miércoles, 14 de agosto de 2013

PERSONAJES: Jim Stark

En el ámbito del cine clásico de Hollywood, antes de la irrupción de las nuevas olas y el auge del cine independiente, solo Nicholas Ray retrató con profundidad a la juventud de su tiempo. El Arthur Bowie (Farley Granger) de su ópera prima Los amantes de la noche (They Live by Night, 1948) y el Nick Romano (John Derek) de Llamad a cualquier puerta (Knock on Any Door, 1949) constituyen dos perfiles de adolescentes que escapan de los clichés habituales, que generalmente desplazaban al joven a los márgenes del elenco de secundarios (el hermano o hermana del o la protagonista) o lo encerraban en una burbuja delicuescente, de merengue, ajena a la realidad (la exultante felicidad doméstica del Andy Harvey cincelado por Mickey Rooney). El héroe juvenil de Ray es un ser de carne y hueso que mastica el asfalto, se revuelve en él y grita bien alto su mal vivir. Cuando los destinos de Ray y James Dean se cruzan, en Rebelde sin causa (Rebel Without A Cause, Nicholas Ray, 1955), cada uno de ellos halla la horma de su zapato. Dean venía de protagonizar Al Este del Edén (East of Eden, Elia Kazan, 1955), su clamoroso espaldarazo, por cuyo papel fue nominado al Oscar. Y poco después interpretaría Gigante (Giant, George Stevens, 1956), que le valdría otra nominación a los premios de la Academia, aunque si la hubiera ganado ya no habría podido recogerla, pues falleció en accidente de coche el 30 de septiembre de 1955, antes del estreno de la película. Estos tres títulos hicieron de Dean el mito joven más perdurable del siglo XX, la verdadera traducción del "vive rápido, muere joven y tendrás un bonito cadáver". 


Jim Stark, su personaje en Rebelde sin causa, es un joven con una compulsiva tendencia a la autodestrucción, insatisfecho, escindido entre un padre pusilánime y una madre autoritaria, incapaces de depositar en él el menor atisbo de cariño. Al principio de la película, mientras desfilan los créditos sobre un espléndido cinemascope, vemos a Stark tumbado en la calle, borracho, jugando con un mono de cuerda, él mismo es un juguete roto. La policía lo lleva a comisaría, donde conocerá a otros dos jóvenes desnortados, Judy (Natalie Wood) y Platón (Sal Mineo), que a la postre será el héroe trágico, el mártir de la historia. Y allí sabremos, con la llegada de los padres, que Stark acaba de mudarse de ciudad, lo que al día siguiente acarreará su enfrentamiento con la pandilla líder del instituto: una pelea a navajazos diurna y una arriesgadísima carrera de coches nocturna. Rebelde sin causa es el mascarón de proa de un género y unos arquetipos que se impondrían en el cine americano de esa década, preferentemente en la serie B y los autocines, y cuya huella se detecta en los años posteriores hasta alcanzar otra cúspide en American Graffiti (George Lucas, 1973). Pero ninguna otra película ha logrado la profundidad y el rigor de Rebelde sin causa en su estudio de la violencia y el desarraigo que atenazan a la juventud de su momento, entre otras razones por el lirismo exacerbado de la mirada de Ray, feroz y romántica a un tiempo, así como por sus extraordinarias dotes para las elipsis y los sobreentendidos: Platón abre su taquilla en el instituto y en ella podemos ver una foto de Alan Ladd, detalle revelador de sus inclinaciones sexuales. Y ningún otro actor como James Dean, con su composición tan interiorizada, tan "Actor's Studio", ha transmitido con tanta propiedad el vértigo vital de la transición de la adolescencia a la edad adulta.


CONTRA EL MUNDO
Marlon Brando, Montgomery Clift y Paul Newman fueron otros jóvenes rebeldes próximos a la constelación de Dean. Más tarde, pocos relevos. Dennis Hopper, que ya aparece en el film de Ray, a su modo. Martin Sheen lo imitó en Malas tierras (Badlands, Terrence Malick, 1973). Y River Phoenix, más por su muerte temprana que por su auténtica envergadura.

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