domingo, 21 de julio de 2013

PERSONAJES: El Monstruo

De nombre real (y muy literario) William Henry Pratt, el londinense Boris Karloff pronunció en cierta ocasión esta frase: "El Monstruo ha sido el mejor amigo que he tenido nunca". Viniendo de su boca, esa cita no solo crece en matices, sino que también deja de ser insólita para pasar a ser preciosa. Aquel actor de aspecto rudo y, según se cuenta, caracter agradable y maneras delicadas debió de pronunciar esas palabras con toda la sinceridad del mundo, sin un ápice de ironía. Al menos por tres razones. La primera, porque siempre se confesó un incondicional de las películas de miedo. De hecho, fueron ellas las que le animaron a aparcar sus estudios de diplomático, dejar su ciudad natal y buscarse la vida como actor en otro continente. La segunda, porque debe su condición de mito a los monstruos y villanos a los que dio vida en los estudios Universal: Karloff protagonizó La momia (Karl Freund, 1932), fue el malvado doctor de La máscara de Fu-Manchú (Charles Brabin, 1932) y fue Frankenstein bajo la batuta de James Whale. Es su trabajo en El doctor Frankenstein (1931) y La novia de Frankenstein (1935) lo que nos conduce al tercer motivo por el que esa declaración de amor al Monstruo resulta tan tremendamente emocionante: lo extraordinario de su interpretación.


La Universal había dado en el clavo con Drácula (Tod Browning, 1931), protagonizada por un magnífico Bela Lugosi, y por eso decidió seguir adelante con las adaptaciones de clásicos del terror. Whale se decantó por Frankenstein o El moderno Prometeo, de Mary W. Shelley, célebre novela gótica sobre un ambicioso doctor que enloquecía y creaba un cuerpo con partes de distintos cadáveres para después darle vida. Lugosi rechazó el proyecto porque no le apetecía encarnar a un personaje que no hablaba y exigía una caracterización radical. Y Karloff, que había empezado a darse a conocer con El código penal (The Criminal Code, 1931), película de gangsters de Howard Hawks, no solo aceptó el proyecto sino que brilló en la piel de la criatura e hizo que cualquier otro Frankenstein cinematográfico fuera incapaz de deshacerse del influjo del suyo. Y lo consiguió. Hasta las aproximaciones más acertadas o libres al personaje tienen el estigma de la creación de Karloff, desde la espléndida película de Hammer La maldición de Frankenstein (Terence Fisher, 1957), con Christopher Lee como el Monstruo, hasta los experimentos de Kenneth Branagh -Frankenstein, de Mary Shelley (1994)- o Marcus Nispel (Frankenstein, 2004).

Karloff, cuya fama subió como la espuma tras su aparición en El doctor Frankenstein, se confundió con el Monstruo gracias al partido que el prestigioso maquillador Jack P. Pierce sacó a su corpulencia y a la agresividad de sus rasgos. El futuro intérprete de Scarface, el terror del hampa (Howard Hawks, 1932) y El cuervo (Roger Corman, 1963) consiguió un look para el recuerdo. Pero si su Frankenstein, a quien volvería a encarnar en La novia de Frankenstein y La sombra de Frankenstein (Rowland V. Lee, 1939), hizo historia no fue solo por eso. También fue porque consiguió con él dos cosas en teoría incompatibles: conmover y dar miedo. Con el gesto significativo como arma y sin mediar palabra, supo convertir a la bestia en la mayor amenaza del hombre y, al mismo tiempo, en su principal víctima.

AL OTRO LADO
Además de volver a encarnar al Monstruo en La novia de Frankenstein y La sombra de Frankenstein, Karloff intervino en una película de serie B sobre Frankenstein, en la piel de otro personaje. En Frankenstein 1970 (Howard W. Koch, 1958) no daba vida a la bestia, sino a su demente creador.

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