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domingo, 29 de diciembre de 2013

LOS SETENTA - El último tango en París

TÍTULO ORIGINAL: Ultimo tango a Parigi
AÑO: 1972  
DURACIÓN: 129 minutos  
PAÍS: Italia/Francia  
DIRECTOR: Bernardo Bertolucci  
GUIÓN: Bernardo Bertolucci, Franco Arcalli y Agnes Varda  
PRODUCCIÓN: PEA Cinematograficia/Les Artistes Associés (Alberto Grimaldi)  
FOTOGRAFÍA: Vittorio Storaro  
MONTAJE: Franco Arcalli y Roberto Perpignani  
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Fredinando Scarfiotti  
MÚSICA: Gato Barbieri
INTÉRPRETES: Marlon Brandon (Paul), Maria Schneider (Jeanne), Jean-Pierre Léaud (Tom), Darling Legitimus (portera), Catherine Sola (Script de TV), Mauro Marchetti (Cámara de TV), Massimo Girotti (Marcel), Maria Michi (madre de Rosa), Giovanna Galletti (prostituta) Gitt Magrini (madre de Jeanne), Catherine Allégret (Catherine), Luce Marquand (Olympia), Marie-Hélène Breillat (Monique), Catherine Breillat (Mouchette), 
GÉNERO: drama // erótico / película de culto


ARGUMENTO

Destrozado por el suicidio de su mujer, cuyos motivos no alcanza a comprender, Paul -un ya maduro estadounidense, de agitada trayectoria vital- deambula por las calles de París. Al azar, coincide en un piso vacío con la jovencísima Jeanne, hija de un coronel del Ejército francés y prometida de Tom, cinéfilo lunático que se propone realizar, sin avisarle, un documental sobre ella. Del encuentro entre dos personajes tan diferentes surge una intensa relación que Paul se obstina en que sea exclusivamente sexual, sin nombres propios ni recuerdos personales. Jeanne acepta el juego, quizá por mera curiosidad, aunque poco a poco irá sintiéndose atraída por ese individuo extraño, despótico y vulnerable a la vez, que le impone una sumisión a ratos insoportable. Pero cuando Paul cambia de pronto las normas, se confiesa enamorado y le propone compartir un futuro convencional, ella huye despavorida y él la persigue por las calles, invade su domicilio y se cubre, burlón, con el gorro militar del padre. Jeanne le dice entonces su nombre por primera y última vez, al tiempo que le dispara en el vientre con la pistola de aquel, y Paul sale al balcón a morir, frente al panorama grisáceo de la ciudad.



COMENTARIO

Después de presentar casi simultáneamente en 1970 La estrategia de la araña (La strategia del ragno) y El conformista (Il conformista), Bernardo Bertolucci aborda el rodaje de El último tango en París, que iba a proporcionarle enorme resonancia internacional, y no tanto por su estremecedora profundidad como por su contenido supuestamente escandaloso. Prohibida en España hasta finales de 1977, pero también secuestrada en Italia, tras una denuncia ante los tribunales, y rechazada por alguna poderosa distribuidora norteamericana, fue sin embargo el punto de arranque de las grandes producciones de su autor, en una carrera progresivamente degradada después por su tendencia a la grandiosidad y el esteticismo.

Frente a todos los tópicos que cayeron sobre ella desde el momento mismo de su estreno, aparece hoy como una de las más agudas y desoladoras reflexiones que en torno a la condición humana ha ofrecido el cine a lo largo de su historia. Partiendo de un hecho fortuito y escasamente creíble en sí mismo -el típico comienzo en forma de "¿qué pasaría si...?", que ha dado pie a tantas obras relevantes de la literatura-, la película se eleva enseguida a la categoría de una auténtica tragedia contemporánea sobre la soledad de un individuo castigado por la vida e incapaz de asumir su fracaso, que se aferra, como última oportunidad, a la posibilidad de vivir una relación sin sentimientos, sin otra implicación que la puramente fisiológica, sin rastro alguno de compromsio personal. Porque, más que los golpes recibidos a lo largo de su triste existencia, lo que hundido definitivamente a Paul es el hecho de que su esposa haya decidido quitarse la vida sin que él pueda saber por qué. ¿Para qué han servido los años de convivencia si la pareja acaba siendo alguien perfectamte desconocido? Y el descubrimiento tardío de que ella había construido una especie de doble suyo en un huésped habitual del hotelucho que regentaba no hará más que ahondar en esa herida, multiplicando su desesperación y su rabia.

Jeanne, por su parte, se abre a la vida dispuesta a probarlo todo y acepta de buen grado un desafío que contradice las convenciones que han regido hasta ahora su comportamiento de jovencita burguesa. Se siente atraída por ese extranjero de pasado inescrutable y halagada por la fascinación que ejerce sobre él. Decidida a demostrar que es capaz de todo sin amilanarse, inicia un descenso a los infiernos en el que tendrá que soportar durísimas humillaciones físicas y psicológicas. Solo cuando Paul -que ha mantenido un atroz soliloquio ante el cadáver de su esposa, empezando a comprender su verdadera situación personal- vuelve a ella para proponerle una mediocre vida en común experimentará el vértigo de la repulsión, negándose en redondo y teniendo que escapar por las calles, en busca del amparo de su viejo hogar familiar. Y al verlo invadido por la arrogancia con que él intenta disimular que la necesita desesperadamente, recurrirá a un arma para liberarse por fin y después avisará por teléfono a la policía, justificando su muerte con motivos también convencionales y alegando que ni siquiera sabe su nombre...
 No es posible reflejar en unas líneas la cantidad, precisión y sutileza de las sugerencias de todo tipo -sobre la familia, la educación, la religión, la soledad, el afán de dominación- que Bernardo Bertolucci logra engarzar en un argumento insólito que parece girar en torno a la dificultad de las relaciones de pareja o la vinculación entre el amor y el sexo, por ejemplo. Por debajo de esa epidermis que en su momento pudo resultar "escandalosa" -aunque hoy se comprueba que es mucho más cruda desde el punto de vista conceptual, mientras que visualmente resulta incluso demasiado púdica-, el cineasta lanza una mirada devastadora sobre nuestras formas de vida y nuestros agónicos esfuerzos por disfrazarlas de auténtica convivencia.

Pero, por encima de todo, llama la atención el exquisito rigor con el que construye su discurso. Desde la compleja estructura temporal del relato, donde no es fácil determinar el antes y el después de los distintos acontecimientos, hasta la organización y significado de los diversos espacios en que transcurre la acción: en una ciudad moderna, gris y hostil, pero donde las ventanas y los interiores prometen una calidez anaranjada, Jeanne posee, como territorios propios, la casa familiar -cuya invasión no tolera- y la finca de su infancia, que ha sido allanada, en cambio, por el equipo de rodaje de su excéntrico novio. Paul, en realidad, no posee ninguno, porque después de vagar por todo el mundo se ha sentido siempre como un huésped más en el sórdido hotel de su mujer. Y por eso el apartamento vacío, ajado y sucio, que encuentran ambos al mismo tiempo, funciona a la vez como tierra de nadie propicia para unos encuentros singulares y como penúltimo refugio para ensayar una relación imposible. No hay mensaje ni moraleja: Paul estaba abocado a la muerte por su radical soledad y Jeanne quiso juguetear con todas las ruputras y acaba volviendo al redil donde había sido educada. En el desarrollo de tan cruel parábola desempeñan un papel fundamental la extraordinaria fotografía de Vittorio Storaro, que impregna de sentido los colores y la contraposición de ambientes; la música nostálgica, decadente y a ratos irónica de Gato Barbieri, y la formidable interpretación de Marlon Brando, que aportó numerosas connotaciones autobiográficas a la construcción de uno de los personajes más potentes del cine contemporáneo.

Queda dicho que la carrera de El último tango en París tuvo unos comienzos azarosos, pronto desbordados por el enorme éxito comercial que le proporcionó su fama de película erótica. Fue tachada de pornográfica por quienes seguramente no la habían visto, y decepcionó sin duda a muchos espectadores que se dejaron engañar por ese reclamo. Pero también desde el principio recibió grandes elogios de la crítica y con el paso del tiempo no ha hecho sino ganar en la consideración de quienes entienden el cine como un arte capaz de expresar de forma bella los más granes sugestivos pensamientos. Manuel Vázquez Montalbán lo formuló así, en Carlos F. Heredero (ed.), Bernardo Bertolucci. El Cine como razón de vivir (San Sebastián, Festival de Cine y Filmoteca Vasca, 2000): "La ensimismada angustia del personaje interpretado por Marlon Brando instrumentaliza a la muchacha prescindiendo de su identidad y obliga al espectador a asumir la dialéctica real de las relaciones humanas, un conflicto entre la norma y el instinto, la conciencia y la pulsión anexionista que puede llegar al canibalismo".

Un instante antes de caer muerto, Paul pega en la barandilla del balcón el chicle que ha llevado en la boca durante bastante tiempo. Curiosamente, al comienzo de La luna (1979), Douglas, padre del joven protagonista, encuentra uno idéntico en la misma posición y reprocha a su hijo que los deje por todas partes, estableciendo una sutil conexión entre ambas películas.

