(2) No en vano, Adolf Hitler valoró enormemente esta cualidad langiana, por lo que pretendió que Lang fuera el encargado de realizar grandes películas propagandísticas a favor de su régimen; pero dicha intención se vio frustrada por la huida de Lang a París.
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