El hombre, ya desde sus mismos orígenes, demostró tener un apetito insaciable de nuevos entretenimientos, los cuales, gracias al posterior desarrollo de la tecnología, fueron ampliándose en la variedad de sus tipos y en la complejidad de los mismos.
Ya en la China del siglo XI queda constancia de la existencia de las llamadas sombras chinescas: una serie de figuras articuladas mediante sencillos mecanismos de alambre, realizadas en piel de asno engrasada y primorosamente recortadas, cuya sombra era proyectada sobre una pantalla de papel o seda. Según fuera su localización geográfica, eran empleadas para narrar hechos de índole religiosa, épicos o cómicos principalmente. A comienzos del siglo XVII empezaron a ser conocidas en Europa, seguramente introducidas por viajeros procedentes de Oriente.
La extensión de esta modalidad de espectáculo en el viejo continente fue enorme. Parece que a principios del siglo XVIII comenzaron a hacerse exhibiciones de manera regular en Londres por parte de algunos italianos, e incluso se sabe que el multidisciplinar J. W. Goethe fundó su propio teatro de sombras chinescas en Alemania. Pero fue en Francia donde el éxito de este primitivo medio de ocio de masas fue más importante, llegándose a tratar, poco antes de la invención del cinematografo, una amplia gama de temas, entre los que se encontraban los de índole escatológica, lo casi pornográfico e incluso la crítica política, todo ello desarrollado en locales que igualmente exhibían espectáculos musicales o de cabaret.
En otro orden de cosas, desde comienzos del siglo XIX se comenzaría a experimentar con diversos métodos y materiales que permitieran la reproducción de una imagen fija obtenida de la realidad. Ya en 1839, con la creación por el francés Louis J. M. Daguerre de su daguerrotipo, capaz de fijar imágenes sobre una plancha sensible de cobre, y con el desarrollo simultáneo del calotipo, a cargo del inglés Henry Fox Talbot, que en 1840 consiguió fijar la imagen con sólo una breve exposición en la cámara, se sentaron las bases tecnológicas de lo que finalmente sería la invención de la fotografía.
La ingeniosa combinación de los procesos que en su origen fueran las sombras chinescas y el perfeccionamiento de la más tardía y compleja técnica fotográfica, tras no pocas intentonas y la creación y explotación comercial de los más diversos ingenios, culminaron finalmente en la invención del cinematógrafo. Así, el 28 de diciembre de 1895, en el Salón Indio del Gran Café del bulevar de los Capuchinos de París, Auguste y Louis Lumière llevaron a cabo la primera(1) exhibición pública, previo pago, de su luego famoso e innovador Cinematógrafo; la primera película proyectada en público de la historia sería La salida de la fábrica Lumière (La sortie des Usines Lumière, à Lyon, 1895), que en realidad no era más que eso, la filmación de la salida de los empleados de la fábrica una vez terminada la jornada laboral. Ese fue el final de un camino en que se pretendía, mediante una serie de complicados artilugios, transformar las estáticas fotografías en imágenes en movimiento, y el inicio de lo que hoy conocemos todos como el cine, el séptimo arte.
(1) Los
hermanos Lumière ya había realizado antes varias exhibiciones privadas
de su invención a lo largo de ese mismo año 1895, pero siempre ante
sociedades relacionadas con la fotografía o el desarrollo industrial, no
ante el público en general.
Pero, aunque algunos no lo crean, el cine no fue siempre tal y como lo conocemos hoy. Hasta la creación y perfeccionamiento del sonido sincronizado, el único sonido que tenían las películas era el que emitía el músico que se colocaba bajo la pantalla, normalmente con un piano o un órgano, llegándose incluso a utilizar una orquesta si la categoría del local y la ocasión lo merecían. Entre las supuestas casuas a las que se imputa la utilización de la música en vivo, como acompañamiento de la proyección de las películas mudas, están la de amortiguar o disimular el ruidoso sonido del proyector o la de enfatizar momentos concretos de la narración. No obstante, la más creíble sería la que justifica ese hecho como una manera de continuar con la costumbre seguida en el resto de espectáculos públicos, como el teatro o el music-hall, a la que el público ya se encontraba habituado. No sería hasta el 6 de agosto de 1926 cuando se estrenó en Nueva York Don Juan (Alan Crosland), primera película con efectos sonoros y música sincronizada. Casi dos años después, el 8 de julio de 1928, se estrena Lights of New York, dirigida por Bryan Foy, que tendrá el honor de ser la primera película totalmente hablada(2) . El éxito de público fue tal que ya en 1930 dejaron de producirse películas mudas.
(2) La mayoría de las veces se lee o escucha que la primera película sonora fue El cantor de jazz (Alan Crosland, 1927), pero esto no es del todo cierto si entendemos por sonora el que todos los diálogos se puedan escuchar. En el caso de El cantor de jazz sólo se escuchaban las canciones y algún diálogo ocasional.
El cine mudo es, por tanto, el principio de todo, identificándose a él de manera diáfana el origen del cine como el gran entretenimiento de masas que es actualmente, cuya esencia última no es más que esa, la de entretener. Y es ahí donde el cine de género hunde sus raíces, en la pretensión de divertir por encima de cualquier otra que pudiera complementarla, ya sea la crítica social, la denuncia política, el afán didáctico o cualquier otro. Así, el terror, como género bien delimitado que es y tan antiguo como los demás, se configura como cine puro, sin más pretensiones en una primera instancia que la de divertir (o asustar) con sus historias, de llenar de fantasía nuestros momentos de ocio y de dar alimento a nuestras inquietudes, dejando a un lado otras más sesudas pretensiones, por supuesto igual de lícitas, interesantes e imprescindibles, aunque menos divertidas, pero siendo unas tan valiosas y a tener tan en cuenta como las otras, sin distinción cualitativa que valga.
Aunque la labor inconsciente, efectuada durante largos años, llevada a cabo por la televisión pública de nuestro país, por otro lado muy de agradecer, haya contribuido a que el gran público identifique el cine mudo con cine cómico (ahí está el conocimiento general de Harold Lloyd, Buster Keaton o Charles Chaplin como prueba), no puede quedar en entredicho el hecho constatado de que es el cine de terror mudo uno de los que más contribuyeron a la formación del lenguaje cinematográfico, que con su evolución y las novedosas aportaciones de su narrativa ayudó a hacer crecer, asentar y desarrollar la forma en que el cine nos cuenta historias; por no hablar del desarrollo técnico al que contribuyó la necesaria utilización de los efectos especiales, disciplina íntimamente unida al nacimiento mismo del cine y honor que sin duda debe compartir con la ciencia-ficción o el concepto más amplio de cine fantástico, si hablamos en términos menos restrictivos; ¿pues qué es el cine sino un efecto especial en sí mismo?
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