LOS SETENTA - La última película


TÍTULO ORIGINAL: The Last Picture Show
AÑO: 1971
DURACIÓN: 118 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Peter Bogdanovich
GUIÓN: Larry McMurty y Peter Bogdanovich,
basado en la novela de McMurty
PRODUCCIÓN: BBS/Last Picture Show
(Stephen J. Friedman)
FOTOGRAFÍA: Robert Surtees (blanco y negro)
MONTAJE: Donn Cambern
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Walter Scott Herndon
MÚSICA: Varias grabaciones de los años 50
INTÉRPRETES: Timothy Bottoms (Sonny Crawford), Jeff Bridges (Duane Jackson),Cybill Shepherd (Jacy Farrow), Ben Johnson (Sam El León), Cloris Leachman (Ruth Popper), Ellen Burstyn (Lois Farrow)
GÉNERO: drama // años 50 / vida rural / adolescencia




ARGUMENTO

Año 1951. Anarene es un pequeño pueblo de Texas condenado a la decadencia y el olvido en el que vive una galería de sufridores: Billy, el introvertido huérfano sordomudo del que todos se ríen, que pasa del día barriendo las polvorientas calles como un autómata; Sam "el León", un viejo cowboy que en su senectud regenta los oscuros billares y el desconchado cine de la localidad donde se proyectan antiguos clásicos; Genevive, la camarera de vuelta de todo condenada a pasarse la vida sirviendo hamburguesas a su escasa y hambrienta clientela; Lois Farrow, la amargada esposa casada con el petrolero rico de la zona, cuya única hija, Jacy, experimenta una vida desordenada en lo relativo a los placeres carnales tratando de evitar el tedio amoroso de su progenitora; y Ruth, la infeliz esposa del entrenador del equipo de fútbol del instituto, condenada a la soledad y la depresión crónica de la menopausia. Alrededor de este elenco de perdedores se mueven Sonny y su amigo Duane, dos adolescentes sin ningún porvenir que, sin embargo, conservan una gran amistad y una visión descontaminada de la vida. Sonny canaliza su educación sentimental en la figura de Sam, al que reconoce como su mentor, mientras se ocupa de Billy como si fuese su hermano. Duane trabaja como pocero y sueña con casarse algún día con su novia, Jacy Farrow, sin sospechar que para la caprichosa joven él es sólo un divertimento pasajero.

Un buen día, Sonny comienza una relación furtiva con Ruth, la mujer del entrenador, veinte años mayor que él. Mientras la aventura dura, el muchacho se siente feliz, aunque consciente de su evanescencia. Las cosas se complican cuando Sam muere repentinamente y Jacy abandona a Duane de forma caprichosa para liarse con otro joven con más futuro. Entonces la sensual rubia engatusa a un embobado Sonny hasta conseguir casarse con él en secreto como medida de rebeldía contra la voluntad de sus padres. El episodio, además de la desesperanza de Ruth, genera una pelea entre los dos amigos que solo se saldará cuando tiempo después acudan juntos a ver la última película que el cine proyecta antes de su anunciado cierre, justo el día anterior a la marcha de Duane a la guerra de Corea. El mundo parece desmoronarse para Sonny cuando un desgraciado atropello acaba con la vida de Billy. Confuso y maltrecho emocionalmente, no es capaz de huir del pueblo y termina encaminando sus pasos hacia la casa de Ruth en busca del perdón y el cariño que un día tuvo.



COMENTARIO

Peter Bogdanovich (Nueva York, 1939) es, además de responsable de una veintena de largometrajes entre los que se halan algunos de estimable calidad, un cinéfilo compulsivo que ha escrito algunos de los ensayos pedagógicos de mayor difusión en torno a la obra de realizadores admirados como John Ford o Howard Hawks. Hijo de un matrimonio entre serbio y austriaca huido del nazismo, en los 50 se desmpeñó como actor de teatro y televisión, programador de películas en el MOMA y crítico de cine. Su gran oportunidad se la dio Roger Corman al producirle su primer film, Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas (Voyage to the Planet of Prehistoric Women, 1967). Su posterior maduración en el oficio se confirma en El héroe anda suelto (1968), pero su consagración como cineasta se la debe, sin ninguna duda, a su siguiente trabajo: La última película. Esta se filmó en once semanas en la ciudad natal de McMurtry (Archer City), que inspiró el libro, en un ambiente tenso en el que el realizador se relacionaba exclusivamente con los actores desatendiendo al resto del equipo. El montaje lo llevó a cabo el propio Bogdanovich trabajando durante seis meses en su casa de California, pero, no queriendo acaparar protagonismo en los créditos, el realizador adjudicó este mérito al montador Donn Cambern, a pesar de que únicamente se había ocupado de unos retoques finales.

La última película es, ante todo, un hermoso film poético arrollador en su propuesta emocional.  El tratamiento fotográfico en blanco y negro, unido a la brillante puesta en escena de corte naturalista que Bogdanovich emplea, arropa muy bien la mirada crepuscular que orquesta sus imágenes. Si se resiente en el plano argumental, ello se debe únicamente a su obligada condensación del material literario original y su renuncia a casi media hora de metraje por exigencia de sus productores. Sin embargo, su diáspora de tramas no supone merma alguna para que el aparente folletín de personajes que disecciona trascienda hasta convertirse en una bella metáfora de la América previa a la guerra fría. Más allá de su condición de drama bien dirigido, el tiempo ha macerado el film, viéndose ahora como una certera radiografía audiovisual sobre el tránsito hacia la madurez y un ejemplo de lo que el Nuevo Hollywood proponía como alternativa al cine pretérito.

Es justo adjudicar una gran parte de sus méritos al trabajo actoral, un aspecto que el director estimuló mucho durante el rodaje, consciente de la delgada línea que separa la verdad del esperpento. Todos ellos, sin excepción, se elevan por encima de lo que los pulsos dramáticos de sus escenas exigen para regalar, con la ayuda de Bogdanovich, momentos inolvidables al espectador: el montaje de cortes que arma el striptease de Jacy en el trampolín de la piscina, la instintiva reacción de Sonny ante la absurda y cruel muerte de su amigo Billy rodada en plano secuencia, o la lírica historia que Sam relata a su pupilo con el lago protagonista de fondo -brillantemente reforzada por un elegante travelling de avance y retroceso- son ejemplos representativos de un film trufado de aciertos formales.

En el plano tematico, La última película homenajea la cinefilia clásica tan del agrado de su responsable al utilizar el cine de la localidad como el último paraíso perdido de la inocencia. La proyección de Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948) que comparten los dos protagonistas antes de su separación y la clausura definitiva del local son utilizadas como una representación simbólica de un tiempo extinto que ya nunca volverá. Dejada atrás la dulzura de la juventud, el mundo adulto se presenta agridulce y complejo: las relaciones sexuales plenas no proporcionan la felicidad anhelada y el compromiso no es un equivalente del amor. Además de conseguir tres BAFTA, una decena de premios internacionales y dos Oscar, las críticas que recibió fueron excelentes. Fue el comienzo de Cybill Shepherd en el cine y el catalizador para su relación sentimental con Bogdanovich. Atendiendo al resto del reparto, muchas de las entonces jóvenes promesas del cine independiente -Timothy Bottoms, Ellen Burstyn y Jeff Bridges- encontraron en La última película una oportunidad para hacer despegar sus carreras.

Fue el actor Sal Mineo quien aconsejó a Bogdanovich que leyera el libro homónimo escrito por Larry McMurtry, sin sospechar que finalmente el propio escritor de la novela sería co-guionista de la versión cinematográfica, necesariamente menos densa que la literaria al condensar su acción dramática en un año trascurrido entre 1951 y 1952. La rica banda sonora empleada se abasteció exclusivamente de música de la época y fue utilizada siempre, por orden de Bogdanovich, de forma diegética. Orson Welles sugirió a Bogdanovich que, para obtener mayor profundidad de campo, rodara el film en blanco y negro, lo que además ayudaría a mejorar las interpretaciones y reflejar el tono lánguido de la historia.

LOS SETENTA - La naranja mecánica

TÍTULO ORIGINAL: A Clockwork Orange
AÑO: 1971
DURACIÓN: 136 minutos
PAÍS: Reino Unido (y Estados Unidos)
DIRECTOR: Stanley Kubrick
GUIÓN: Stanley Kubrick, basado en la novela homónima de Anthony Burgess
PRODUCCIÓN: Stanley Kubrick para
la Warner Bros y Hawk Films
FOTOGRAFÍA: John Alcott (Warnercolor)
MONTAJE: Bill Butler
MÚSICA: Wendy Carlos, Erika Eigen
INTÉRPRETES:Malcolm McDowell (Alex), Warren Clarke (Dim), James Marcus (Georgie), Michael Tarn (Pete), Philip Stone (padre), Sheila Raynor (madre), Michael Bates (jefe de la prisión), Godfrey Quigley (capellán de la prisión), Miriam Karlin (señora de los gatos), Clive Francis (el arrendatario), Patrick Magee (Frank Alexander), Adrienne Corri (señora Alexander)
GÉNERO: ciencia ficción / drama // crimen / thriller psicológico / película de culto



ARGUMENTO

Alex es el joven jefe de una extravagante banda de delincuentes callejeros. Él y sus tres "drugos" preparan la noche en un bar donde solo se bebe leche (aderezada con alguna que otra sustancia). Ya en la calle, en un lugar incierto en un tiempo futuro indefinido, estos clasistas y violentos muchachos estrenan sus sesiones violentas de diversión propinando una paliza a un mendigo. La hazaña de esa noche de otro grupo de pandilleros es la violación de una chica en el escenario de un casino abandonado, ocasión que aprovechan las dos bandas  para pelearse entre sí. Conducción temeraria para continuar la noche y ataque a un matrimonio en su casa, con violación de la mujer, son las siguientes acciones nocturas. Tomando una última copa de nuevo en el mismo bar, se descubre la pasión de Alex por la Novena sinfonía de Beethoven, música que suele oír para descansar. Despreciado por sus compañeros de banda, una noche intentan el atraco de la mansión de la señora de los gatos, a la que Alex mata. Agredido a su vez por los compañeros, la policía lo detiene y, tras ser apaleado, ingresa en la cárcel. 

Allí se dedica a la lectura, y su buen comportamiento y su acercamiento al capellán de la prisión lo llevan a solicitar voluntariamente sometere al método Ludovico de modificación de la conducta. Quiere ser bueno y se arriesga al peligro que supone este tratamiento fuera de la cárcel. En el centro Ludovico, con camisa de fuerza, le obligan a ver películas con escenas violentas hasta que consigue asociar dolor y malestar personales con violencia física y agresión sexual. Tras el éxito del tratamiento vuelve a su casa como un joven educado, pero no puede quedarse allí por el rechazo de sus padres. En su deambular tropieza con dos de sus antiguos "drugos", ahora policías, que le dan una paliza. Buscando ayuda, termina en la primera casa que atracaron. El marido, que sobrevivió al ataque aunque en silla de ruedas, le prepara la venganza de provocarle exasperación a través de la música de Beethoven, que ahora no soporta, hasta conseguir un intento de suicidio arrojándose al vacío por una ventana.

Ya en el hospital, es visitado por el ministro, acusado de poner en práctica métodos de tortura, con quien se hace fotos de conveniencia para la prensa, momento en que, al sentirse protagonista, recupera su instinto natural tendente a la violencia, demostrando la ineficacia del tratamiento.



