miércoles, 22 de enero de 2014

TERROR - Yo anduve con un zombie

La ruptura que significó La mujer pantera (Cat People, 1942) respecto al cine de terror precedente, remitiéndonos al punto obligado de referencia que supuso el conjunto de ciclos terroríficos de la Universal, fue mucho más evidente en lo concerniente a lo formal que a lo conceptual, donde efectivamente también existió ruptura, pero de menor calado, ya que la historia no dejaba de ser una variación más del mito del hombre lobo, pero aliñada con tintes poéticos, que si bien ya habían traslucido ligeramente de manera semejante en los ciclos Universal dedicados al monstruo de Frankenstein o a la momia, nada similar sucedió en los dedicados a Drácula y al hombre lobo, a excepción de algún pasaje puntual en la película de Browning. Sin embargo, el lirismo incipiente pero decidido que Jacques Tourneur mostró en La mujer pantera se torna aquí en una cualidad sobresaliente y clave para entender Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie), envolviendo toda la historia desde sus entrañas hasta la epidermis.

Betsy (Frances Dee) y la enferma Jessica (Christine Gordon) se encuentran con el zombificado
e imponente Carrefour (Darby Jones) en I Walked with a Zombie.

El reinado en el género de terror conseguido por la productora Universal durante los años treinta, donde alcanzó su más grandes logros, ya en la década siguiente sólo fue capaz de dar bandazos a los personajes clásicos, rayando primero el ridículo y autoparodia con sus cócteles de monstruos, pese a la no carencia de encanto, y acabando en la abierta chufla perpretada por las películas fantásticas de Abbott y Costello, con Contra los fantasmas (Abbott and Costello Meet Frankenstein, Charles T. Barton, 1948) como primera incursión a la que siguieron otras.

En este contexto, Val Lewton revoluciona un género que parecía agotado, aportando nuevos caminos que no habían sido abiertamente explotados hasta el momento. Nuevos caminos que nada tienen que ver con la utilización de la figura del zombi, que ya tuvo su primera aparición en La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932) y que luego se erigiría como el personaje monstruoso más representativo del cine de terror moderno, sino con la sustitución del terror por la apelación a una suerte de misterio sobrenatural, teñido de los pies a la cabeza de romanticismo y ensoñación. Se nos cuenta la historia de una enfermera que es contratada para cuidar a la bella esposa del propietario de una explotación de caña de azúcar, aquejada por un extraño mal; relato que siempre tiene presente la evocación de obras literarias como Jane Eyre y Cumbres Borrascosas, de las novelistas inglesas, y hermanas, Charlotte y Emily Brontë, respectivamente.

Ese tono de misterioso romanticismo poético se consigue a través de dos vías: la conceptual y la formal. Sin tener en cuenta el acabado formal distinto que podría habérsele dado, ya la propia historia posee los suficientes elementos para conseguir el halo melancólico que refleja. Su pasado esclavista determina el entorno físico en el que sucede la acción, donde el nacimiento de un bebé era recibido con llantos, y la muerte, con alegría, por lo que significaba de punto y final a una vida de sufrimiento; donde la belleza del paisaje no es más que el maquillaje que la naturaleza da a una persncia permanente de la muerte. Todo el contexto da un tinte de melancolía que parece haberse contagiado a los extranjeros que dirigen la explotación de caña de azúcar, arrastrando las consecuencias de oscuras rencillas amorosas entre dos hermanos, entremezcladas con la supuesta influencia ambiental que las supersticiones locales han desencadenado sobre el objeto amoroso de ambos. Este contexto es subrayado por un acabado estético caracterizado en primer lugar por una belleza superlativa, evocadora de esa melancolía siempre latente en el ambiente, estimulada por el uso de elegantes fundidos que encadenan los planos sin sobresaltos, de forma fluida. Las sombras creadas por la extraordinaria fotografía en blanco y negro no transmiten la inquietud que originaban en el caso de La mujer pantera, sino un poético misterio, ancestral, como los cánticos y músicas tribales que los nativos emiten desde la lejanía, acompañados por el siempre inquietante ulular del viento. Cada fotograma despide un hálito de ensueño, llevando dentro de sí mucho más de lo que muestra de forma evidente, percibiéndose en su belleza toda la profundiad que enriquece el relato.

Pese a ser una película que en su mismo origen ya asume los planteamientos de base de la serie B, el apartado interpretativo no flojea por esa causa, apartado al que Jacques Tourneur parece haber dedicado toda la atención qeu esta película tan refinada merece. Por esto, el trabajo de los actores, dentro de la modestia de sus aportacions, funciona coo un resorte más de lo que es una maquinaria bien engrasada. La mayoría de los personajes reflejan la pesadumbre que los último sacontecimientos de sus vidas les han dejado como herencia, trasmitiendo con cada gesto, con cada actitudo, todo el sufrimiento contenido que llevan dentro.

Así, Yo anduve con un zombie se erige sin ninguna duda como una de las mejores películas del género, de una sensibilidad extraordinaria, trascendiendo cualquier clasificación genérica, repleta de imágenes de ensueño, capaces de aferrar la esencia de ese misterio romántico que simbolizan los planos primero y último de la película, como un círculo que se cierra, ambos junto al mar.

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