miércoles, 14 de agosto de 2013

PERSONAJES: Príncipe don Fabrizio Salina

El gatopardo (Il gattopardo, Luchino Visconti, 1963) fue el meritorio y explícito intento por parte de Burt Lancaster de demostrarle a la industria que, además de ser una estrella de Hollywood con masiva aceptación popular, también era un actor de raza. Y por eso buscó refugio en el cine de autor, en el cine europeo, en Visconti, que había pensado en un inicio en Laurence Olivier para interpretar el papel del príncipe don Fabrizio Salina. Consciente de que ya había alcanzado la fama en títulos como De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, fred Zinnemann, 1953), Veracruz (Robert Aldrich, 1954), Duelo de titanes (Gunfight at the OK Corral, John Sturges, 1957) o El fuego y la palabra (Elmer Gantry, Richard Brooks, 1960), con la que ganó su único Oscar, Lancaster encaró este reto como una oportunidad para madurar artísticamente, y el personaje del príncipe Salina tenía todos los elementos para facilitarle las cosas. Símbolo del derrumbe moral, económico y personal de la aristocracia italiana del siglo XIX, Salina requería una serie de matices, rasgos y detalles que en cierto modo suponían toda una novedad para el propio Lancaster. Como era de esperar teniendo en cuenta su talento, el actor superó el reto y consiguió transmitir en todo momento el refinamiento, la elegancia, el desconcierto, la melancolía y el pulso decadente que le exigía el protagonista y, sobre todo, la estética y ambición cinematográficas de Luchino Visconti.


EL PASADO NO SIEMPRE VUELVE
Como si se tratase del propio Fabrizio Salina, Burt Lancaster vio cómo desde su vinculación con el cine europeo, primero con El gatopardo y, más adelante, con Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976), su impacto y rentabilidad en la taquilla estadounidense descendió de manera considerable.

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