COMENTARIO

Adaptación de una novela de 1962 sobre la que se han producido múltiples alteraciones de personajes y sucesos. El fondo temático del film muestra una crítica del conductismo como método de terapia que propone asociar al malestar físico el comportamiento violento, idea procedente ya de la novela. Para conseguir ese efecto más reforzado aún, Stanley Kubrick no incorpora el últmo capítulo del relato, donde el joven se reinserta y reconduce su comportamiento, tal como se publicó en la edición estadounidense. La rareza de los personajes no resulta extraña en la filmografía de Kubrick, quien llega a La naranja mecánica tras década y media de trabajo como cineasta, con películas inquietantes e incluso incómodas para el espectador y la crítica. No solo aborda temas perturbadores; lo hace también con una especial forma de visualizar y de ofrecer una mirada insólita en muchos casos, decidido y atrevido probador de todos los recursos innovadores que las nuevas tecnologías ponen al alcance del realizador de cine.

Año bélico y violento donde los haya, junto a Johnny cogió su fusil (Dalton Trumbo) o Perros de paja (Sam Peckimpah), La naranja mecánica puede engañar a primera vista. El primer plano muestra ya la rareza de la vestimenta del personaje principal y sus compañeros: con la pestaña postiza y el bombín, vestido de blanco, con tirantes, botas militares y suspensorio, la caracterización de los personajes es, sin duda, una de las bazas fuertes del film, secundada además por una interpretación actoral que convierte a Alex, a su tutor del correcional o a sus propios padres, además de a los "drugos", en seres de ficción muy cercanos a la máscara cínica, personajes histriónicos y ridículos, con su jerga extraña.

La excusa de la localización de la historia en un momento del futuro da la oportunidad al realizador de hacer de la puesta en escena igualmente otra de las cartas de identidad de la cinta. La extrañeza se produce en la alternancia de lugares post-holocausto, sucios, desvencijados, con interiores de decorados psicodélicos capaces de alternar colorido con monocromatismo o modernidad popartística con máquinas de escribir antiguas. La crítica ha incidido siempre en lo experimental de este trabajo de Kubrick, no obstante hay que hacer notar que las ralentizaciones y acelerados de la imagen y el juego del tiempo narrativo que ello supone, no son elementos suficientes para hablar de esperimentación o técnica de videoclip.

La realización de la película, de hecho, no es especialmente llamativa; no sucede así con todo lo relacionado con la puesta en escena. Se trata de un film rompedor en cuanto a estética, destacando sobre todo la fotografía, que realza elementos del decorado ya de por sí llamativos: el pene de adorno de la casa de la señora de los gatos, con el que es asesinada, las humillantes mesas-mujer del milk-bar, la decoración feliz de la cocina de la casa de Alex. A pesar de lo llamativo de todos estos elementos, el mensaje de fondo no se pierde, muy al contrario. Las palabras del capellán de la cárcel, cuando asevera que es mejor ser malo por voluntad propia que no bueno sin convicción y por obligación, revelan esa crítica patente de la deshumanización del método Ludovico que se aplica al joven, y que es el correlato cinematográfico del conductismo. La bondad inducida es tan criticada como el cinismo evidente de los jóvenes, capaces de cantar Singing in the rain mientras violan y asesinan, pero también la del ministro al hacerse la foto de prensa con el chico a pesar de fomentar ese tipo de tratamientos, situando al mismo nivel la crueldad perversa de los jóvenes delincuentes con la de los poderes fácticos, cuyo momento extremo es el de la escena de la camisa de fuerza y los ojos forzados a mantenerse abiertos a través de un mecanismo de enganches metálicos. Desde el punto de vista narrativo resulta convincente la construcción del relato a partir de un narrador autodiegético, el propio Alex contando su historia como narrador consciente, puesto que se refiere a sí mismo en la pantalla como "vuestro narrador".

Las continuas referencias sexuales y de violencia no favorecieron que la película consiguiera premios en la Academia de Hollywood ni en los Globos de Oro, aunque sí fue nominada a ambos. Muy censurada, La naranja mecánica fue retirada de los cines en Inglaterra a partir de un momento tras su estreno después de unas sesenta semanas, a petición propia de Kubrick, tras una serie de actos violentos, e incluso algún homicidio, sobre los que se rumoreó que estaban relacionados con la historia que cuenta el film. Solo fue reestrenada tras la muerte del cineasta en el año 2000, ya considerada como una película de culto, a pesar de haber sido calificada X en Estados Unidos.

La audición de la banda sonora musical de la película al completo resulta muy recomendable, sobre todo para poder apreciar cómo esa música, de presencia continua y agobiante en el film, fuera de él, separada de las imágenes que acompaña, resulta mucho más inocente. Ademas de las piezas clásicas conocidas, cuenta con una de las primeras ocasiones de uso de la música sintética, obra del compositor Walter Carlos. Son muchas las referencias a La naranja mecánica en otros productos de las industrias culturales, en otras películas, en canciones o videojuegos. Puede visionarse el capítulo especial de noche de brujas de Los Simpsons, donde Bart va vestido como Alex, o el capítulo en el que el señor Burns emplea el método Ludovico en su versión maltrato de animales. Algunos videoclips que recurren a elementos de la película son los de las canciones The universal, de Blur (de alto nivel de intertextualidad, donde se recrean escenas y escenarios), o Welcome to the Jungle, de Guns N'Roses. 

LOS SETENTA - Aguirre, la cólera de Dios

TÍTULO ORIGINAL: Aguirre der Zorn Gottes
AÑO: 1972
DURACIÓN: 93 minutos
PAÍS: Alemania del Oeste (RFA)
DIRECTOR: Werner Herzog
GUIÓN: Werner Herzog, basado en el diario de Gaspar de Carvajal
PRODUCCIÓN: Werner Herzog Filmproduktion
FOTOGRAFÍA: Thomas Mauch
MONTAJE: Beate Mainka-Jellinghaus
EFECTOS ESPECIALES: Juvenal Herrera y Miguel Vázquez
MÚSICA: Popol Vuh
INTÉRPRETES: Klaus Kinski (Lope de Aguirre), Helena Rojo (Inés de Atienza), Ruy Guerra (don Pedro de Ursúa), Del Negro (Gaspar de Carvajal), Peter Berling (don Fernando de Guzmán), Cecilia Rivera (Flores de Aguirre), Dany Ades (Perucho), Armando Polanah (Armando), Edward Roland (Okello)
GÉNERO: aventura / drama // histórico / siglo xvi / conquista de américa / existencialismo / naturaleza / humor negro


ARGUMENTO

"A finales de 1560 una gran expedición española comandada por el conquistador Gonzalo Pizarro partió de la antiplanicie peruana en busca de un lugar mítico, El Dorado, territorio repleto de yacimientos de oro que según los indios se situaba en las ignotas fuentes del Amazonas. El único testimonio que se conserva de aquella expedición, desaparecida sin dejar huella, es el diario de fray Gaspar de Carvajal". Con este texto comienza la famosa película de Werner Herzog, que narra el proceso de enajenación mental que llevó a Lope de Aguirre (1510-1561), apodado el Loco, a rebelarse contra Pizarro y el gobernador del Perú, hasta convertirse en un traidor al imperio español de Felipe II, un rebelde que perseguía un sueño imposible. Tras derrotar a los incas, Aguirre y sus lugartenientes, don Fernando de Guzmán (encarnado por el célebre escritor alemán Peter Berling), don Pedro de Ursúa, el citado fraile y el resto de la expedición quedan atrapados en un terreno selvático e inexplorado. Lo que debió ser una excursión de saqueo de una semana, en un descenso en balsa por el Amazonas, se convierte en un viaje infernal sin fin. Múltiples desastres, disputas, enfermedades van minando la moral de los conquistadores españoles, unidos al cerco de los indígenas, que van eliminándolos con sigilo animal. El hambre, las enfermedades y, sobre todo, la locura obsesiva de Aguirre haran fracasar la expedición, que terminará con la muerte de todos ellos.



COMENTARIO

Partiendo de este supuesto texto (en realidad, una pura invención de Werner Herzog) y del conocido libro La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964), del escritor Ramón J. Sender, Herzog escribe un guión en dos días y medio ("de pura locura", admite el director), lo produce también y dirige, poco después, una de sus películas más importantes y una de las obras maestras de lo que se llamó Nuevo Cine Alemán. Nacido en Munich en 1942, Werner Herzog Stipetic debutó muy joven en el largometraje con Signos de vida (1967), a la que siguieron También los enanos empezaron pequeños (1968) y Fata Morgana (1971). Es un director proteico, con una obra amplísima que, además de una veintena de largometrajes en cuarenta y pocos años, incluye la dirección de más de treinta documentales y trabajos para televisión, unos trece cortos, así como obras de teatro y óperas (un total de dieciocho montajes operísticos, en Alemania e Italia, fundamentalmente, con dos incursiones en Japón y España).


Sin embargo, pese a tal despliegue creativo y a una energía vital excepcional, sus mayores logros fueron en la década de 1970 y, de entre ellos, su obra más conocida y reconocida internacionalmente fue y sigue siendo, cuarenta años después, Aguirre, la cólera de Dios, su cuarta película, a la que siguió la notable El enigma de Kaspar Hauser (1974).

Interesado por la Historia (fue estudiante universitario de Literatura y de Historia) y por sus personajes más intrigantes y colaterales, Herzog desarrolla a partir de la figura de Aguirre una historia exótica sobre la megalomanía, mediante la disección en imágenes de una monumental utopía, tema central de casi toda su obra fílmica. Cuenta cómo Pizarro divide su expedición en dos y nombra a don Pedro de Ursúa comandante de la misión río abajo, acompañado de su esposa, doña Inés de Atienza, don Lope de Aguirre y su hija Flor y don Fernando de Guzmán. Parten el 4 de enero de 1561 guiados por Aguirre. Rompen los lazos con la España de Felipe II y nombran a Guzmán emperador de El Dorado. Tras su muerte por infección, ahorcan a Ursúa.


Ha pasado un mes y nada se sabe del oro. "Mis hombres solo buscan oro, cuando es más importante el honor y la fama", le dice Aguirre al fraile. Alucinado (en una interpretación única de Kinski), Aguirre los conduce a un suicidio colectivo, mientras sus hombres caen como moscas bajo las flechas envenenadas de un enemigo invisible y de las enfermedades y el hambre. Escuchamos en voice over los pensamientos de Aguirre: "Yo soy la cólera de Dios". Tras encontrar el cadáver de Flor planea casarse con su hija y continuar una estirpe de emperadores en Nueva España. Estas imágenes existencialistas son las más impactante, junto con las del inicio: filas de conquistadores e incas descendiendo por un desfiladero de la cordillera andina, rodeados de nubes.


Los planos de los rápidos del río, la construcción de la balsa, la pesca, están rodados exclusivamente en exteriores con una fotografía realista y con cámara al hombro, lo que confiere al film un aspecto extrañamente documental y atemporal. Las espectaculares imágenes de la húmeda selva amazónica se ven perfectamente arropadas por la música electrónica, trascendente y repetitiva, dotándolas de un aliento poético inconmensurable. Hay que hacer hincapié en la banda sonora, porque, aunque pudiera parecer contradictorio emplear música postmoderna para una narración de época (el siglo XVI en este caso), las imágenes enajenadas de Kinski y los demás actores perdidos en la inmensidad amazónica encajan con maestría con esta música hipnótica creada con una mezcla de guitarra eléctrica y melotrón (instrumento musical polifónico, electromecánico, inventado a comienzos de los años sesenta por Harry Chamberlin), por obra y gracia de Popol Vuh (nombre tomado del célebre libro maya homónimo), grupo de rock progresivo alemán que volvería a trabajar con Herzog en otras seis películas más, entre ellas las geniales Nosferatu (1979) y Fitzcarraldo (1982).


Aguirre representa perfectamente las esencias de casi todos los protagonistas herzoguianos (héroes o antihéroes, según se mire): a saber, la utopía de querer cumplir sueños imposibles, individuales o colectivos, y el conflicto entre el ser humano y la Naturaleza circundante (pensemos en Fitzcarraldo o Cobra verde). Hay en el film, por lo menos, tres conexiones cinéfilas que merecen ser citadas. En primer lugar, se ha escrito que la secuencia final con el travelling circular sobre la balsa, repleta de cadáveres, macacos y con un enajenado Aguirre, es un homenaje a Os cafajestes (1962), debut del mozambiqueño Ruy Guerra, afincado en Brasil, que interviene como actor en Aguirre, la cólera de Dios en el importante papel de don Pedro de Ursúa. En segundo lugar, se detecta un influjo evidente en Apocalypse Now (1979), tanto en la historia del viaje río abajo como en las difíciles condiciones del rodaje en la selva y, en suma, en los problemas psicológicos de ambos cineastas, Herzog y Coppola. Coppola reconoció esta influencia al afirmar: "Aguirre, con su increíble imaginería fue una influencia muy fuerte [en Apocalypse Now]. No sería honesto si no lo mencionase". Y, en tercer lugar, Herzog realizó casi tres décadas más tarde, con el numeroso material sobrante, un interesante documental que narra, entre otras cosas, aquel rodaje amazónico y la intensa lucha de egos entre él y Klaus Kinski, hasta el punto de querer ambos asesinarse: Mi enemigo íntimo (Mein liebster Feind, 1999).


Por si fuera poco, la impronta de esta maravilla de séptimo arte crece al detectar que también ha sido fuente de inspiración de Roland Joffé y su excelente acercamiento a las misiones amazónicas en La misión (The Mission, 1986) y a la penúltima obra maestra de Terrence Malick, El nuevo mundo (The New World, 2005), en la que las concomitancias son aún más claras que en Guerra, Coppola o Joffé, entre otros.

El escritor argentino Abel Posse, partiendo muy posiblemente del final de Aguirre, la cólera de Dios, inventa una fábula fantástica sobre Lope de Aguirre y su ejército perdido en la selva amazónica en su muy recomendable novela Daimón (1978), que J. J. Armas compara con Cien años de soledad.

lunes, 4 de noviembre de 2013

LOS SETENTA - Rocky


TÍTULO ORIGINAL: Rocky
AÑO: 1976
DURACIÓN: 119 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: John G. Avildsen
GUIÓN: Sylvester Stallone
PRODUCCIÓN: Robert Chartoff e Irwin Winkler para Chartoff-Winkler Productions y United Artists
FOTOGRAFÍA: James Crabe
MONTAJE: Scott Conrad y Richard Halsey
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: James H. Spencer
MÚSICA: Bill Conti
INTÉRPRETES: Sylvester Stallone (Rocky Balboa), Talia Shire (Adrian Pennino), Burt Young (Paulie Pennino), Carl Weathers (Apollo Creed), Burgess Meredith (Mickey Goldmill), Thayer David (George Jergens), Joe Spinell (Tony Gazzo), Jodie Letizia (Marie)
GÉNERO: drama // deporte / boxeo





ARGUMENTO

Rocky es un boxeador fracasado que despúes de más de sesenta combates se sigue partiendo la cara en cuadriláteros de poca categoría por 40 dólares. Vive solo en un cuchitril del barrio obrero de Fishtown (Filadelfia). Secretamente está enamorado de Adrian, la tímida dependienta de la tienda de animales que frecuenta para alimentar a sus dos tortugas, única compañía del púgil. Para llegar a fin de mes trabaja esporádicamente como recaudador del hampón del barrio, el señor Gazzo, lo que no impide que sus vecions aprecien a Rocky por su entereza y bondad. Su repentina expulsión del gimnasio en el que se entrena genera un enfrentamiento con Mickey, el viejo mánager que regenta el local, quien le ha retirado la confianza y le aconseja dejar el boxeo. Simultáneamente, Rocky se aventura a cortejar a Adrian hasta conseguir el deseado noviazgo a pesar de la oposición de su hermano Paulie, un hombre pusilánime que subsiste trabajando en un matadero cuando no está borracho. En esas fechas, el campeón del mundo de los pesos pesados, Apollo Creed, está en la ciudad. Ha invertido una gran suma de dinero en publicidad para su próximo combate y se le ocurre una idea para rentabilizar el evento: dará una oportunidad de pelear a un boxeador local. Rocky tiene la suerte de ser el elegido, en la confianza de que no durará tres asaltos en pie. Su suerte cambia, aunque se encuentra indefenso ante la polvareda mediática que le presenta como un pelele del campeón. Un arrepentido Mickey irrumpe en su casa ofreciéndose a entrenarle y con ello llega la reconciliación entre ambos.

Rocky comienza a ponerse en forma: a las carreras matinales suceden las sesiones de entrenamiento golpeando las piezas de carne del matadero de Paulie que sustituyen al tradicional saco. Además, la relación con Adrian se consolida y el gruñón hermano acepta su consumado amor. La noche previa al combate, Rocky experimenta cierta frustración ante la certeza de una derrota segura. Sin embargo Adrian le convence de que si llega en pie al final habrá dejado de ser un perdedor. El día del combate Rocky recibe una tremenda paliza, pero su fortaleza moral y física le ayuda a aguantar los catorce asaltos frente a un incrédulo y agotado Apollo. Cuando suena la campana final el campeón se hace con la pelea por puntos, pero el ganador moral es Rocky, y el público corea su nombre mientras él y Adrian se funden en un abrazo.



COMENTARIO

A mediados de los setenta, Sylvester Stallone era un actor de reparto sin posibilidades de éxito que, frustrado ante la desdicha profesional, se decidió a escribir un guión inspirado en el combate de Chup Wepner y Muhammad Alí celebrado en 1975 en Cleveland. En esta pelea, Wepner le aguantó los quince asaltos pactados al campeón y solo cayó pocos segundos antes del final. Wepner, como el personaje de Rocky, solo era una medianía deportiva cuya gesta, aderezada con elementos biográficos del propio Stallone, inspiró la trama del film. El guión, escrito en tres días y titulado inicialmetne Paradise Alley, interesó a los productores Irwin Winkler y Robert Chartoff, que tras reunirse con el actor quedaron impresionadaos por su fe en el proyecto. Decididos a producir la película, llegaron a ofrecer 350.000 dólares por el guión con la idea de que lo protagonizara una estrella. Pero Stallone, obstinado en hacerse con el papel, les convenció de ello a cambio de no cobrar un dólar por su texto y realizar algunos cambios que modificaran el tono pesimista y oscuro del original. Con un millón de dólares de presupuesto, la película se rodó en 28 días bajo la dirección de oficio de John G. Avildsen, aunque Winkler y Chartoff tuvieron que avalar con la hipoteca de sus casas unos 100.000 dólares extras para poder terminarla.

El film anticipó el culto al cuerpo propio de los años ochenta y lanzó la carrera de Stallone como actor, director, guionista y productor de películas de acción, entre las que destacan, además de las cinco entregas de Rocky, las cuatro que inician la saga de Acorralado (First Blood, Ted Kotcheff, 1982), en las que interpreta al excombatiente de Vietnam John Rambo. Rocky revisó el subgénero de los filmes de boxeo haciéndolo evolucionar hacia un cine espectáculo en el que la violencia de los combates y la estética del músculo se convierten en ingredientes habituales. Combinando una trama de forja heroica con una clásica historia de amor consiguió calar en el gran púbico al presentar a América como la tierra de las oportunidades: Rocky, trasunto del propio Stallone, ejemplificaba de forma conmovedora la figura del perdedor de intachable moral capaz de alcanzar un sueño.

Precisamente, uno de los elementos clave de la cinta reside en la composición del personaje del boxeador de gran corazón y poco cerebro que se erige como un antihéroe popular diseñado para conseguir la empatía del público: su chupa de cuero, su sombrero, su insepararable pelota de goma, sus viejos mitones y su brutal corpulencia le aportan un aire de bravucón solitario que contrasta con su preocupación por los jóvenes de su barrio, su amor por los animales, su galante trato con la mujer a la que ama, su primitivo humor infantil o su piedad con los desfavorecidos. Pero, en conjunto, el tono crepuscular que gobierna su vida queda desplazado desde el momento en el que Rocky se topa con una oportunidad de redención en la que puede demostrarse a sí mismo que no es un perdedor.

La extraordinaria interprestacion de Stallone, verdadero artífice del proyecto, y el buen hacer de John G. Avildsen se unieron para fraguar un film repleto de pasajes memorables, entre los que destaca la secuencia de montaje en la que el protagonista se entrena subiendo las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia mientras suenan los compases del tema principal, compuesto por Bill Conti. En la misma, el sistema de filmación steadycam (una cámara sujeta a un sistema de poleas que evita movimientos  bruscos del operador) fue utilizado por primera vez en el cine, proporcionando un pasaje épico en torno al afán de superación que mueve el esfuerzo.

Los dos primeros tercios de la película, filmados con teleobjetivos y cámara en mano, aportan cierto aire documental que inyecta realismo a una trama que, en su recta final, se precipita al registro del cine de acción de corte espectacular. Mediante un montaje que instroduce el punto de vista dentro del cuadrilátero (antecedente de la puesta en escena en Toro Salvaje (Martin Scorsese, 1980), el clímax de la película despliega una coreografía en la que caben imágenes ralentizadas que amplifican la violencia, planos cenitales y rápidos movimientos de cámara que subrayan el estado emocional de los personajes y una banda sonora que va creciendo en concordancia con la ascención dramática, todo ello rodado en chillones colores que estimulan el ojo del espectador.


Rocky fue todo un éxito al recaudar unos 110 millones de dólares antes de que la retiraran de cartel, convirtiéndose así en la quinta película más taquillera de todos los tiempos. Entre otros premios, obtuvo tres Oscar de los diez a los que fue nominada: mejor película, director y montaje. En su expansión serial Rocky ha generado hasta la fecha cinco secuelas cinematográficas y numerosos videojuegos. En 1982, se colocó en lo alto de la escalinata del Museo de Arte de Filadelfia, una estatua utilizada para la promoción de Rocky III (Sylvester Stallone, 1982), convirtiendo al actor en un icono popular de la ciudad.

LOS SETENTA - Saló o los 120 días de Sodoma

TÍTULO ORIGINAL: Salò o le 120 giornate di Sodoma
AÑO: 1975
DURACIÓN: 116 minutos
PAÍS: Italia (y Francia)
DIRECTOR: Pier Paolo Pasolini
GUIÓN: Pier Paolo Pasolini
con la colaboración de Sergio Citti
PRODUCCIÓN: Alberto Grimaldi para
Produzioni Europee Associati
y Les Productions Artistes Associés
FOTOGRAFÍA: Tonino Delli Colli
MONTAJE: Nino Baraglio
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Dante Ferreti
MÚSICA: Ennio Morricone
INTÉRPRETES: Paolo Bonacelli (el duque), Giorgio Cataldi (monseñor), Umberto Paolo Quintavalle (el magistrado), Aldo Valletti (el presidente), Caterina Boratto (Sra. Castelli), Elsa de Giorgi (Sra. Maggi), Hélène Surgère (Sra. Vaccari), Sonia Saviange (la pianista)
GÉNERO: drama // años 40 / erótico / esclavitud / homosexualidad / película de culto


ARGUMENTO

Hacia finales de 1944, en el norte de Italia, a orillas del lago Garda, en una zona nazifascista (la República Social Italiana o República de Saló), cuatro individuos que se hacen llamar excelencia (un juez), duque (un noble), presidente (un político) y monseñor (un obispo) contratan a tres madamas para que con sus relatos sobre diversas prácticas sexuales exciten sus deseos de ponerlas en ejecución. Con la ayuda de un grupo de milicianos y la cooperación de los nazis, utilizan como víctimas de sus sevicias a un numeroso grupo de muchachos de ambos sexos que han secuestrado o detenido.
  1. La antesala del infierno. Captura y selección de muchachos y chicas como si fueran animales. "Daos por muertos, estáis a nuestra disposición".
  2. Círculo de los caprichos. La Sra. Vaccari cuenta sus primeras experiencias con un profesor pederasta. Luego, se van realizando con los jóvenes y entre ellos diversas variantes sexuales: sodomía, violación, felación, desfloración, voyeurismo, boda fingida, micción, etc.
  3. Círculo de la mierda. La Sra. Maggi habla de la excelencia de la coprofagia y la coprofilia. Se organiza una recogida de excrementos y un posterior festín con ellos. Los que se niegan son muertos, al igual que quienes son sorprendidos practicando sexo al margen de los dictados de los cuatro.
  4. Círculo de la sangre. La Sra. Castelli encomia el sadismo y las prácticas asociadas. Tres de los libertinos se visten de mujeres para celebrar una boda sacrílega que oficia el monseñor. En el patio se tortura salvajemente y se asesina a varios jóvenes sin piedad ninguna en busca de excitación y sensaciones. Los cuatro las realizan y/o las contemplan.



COMENTARIO

Última película de Pier Paolo Pasolini, que murió asesinado en una playa romana poco después de terminarla, víctima de un crimen nunca bien esclarecido. El film se estrenó mundialmente tras su muerte y se convirtió así en su testamento involuntario. Saló es, sin duda, una obra excepcional no solo por este motivo sino por su contenido y planteamiento. Supone un antes y un después en la presentación en la pantalla comercial (fuera de los circuitos X) de una serie de prácticas sexuales que podríamos clasificar de aberrantes y profundamente lesivas para quienes las ejecutan y son víctimas de ellas, pues supone en la mayoría de los casos un gravísimo atentado a la dignidad de las personas implicadas, a las que se reduce a la condición de meros objetos al servicio de la obtención de una satisfacción o placer del ejecutor o los testigos.

El propósito de Pasolini era claro: mostrar el abismo de abyección en el que caen todas las formas de poder absoluto, lo que suele denominarse totalitarismo, fascismo o dictaduras en términos politicos y que recibe, en el plano individual, una larga serie de nombres bajo el calificativo común de sexo forzado o inducido. Lo polémico de Saló es que para llegar a esta conclusión Pasolini ha escenificado y filmado la realización de estas prácticas en toda su crudeza convirtiéndonos también a nosotros en espectadores de este despliegue verdaderamente infernal que provoca asco, repugnancia y náusea, hasta el punto de que es frecuente que algunos abandonen la sala cuando ven el film por primera vez al considerar intolerables sus imágenes y situaciones.

¿Era necesario ser tan explícito? Los horrores de los campos de concentración, las prisiones, los centros de detención e interrogatorio, las torturas físicas y morales, los abusos de todo tipo aparecen muy a menudo en los medios audiovisuales porque lo morboso atrae y repele a un tiempo. Pero esta concentración de escenas, lo prolijo de algunas de ellas y el adobo de los relatos orales de las madamas con el acompañamiento de la pianista de un repertorio muy variado, las pinturas y obras de arte que "visten" el lugar de semejantes infamias (muy vinculadas, sobre todo, a las vanguardias de los años 20 y 30 del pasado siglo) componen una escenografía vacua y grandilocuente cuya intencionalidad resulta palmaria casi desde el comienzo. Se trata de poner en el mismo plano a estos cuatro "artistas" del propio placer (a costa de los demás) con el arte burgués del capitalismo avanzado. Habría, pues, que criticar la redundancia, lo complaciente y prolijo de algunas escenas y lo brutal de la argumentación. Pasolini, como guionista y director, acaba siendo tan totalitario con el espectador como lo es el cuarteto protagonista con sus víctimas. El artista por serlo no tiene bula. Se extralimita, lo mismo que los personajes que él mismo censura.

Con el paso del tiempo se aprecia más claramente en qué medida el film es deudor de su época. La izquierda europea había estado celebrando en esos años los funerales de la burguesía y se había hartado de verter las tintas más negras sobre los estamentos que habían posibilitado las atrocidades de los fascismos, olvidando por completo que en los regímenes comunistas del Este el totalitarismo había dado frutos tan amargos o peores. Y si no, recordemos a personajes tan sanguinarios y déspotas como Stalin o Mao.

Los mimbres del cesto pasoliniano son muy endebles. ¡Qué simple recurso el de los cuatro representantes del Derecho, la Política, el Dinero y la Religión! ¡Qué didáctico que el pueblo sencillo acabe apuntándose a los juegos de sus amos y que pueda ser más cruel que ellos! ¡Qué profesoral citar las fuentes y cobijarse bajo el paraguas de autoridades como Barthes, Sartre, Sade, etc.! Al final, Saló resulta vomitivo, no tanto por lo que muestra y denuncia como porque detrás de este feroz espectáculo subyace un nihilismo terrible y desesperado, una desconfianza total sobre la condición humana, a la que se ve capaz de las peores atrocidades, una neta repulsa de cuanto el hombre ha podido alcanzar como ser social. El encausado en este juicio riguroso ¿es el fascismo o el ser humano? Al principio del film se dice textualmente: "Todo es bueno cuando es excesivo". Esta sentencia explica perfectamente el planteamisento y realización de Saló por parte de Pasolini. Solo que la frase es ingeniosa, pero falsa. Y la prueba es esta misma película, no precisamente la mejor de un poeta y escritor metido a cineasta al que le gustaba no poco ser el centro de atención.

  Se ha tratado la asociación de fascismo, nacismo y totalitarismo al comentar Portero de noche. Dentro de la obra de Pasolini, el film más cercano a este es Pocilga (Porcile, 1969). Sobre aberraciones del poder omnímodo, hay semejanzas con Fellini Satiricón (Federico Fellini, 1969), Calígula (Tinto Brass, 1979), y todo el cine sobre los campos de concentración y exterminio. Aludamos al respecto tan solo a Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) y La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) como ejemplo de abusos cometidos por personajes megalómanos. El siguiente paso en la escalada de filmes que presentan salvajes y horrendas fechorías se dio en las llamadas snuff movies, es decir, aquellas películas que contienen torturas y asesinatos de personas reales, no trucados ni fingidos. La película argentina Snuff (sin director ni guionista acreditados, 1976) fue un "montaje" aunque alardeara de contener imágenes de este tipo. En Hardcore, un mundo oculto (Paul Schrader, 1979) se aludía a este tipo de cintas. Tanto en Tesis (1996) de Alejandro Amenábar como en Asesinato en 8mm (Joel Schumacher, 1999) se investigaba si era o no real lo que se presentaba como auténtico en un vídeo. Los informativos de diversos canales televisivos han difundido numerosos testimonios auténticos de ejecuciones (la de Saddam Husein) y de rehenes sacrificados ante la cámara.

martes, 10 de septiembre de 2013

LOS SETENTA - El coloso en llamas

TÍTULO ORIGINAL: The Towering Inferno
AÑO: 1974
DURACIÓN: 165 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: John Guillermin
GUIÓN: Stirling Silliphant, sobre las novelas The Tower, de Richard Martin Stern, y The Glass Inferno, de Thomas N. Scortia y Frank M. Robinson
PRODUCCIÓN: Irwin Allen para Twentieth Century-Fox y Warner Bros.
FOTOGRAFÍA: Fred J. Koenekamp y Joseph Biroc
MONTAJE: CArl Kress y Harold F. Kress
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Ward Preston
MÚSICA: John Williams
INTÉRPRETES: Steve McQueen (O'Hallorhan), Paul Newman (Doug Roberts), William Holden (Jim Ducan), Faye Dunaway (Susan), Fred Astaire (Harlee Claiborne), Susan Blakely (Patty), Richard Chamberlain (Roger Simmons), Jennifer Jones (Liselotte), Robert Vaughn (senador Parker), Robert Wagner (Bigelow), Norman Burton (Giddings), Jack Collins (alcalde Ramsay)
GÉNERO: acción / drama // catástrofes


ARGUMENTO

El arquitecto Doug Roberts aterriza en la azotea de un alto edificio de San Francisco, apodado "la torre de cristal", diseñado por él, para la fiesta de inauguración. Los técnicos ultiman el arreglo de pequeños fallos en las instalaciones del edificio, mientras el arquitecto tiene un encuentro amoroso con su novia, Susan. Al mismo tiempo, Claiborne, un anciano timador, llega en taxi, una profesora de pintura termina su clase con unos niños. En un almacén, un cuadro de control eléctrico, rodeado de productos inflamables, empieza tímidamente a arder. A ello se suma el fallo del sistema automático de detección de fuego. La avería impide al equipo de seguridad localizar el lugar del incendio y Roberts descubre un problema de calidades en determinados materiales del edificio. Abajo, un gran despliegue mediático se agolpa a la puerta del coloso, a los lados de la alfombra roja por donde van desfilando artistas y autoridades, incluido el alcalde de San Francisco y su esposa y el gobernador Parker, llegado exprofeso desde Washington para el evento. Queda inaugurada oficialmente la torre y comienza la fiesta con todo el edificio iluminado, majestuoso bajo el cielo de la noche.

Avisado el cuerpo de bomberos, la fiesta continúa mientas el propio arquitecto comienza su colaboración en el dispositivo de extinción diseñado sobre la marcha por el jefe de bomberos, O'Hallorhan. El intento de desalojar la fiesta en la planta 134 y derivarla hacia el vestíbulo se ven truncado ante lo avanzado del incendio, originado en la planta 81. Comienza el nerviosismo, la pérdida del control de los invitados y las primeras muertes en distintas dependencias. Todo intento de evacuación se va viendo frustrado por diversos motivos; el principal de ellos, el fuerte viento, que no permite el trabajo con los helicópteros. Tras la muerte de alrededor de doscientas personas, la voladura de los depósitos de agua situados en la azotea del edificio es lo único que consigue acabar con el fuego, que ya ha destruido casi toda la torre.



COMENTARIO

Lo catastrófico y lo apocalíptico han sido siempre connaturales al cine desde sus orígenes, pero el género de catástrofes, uno de los más prolíferos, llega a su esplendor en la década de los setenta del siglo XX. Volcanes, huracanes, terremotos, animales, pasados por el filtro de la ciencia ficción o no, se renuevan después ya a mediados de los noventa. La inauguración de elementos creados por la cultura humana, desafiando a la naturaleza, también es un tema recurrente en el cine. Esta expresión del miedo al fin es según algunos críticos síntoma de la inseguridad social ante el poder y el momento en que toca vivir. Aeropuerto (George Seaton, 1970), y sus secuelas, La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972) y Terremoto (Mark Robson, 1974) son algunos títulos de los más celebrados de este momento.

El director John Guillermin fue autor de documentales y series de televisión en los años cincuenta y en su haber figuran las direcciones de Tarzán en la India (1962), El Cóndor (1970) y King Kong (1976). Pero tan importante como él es el productor, Irwin Allen, apodado "Disaster Man", por su dilatada carrera televisiva como creador de series de ciencia ficción: Perdidos en el espacio (1965-1968), Viaje al fondo del mar (1964-1967) y Tierra de gigantes (1968-1970), corresponden a algunos de sus mayores éxitos.

Dedicada a los hombres que luchan contra el fuego, esta es una película completamente comercial. Marcada por cuestiones de género, aparecen en ella todos los tópicos que se esperan en un film de desastre. Las escenas de acción están cargadas de espectacularidad con un correctísimo uso y dominio de los esfectos especiales, de alto grado de realismo, y sin haber tenido la posibilidad de la ayuda digital. Lo espectacular está igual de medido y dosificado que el suspense. Ese dominio del trabajo narrativo en general hace que sea especialmente apreciado el guión, por encima de la historia en sí misma, que es en extremo simple. Para ello ha sido necesaria la coralidad de personajes. El ritmo narrativo se alcanza alternando escena de acción y peligro ante el fuego y otras dialogadas de personajes por parejas de oposición en la mayor parte de los casos, parejas que, además, lo son desde el punto de vista sentimental. Esta alternancia de historias nucleares y acción ayuda a prolongar la cinta y a aliviar la tensión del espectador.

La realización es correcta y ofrece algunos planos para el recuerdo, como el contrapicado desde la base del rascacielos como cámara subjetiva del personaje interpretado por Fred Astaire, que denota el vértigo de la altura desde abajo del coloso antes de arder. La propia ambientación se puede decir que es sobria: de interior la mayoría del tiempo, trabaja sobre un edificio donde, hasta caben árboles, pero sin caracterizar lo suficiente como para quedar marcado. Muchas películas de esta década han envejecido por recrear una ambientación excesivamente pegada a la caracterización de una moda, pero no es el caso de El coloso en llamas, ni en ambientes ni en personajes. Los decorados, por lo demás, sufren un deterioro progresivo conforme avanza, el fuego y la acción del hombre en su intento de acabar con él, pero lo hacen de un modo progresivo y natural, sin que el espectador sienta extrañamiento al llegar al final y encontrarse con un escenario post-apocalíptico. El juego de la focalización omnisciente del comienzo del film permite al espectador saber lo que no saben los personajes. Conocen el origen y comienzo del fuego, así como su expanción desde el minuto doce, mientras que los propios personajes no lo saben hasta el minuto treinta y siete, lo que deja al espectador con una ventaja de angustia de veinticinco minutos. Esta creación de suspense la desarrolla también el montaje en paralelo con ritmo in crescendo que alterna escenas de diversas plantas o del salón Promenade con las escenas de avances de bomberos o de la base de operaciones en el exterior de la torre de cristal.

La película fue premiada en 1975 con los Oscar a la mejor fotografía, mejor montaje y mejor canción, además de obtener dos Globos de Oro, a la intérprete promesa (Susan Flannery) y al mejor actor secundario, un Fred Astaire recuperado para el cine en su ancianidad. Estos premios están en correspondencia con un gran éxito de taquilla, que la convirtió en la segunda proyección más taquillera del año, detrás de Tiburón (Steven Spielberg, 1974), también de suspense y peligro animal, otra fuerza de la naturaleza.

En la película, el rascacielos y el fuego son elementos procedentes de dos novelas adaptadas, de parecidos argumentos, que transcurrían en Nueva York y que fueron fusionadas al ser comprados los derechos de ambas por la productora para evitar que otros estudios usaran una de las dos para un film; se escribieron coincidiendo con la inauguración de las torres gemelas (1972) de Manhattan: la novela Rascacielos se edita en 1973 y La torre de cristal en 1974. El fuego como elemento dramático es uno de los cuatro elementos que ha generado historias por completo dispares. Puede cotejarse las diferencias entre la película relacionada con el fuego como origen de problemas que es Pánico en el túnel (Rob Cohen, 1996) y esta otra, en claro contraste, Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966).

domingo, 25 de agosto de 2013

LOS SETENTA - Tal como éramos


TÍTULO ORIGINAL: The Way We Were
AÑO: 1973
DURACIÓN: 118 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Sydney Pollack
GUIÓN: Arthur Laurents (Novela: Arthur Laurents)
PRODUCCIÓN: Ray Stark y Richard Roth para Rastar Productions y Columbia Pictures
FOTOGRAFÍA: Harry Stradling Jr.
MONTAJE: John F. Burnett
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Stephen Grimes
MÚSICA: Marvin Hamlisch
INTÉRPRETES: Robert Redford (Hubell Gardner), Barbra Streisand (Katie Morosky), Bradford Dillman (J.J.), Louis Chiles (Carol Ann), Viveca Lindfords (Paula Reisner), Patrick O'Neal (George Bissinger), Allyn Ann McLerie (Rhea Eswards), Murray Hamilton (Brooks Carpenter), Herb Edelman (Bill Verso), Marcia Mae Jones (PEggy Vanderbilt), Diana Ewing (Vicki Bissinger)
GÉNERO: drama / romance / drama romántico


ARGUMENTO

Los años treinta. En una universidad estadounidense coinciden por primera vez los jóvenes Katie Morosky y Hubell Gardner. Ella es judía y activa defenssora de planteamientos ideológicos liberales; él es un joven protestante sin compromiso político definido y cuyo úunico ideal en la vida es lograr asentarse profesionalmente y fundar una familia tradicional. Años después, tras la Segunda Guerra Mundial, ambos se reencuentran y enamoran. Ella ha estado trabajando en una radio y él ha servido como militar en el Pacífico: un mundo les continúa separando realmente, pero el amor es más fuerte que ninguna otra cosa y deciden empezar una vida en común. Hubell se trasladará a Hollywood buscando trabajo como guionista, justo en el momento en el que estalla la caza de brujas de McCarthy y ante la que Katie se posicionará en contra. A raíz de una infidelidad de Hubell, Katie romperá amarras definitivamente con una persona a la que sigue queriendo en el plano ideal, pero que le ha decepcionado de manera muy profunda en lo personal. Tiempo después volverán a reencontrarse casualmente en Nueva York: Hubell es ahora un exitoso escritor de guiones para la televisión y Katie continúa fiel a las causas políticas que siempre ha defendido. Ambos siguen deseándose, pero el lastre del pasado en común es demasiado intenso como para plantearse volver a una relación que ya forma parte de aquella época de juventud en la que los dos pudieron mostrarse sin tapujos tal como eran. 


COMENTARIO

Entre 1964 y 1966 la joven actriz y cantante Barbra Streisand obtuvo un descomunal éxito sobre los escenarios de Broadway, y más tarde en Londres, como protagonista de un musical inspirado en la vida de la suegra del conocido productor cinematográfico Ray Stark. Para entonces, Streisand ya tenía publicados tres discos y había obtenido alguno de los más importantes premios en el terreno musical, siempre bajo los auspicios de la multinacional discográfica Columbia Records. A nadie le resultó extraño, pues, que el propio Stark anunciara en 1966 la firma de un contrato millonario con Streisand para realizar una adaptación al cine de dicho musical, que llevaría por título Una chica divertida (Funny Girl, William Wyler, 1968), así como otros tres futuros proyectos por determinar, como parte del acuerdo de colaboración estable que mantenía con su productora Rastar con la Columbia. Streisand obtendría finalmente un Oscar como actriz por Una chica divertida, y a partir de ese momento se convertiría en una de las estrellas emergentes del firmamento de Hollywood gracias a una batería de filmes de éxito realizados tanto por veteranos profesionales -Gene Kelly o Vincente Minnelli- como por jóvenes promesas que empezaban a despuntar en el ámbito de la dirección, caso de Herbert Ross o Peter Bogdanovich.

Varias décadas atrás, en 1937, el futuro escritor, guionista de cine y director teatral Arthur Laurents había tenido ocasión, por su parte, de conocer a una estudiante judía, Katie Morosky, comprometida por la lucha antifranquista y defensora de los postulados ideológicos comunistas. Gracias a ella, Laurents, un conocido activista homosexual, había podido adentrarse en los núcleos universitarios de izquierdas. Esa amistad con Morosky es la que se reflejaría años después al diseñar el personaje femenino de Tal como éramos, así como determinadas situaciones dramáticas. Desde el primer momento, Stark quiso que el antagonista de Streisand en la película fuera Robert Redford, pese a las notables reservas iniciales mostradas por este dado el carácter unidimensional del personaje que se le ofrecía, y solo pudo vencer dicha resistencia al incorporarse al proyecto como director, por indicación de Laurents, Sidney Pollack, con el que Redford había trabajado recientemente en Danzad, danzad, malditos (They Shoot Horses, Don't They?, 1969) y que se había granjeado cierta fama de liberal.

El proyecto, sin embargo, embarrancaría pronto como consecuencia de las numerosas disputas mantenidas entre los principales responsables  de la parte creativa. Stark quiso profundiazar en el mensaje político que contenía el guión inicial de Laurents, y que giraba en torno a la llamada caza de brujas emprendida por el senador McCarthy contra diversos profesionales de la industria de Hollywood. Para ello, no dudó en contratar a Dalton Trumbo, Alvin Sargent, Paddy Chayefsky y Herb Gardner, que habían sido represaliados en dicha persecución ideológica, para que sugirieran retoques de guión orientados a introducir numersosas escenas alusivas a esos hechos históricos. Por otro lado, Redford presionó muy duramente para lograr que su personaje estuviera dotado de una mayor densidad y aristas, ya que en el esbozo incial del guión redactado por Laurents quedaba empequeñecido ante la figura femenina que encarnaría Streisand y, además, daba muy poco juego interpretativo.

Finalmente, la recepción del público en los pases iniciales del film antes de su estreno llevaría a Sidney Pollack a adoptar otras decisiones no menos controvertidas. Entre ellas, eliminar más de media hora del metraje, para suprimir, prácticamente de raíz, todas esas secuencias alusivas a la caza de brujas que, de acuerdo con su criterio, afectaban al conjunto del film y, en particular, a la fluidez narrativa de la historia amorosa que debía ser el cuerpo central de la película. El posterior éxito de la cinta no impediría, sin embargo, el cruce de descalificaciones públicas entre guionistas, director e intérpretes principales de una obra que, por otra parte, acabaría siendo recibida por la crítica con división de opiniones.

El largometraje, en cualquier caso, se ha mantenido con el paso del tiempo mejor que otras propuestas semejantes facturadas en la época por la industria de Hollywood. No ha envejecido del todo bien, pues evidencia muchas de sus costuras narrativas y, sobre todo, la indefinición en el trazo de algunos personajes, pero conserva la frescura y el interés que hicieron de esta película, ya desde el momento de su estreno, uno de los títulos llamados a formar parte del panteón ilustre de los grandes melodramas románticos del cine. Además, continúa reflejando con enorme precisión tanto el cambio de registros que estaba viviendo por entonces la industria cinematográfica estadounidense -al fin y al cabo nos encontramos ante un film clásico en su textura narrativa y que camina hacia la modernidad en su planteamiento formal- como el deseo de cerrar una ominosa etapa anterior de persecusiones políticas en el terreno del cine situando a los defensores de los represaliados como héroes a causa de la libertad de expresión y de la democracia, y de plasmar, por último, el importante papel de las mujeres en los cambios sociales vividos por el país a lo largo de las últimas décadas.

→ En los años ochenta, la prensa internacional se hizo eco de que, tras las disputas que habían mantenido entre ellos a casua del resultado final de Tal como éramos, Robert Redford y Arthur Laurents pensaban poner en marcha una secuela dejando la margen a Sidney Pollack. El proyecto no pudo llegar a buen puerto porque Barbra Streisand impuso entonces su deseo de prescindir de Ray Stark como productor, así como sus pretensiones de dirigir ella misma el film. Como puede fácilmente suponerse, dicha secuela nunca llegaría a producirse. Tal cómo éramos, por otro lado, le supuso a Barbra Streisand una nueva nominación al Oscar, y la canción compuesta por Marvin Hamslich se convirtió en uno de los mayores éxitos de su por otra parte muy rentable y prestigiosa carrera musica.

LOS SETENTA - Malas tierras

TÍTULO ORIGINAL: Badlands
AÑO: 1973
DURACIÓN: 93 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Terrence Malick
GUIÓN: Terrence Malick
PRODUCCIÓN: Badlands Company,
Jill Jakes Production, Pressman-Williams
FOTOGRAFÍA: Tak Fujimoto,
Stevan Larner, Brian Probyn
MONTAJE: Robert Estrin
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Jack Fisk
MÚSICA: George Tipton
INTÉRPRETES: Martin Sheen (Kit), Sissy Spacek (Holly), Warren Oates (padre), Ramon Bieri (Cato), Alan Vint (ayudante), Gary Littlejohn (sheriff), John Carter (rico), Bryan Montgomery (chico), Gail Threlkeld (chica), Charles Fitzpatrick (dependiente), Howard Ragsdale (Boss), John Womack Jr. (Trooper), Dona Baldwin (criada)
GÉNERO: drama // cine independiente USA / vida rural / años 50, crimen / basado en hechos reales / road movie / película de culto


ARGUMENTO

Kit es un joven algo rebelde que trabaja como basurero en una aburrida población norteamericana. Harto de recoger cubos, deja su labor momentáneamente para dar una vuelta. Durante su paseo conoce a Holly, una adolescente que se encuentra en el jardín de su casa. Después de hablar con ella durante un rato, ambos acuerdan verse otra vez. Tras esa primera cita, Kit perderá su trabajo como recogedor de basuras y conseguirá otro en un matadero. A la vez, el veinteañero comienza a ver asiduamente a Holly. Todo va bien hasta que el padre de la chica, un viudo dedicado a pintar carteles, se entera de la relación que mantiene el joven con su hija. Será entonces cuando el progenitor le haga saber a Kit que quiere que se aleje de Holly. Este hace caso omiso del aviso y se introduce en la casa de su novia mientras ella y su padre se encuentran fuera. Sin embargo, ambos llegan de improviso a su hogar y descubren a Kit. El padre decide llamar a la policía, pero, antes de que pueda hacerlo, el chico le matará de un disparo. Tras grabar un disco donde asume el asesinato del padre y anunciar que él y Holly se van a suicidar, quema la casa del padre de su novia. Los jóvenes huirán del lugar para refugiarse en el campo, donde construyen una casa en un árbol. No pasará mucho tiempo hasta que unos cazarrecompensas descubran su paradero. Tras liquidarlos, Kit y Holly reemprenderán su huida por tierras cada vez más baldías, donde dejarán todo un reguero de sangre a su paso. Durante este periplo, la relación entre ambos se irá poco a poco deteriorando.



COMENTARIO

El film entronca con cierta obsesión del denominado Nuevo Cine Americano, movimiento en el que podemos encuadrar a Terrence Malick, por abordar road movies de parejas que se encuentran al margen de la ley. Así, entre finales de los sesenta y a lo largo de los setenta, nos encontramos con llargometrajes como Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967), Los asesinos de la luna de miel (Honeymoon Killers, Leonard Kastle, 1969), Loca Evasión (The Sugarland Express, 1974) o Días de cielo (Days of Heaven, 1978), dirigida por el propio Malick, que demuestran la simpatía de los directores americanos por los amantes criminales. No obstante, podemos encontrar antecedentes de esta pequeña tendencia en dos clásicos de serie B como El demonio de las armas (Gun Crazy, Joseph H Lewis, 1950) y Los amantes de la noche (They Live by Night, Nicholas Ray, 1949).

Graduado en Filosofía por las universidades de Oxford y Harvard, periodista freelance y guionista de títulos como Drive, He said (Jack Nicholson, 1971), Deadhead Miles (Vernon Zimmerman, 1972) y Los indeseables (Pocket Money, Stuart Rosenberg, 1972), Terrence Malick tuvo la oportunidad de dirigir su primer film, Malas Tierras, en 1973. El gran éxito crítio de la cinta le permitió rodar Días del cielo, un largometraje de laborioso rodaje y que le llevaría dos años montar. El realizador se retiraría de la dirección cinematográfica tras acabar esta cinta. Un silencio que rompería dos décadas más tarde con la producción bélica La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998) a la que siguen El Nuevo Mundo (The New World, 2005) y El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011).

Malick nos ofrece en Malas tierras un espléndido retrato de dos jóvenes que se han creado un universo particular dentro de un mundo real. Kit es un hombre que se cree ser más de lo que realmente es y ve las cosas de un modo realmente peculiar. Así lo demuestra en la confesión del asesinato del padre de Holly, que registra en un disco, o en los consejos a los jóvenes que graba en un dictáfono cuando entra a robar en casa de un hombre rico. Poco a poco, Malick nos va mostrando su enloquecimiento y ese espíritu infantil que parece anidar en el joven. Él será el que propondrá enterrar efectos personales suyos y de Molly para que puedan ser desenterrados muchos años más tarde o el que atará una caja con pertencencias de ambos a un gran globo rojo. No menos adolescente resulta la idea de construir una casa en un árbol. Kit encontrará en la violencia la única manera de salvaguardar ese peculiar universo que habitan él y su novia. Por su parte, Holly, una adolescente huérfana de madre, encuentra en Kit toda la atención que no le prestan ni si padre ni los chicos de la escuela. Esa es la razón por la que no pone ninguna resistencia cuando el joven la anima a fugarse después del asesinato de su progenitor. Sin embargo, poco a poco, la chica se percatará de que lo que parecía excitante está lleno de sinsabores. A través de su propia voz en off nos damos cuenta de su evolución personal. El entusiasmo que la joven siente al principio de su huida se torna pronto en desilusión cuando la comida empieza a escasear y los territorios que visitan son casi desérticos. A la vez, Holly se hará poco a poco consciente de la locura de Kit, un hombre de gatillo fácil que dispara sin miramientos. A modo de resumen, podríamos decir que la chica madurará poco a poco durante su huida, mientras que el joven irá adentrándose más y más en territorios más alejados de la realidad.

Malick utiliza de manera prodigiosa el paisaje para transmitir los sentimientos de los personajes. De esta manera, los verdes y casi bucólicos escenarios donde la pareja vive sus primeros escarceos amorosos se convierten, poco a poco, en tierra baldía cuando su relación comienza a resquebrajarse. El realizador saca también oro de sus dos actores protagonistas. Martin Sheen resulta muy apropiado como ese joven que parede imbuido del espíritu de los personajes que encarnará James Dean. Pese a ser un asesino, el intérprete norteamericano consigue que Kit resulte casi entrañable por cierta pureza casi infantil que exuda por todos los poros. Por su parte, Sissy Spacek logra transmitir ese desconcierto de una jovencita que se ve superada por las circunstancias.

Malas tierras fue bien recibida por la crítica, aunque fracasó en la taquilla norteamericana. En el ámbito de los certámenes cinematográficos, el film se alzó con la Concha de Oro al mejor director en el Festival de San Sebastián, mientras que Martin Sheen fue galardonado con el premio al mejor actor. En 1993, el largometraje fue seleccionado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para ser preservado por el United States National Film Registry, al ser considerado "cultural, histórica y estéticamente significativo". 

  La trama de Malas tierras está inspirada libremente en el caso real de Charles Starkweather y Caril Fugate, una pareja de jóvenes que en 1958 se embarcó en una espiral de asesinatos que horrorizó a todo Estados Unidos. El nombre del film procede de las zonas desérticas de Montana y Dakota del Sur que los dos protagonistas recorren en la película y que se conocen popularmente como las Badlands, el título original del largometraje. Las andanzas de la pareja de jóvenes han servido también como base de una película de escaso presupuesto, Stark Raving Mad (George F. Hood, 1983), y de un telefilme, Marcado por la rabia (Murder in the Heartland, Robert Markowitz, 1993).

LOS SETENTA - El golpe


TÍTULO ORIGINAL: The Sting
AÑO: 1973
DURACIÓN: 129 minutos
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: George Roy Hill
GUIÓN: David S. Ward
PRODUCCIÓN: TomBill, Michael y Julia Phillips para la Zanuck/Brown Productions y Universal
FOTOGRAFÍA: Robert Surtees
MONTAJE: William Reynolds
DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Henry Bumstead
MÚSICA: Scott Joplin
INTÉRPRETES: Paul Newman (Henry Gondorff), Robert Redford (Johnny Hooker), Robert Shaw (Doyle Lonnegan), Charles Durning (Teniente William Snyder), Ray Walston (J.J. Singleton), Eileen Brennan (Billie), Harold Gould (Kid Twist)
GÉNERO: intriga / comedia / drama // crimen / juego / años 30 / mafia / robos y atracos




ARGUMENTO

Joliet, Illinois, septiembre de 1936. Johnny Hooker es un timador callejero que un mal día tiene la pésima suerte de embaucar a uno de los hombres de Lonnegan, el mafioso controlador de los mejores bajos fondos de Chicago, y muy bien relacionado con la policía. Localizado y perseguido por los hombres de Lonnegan, Johnny ve cómo acaban con la vida de su compinche anciano de color, el entrañable Luther. A partir de entonces, Johnny comienza una cruzada de venganza "blanca" contra quien ordenó su muerte. Lejos de querer matarlo, su pretensión es arruinarlo económicamente, pero para ello requiere al maestro del timo, temporalmente retirado, Henry Gondorff. Juntos comienzan esa aventura hasta conseguirlo, gracias a una falsa e ilegal central de apuestas de carreras de caballos. Realizada la hazaña y fingiendo sus muertes para la mafia y la policía, ambos abandonan la ciudad y continúan su rumbo hacia nuevas aventuras como timadores.



COMENTARIO

Aunque llega al principio de la década, es un film muy alejado de las corrientes del momento. El año 1973 es el mismo de producciones tan dispares como Amarcord (Federico Fellini), El dormilón (Woody Allen), El espíritu de la colmena (Víctor Erice) y American Graffiti (George Lucas), títulos que señalan una etapa de transición del cine universal donde la heterogeneidad de estilos y desarrollos de escuelas está dando paso al nacimiento de una nueva generación en el cine americano. En ese ambiente, El golpe puede ser considerado, sencillamente, cine clásico, sin pretensiones de autor. Dentro de la obra audiovisual de su director, George Roy Hill, supone un punto de prolongación del éxito anterior de Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969), que ya reunió como pareja bajo sus órdenes a Paul Newman y Robert Redford. Roy Hill, que comenzó como realizador de televisión, no ha sido un director de grandes éxitos, pero puede ser catalogado como un cineasta de género, contando con piezas fílmicas discretas como Hawaii (1966), El carnaval de las águilas (1975) y la adaptación de la novela de John Le Carré La chica del tambor (1984).

Situada en los años treinta, uno de los valores notables de la cinta es la ambientación. Con algunos exteriores en Chicago, la mayoría ha sido rodada en los estudios de la Universal y diversos hoteles en Los Ángeles, lo que aporta una ilusión de película clásica de la década de los cuarenta muy parecida al propio género negro de esos años, a pesar de ser una producción de los años setenta. Todos los decorados (trenes, salones, calles, bancos, locales de alterne y apuestas) son recreados con exactitud tal como lo hubiera hecho el propio cine de los años treinta o cuarenta. La iluminación y la fotografía redundan en un dominio de los tonos terrosos y amarillos, que ayudan a la representación no saturada de colores del cine de los años setenta. El homenaje a este tipo de género cinematográfico, pasado por el filtro de la comedia, se completa con otro tributo, el que se realiza del cine mudo. Las imágenes fijas dibujadas y rotuladas con títulos que separan las diversas partes son ejemplo de ello, como también la banda sonora o las cortinillas que se usan con relativa profusión para separar secuencias, incluida la del final, con un efecto de iris de cierre. Esos recursos de separación ayudan a construir una falsa estructura episódica que va titulando cada nueva fase del desarrollo de la trama sin necesidad de narrador que ayude al espectador a saber en qué momento del gran timo se encuentra. Estos pequeños adornos narrativos y visuales no enturbian una realización de limpieza clásica, invisible, donde todo encaja en su lugar. De igual modo, la distribución de los acontecimientos que puntúan la historia la convierte en un medido ejercicio de tiempo, con un ritmo equilibrado donde ninguna acción se excede en su desarrollo, alcanzando así un tiempo justo que no permite al espectador ni el aburrimiento ni el estrés en la recepción.

Hay que sumar a ello la interpretación de un cuadro de actores que está encabezado por Paul Newman y un joven Robert Redford (con muchos más años que su propio personaje) en uno de sus trabajos juntos más memorables. Ambos ya habían figurado como pareja con el mismo director en Dos hombres y un destino, y volverán a hacerlo después, aunque por separado. Igualmente adquiere gran valor en el film la presencia de secundarios clásicos del cine norteamericano que refuerzan y consolidan un trabajo actoral impecable. Algunas de las secuencias de esta producción son ya consideradas imprescindibles de la historia del cine, como es la tramposa partida de póker en el tren entre Paul Newman y Robert Shaw. Lo mismo sucede con la banda sonora. El ragtime del compositor y pianista norteamericano Scott Joplin, adaptado por Marvin Hamlisch, ha sido usado con posterioridad para reportajes sobre cine o como cabecera de programas cinematográficos, y es reconocido como banda sonora de este film por el gran público como una pieza clásica, a pesar de cierto anacronismo respecto a la época en la que se desarrolla la trama; no en vano su adaptador es un experto compositor de bandas sonoras, como las de Tal cómo éramos (Sydney Pollack, 1973), La espía que me amó (Lewis Gilbert, 1977) y La decisión de Sophie (Alan J. Pakula, 1982).

Con posterioridad, El golpe se ha convertido en una película de culto, pero ya en el momento de su estreno contó con el apoyo de la crítica y, sobre todo, del público. La propia profesión la premió múltiples veces, siendo destacables los siete Oscar conseguidos en 1974, más otras tres nominaciones, entre ellas la de mejor dirección. Su posición de estreno entre El Padrino (1972) y El Padrino II (1974) supuso un buen enclave para captar la atención del público.

→ Otra película de Roy Hill que se recuerda por una parte de su banda sonora es la ya mencionada Dos hombres y un destino. La buena elección del director con respecto a sus compositores lo lleva a canciones como Raindrops Keep Falling on My Head, compuesta por Burt Bacharach (compositor para The Beatles, The Carpenters y Barbra Streisand, entre otros), con letra de Hal David, ganadora de un Oscar. Los pistoleros y asaltantes de Wyoming, que son Paul Newman y Robert Redford en esta película, han generado biografías recomendables para leer, como las de Shawn Levy, Paul Newman: la biografía, Barcelona, Lumen, 2009, y Luis Miguel Carmona, Robert Redford. El chico de oro, Madrid, T&B, 2009.
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