martes, 13 de agosto de 2013

PERSONAJES: Regan MacNeil

Linda Blair tenía 12 años cuando William Friedkin la entrevistó para valorar si sería capaz de encarnar a la niña poseída de El exorcista (1973), un best-seller instantáneo de William Peter Blatty. El escritor se proponía producir la versión cinematográfica para multiplicar por millones sus ya cuantiosos beneficios. Friedkin, que acababa de embolsarse un Oscar al mejor director por Contra el imperio de la droga (The French Connection, 1971), quiso saber si aquella criatura había leído el libro y era consciente de las escenas muy poco agradables qeu, de ser seleccionada, le tocaría representar en la pantalla. Lo había leído. Sabía que trataba de "una niña poseída por el diablo que hace un montón de cosas feas". El realizador quiso que fuera más precisa. "Tira a un hombre pro la ventana y se masturba con un crucifijo...", le explicó Linda. "¿Masturbarse? Pues algo así como hacerse una paja, ¿no?", añadió la pequeña para contentar al cada vez más entusiasmado Friedkin. No cabía duda de que había encontrado a su Regan. 


El éxito descomunal de El exorcista superó todas las expectativas. Rivalizaba en los medios con el caso Watergate. Se hablaba de de histerismo colectivo, alucinaciones, ataques de coma y casos de posesión. La gente seguía haciendo kilométricas colas para vivir la experiencia. Linda estaba impresionante con los ojos en blanco, el pelo sucio y la cara llena de sarpullidos (se negó a que le aplicaran el mismo maquillaje en la secuela). Por no hablar de cuando orinaba en la alfombra ante los atónitos invitados de su madre (Ellen Burstyn), vomitaba papilla verde en la cara del sacrificado párroco (Max von Sydow) o efectuaba un giro de 180 grados con la cabeza para gritar todo tipo de blasfemias. Le dieron enseguida un Globo de Oro y hasta una nominación al Oscar a la mejor actriz secundaria, pero cuando se supo que en las contorsiones se habían utilizado dobles (y muñecos) y que Mercedes McCambridge la había doblado cada vez que Pazuzu soltaba guturales improperios por su inocente boca, las posibilidades de lograr la dorada estatuilla se alejaron a pasos agigantados y El exorcista acabó por convertirse en una atuténtica maldición para su carrera. "No ha pasado un día de mi vida sin que alguien no me hablara de Regan", se queja todavía con genuina amargura. No es para menos. Al poco del estreno, un psicópata obsesionado con el film empezó a acosarla. Para colmo, como en el caso de tantas estrellas menudas, la fama no le sentó bien y las drogas hicieron temprana aparición en su vida, con tan mala suerte que los mismos agentes del FBI encargados de protegerla interceptaron una conversación sospechosa. El escándalo y el imborrable estigma dejado por Regan la condujeron a una carrera condenada a la escasez de trabajo y al subproducto menos honroso, categoría que define a la perfección la no demasiada celebrada secuela El exorcista II: El hereje (John Boorman, 1977). En 1985 le otorgaron el Razzie a la carrera más desastrosa, un no reconocimiento que, en los 33 años de historia de estos irreverentes contrapremios, solo han merecido Ronald Reagan en 1981, el productor de cine catastrofista Irwin Allen en 1985, Bruce,el tiburón de plástico en 1987 y al director Uwe Boll en 2009 por su logro como La respuesta de Alemania a Ed Wood. A estas alturas, Linda Blair sigue asegurando que todo se debió a una lamentable confusión. Según ella, su carrera zozobró porque los policías que estaban a la escucha confundieron la inocente palabra "dogs" con la más problemática "drugs".


LICENCIA PARA EXORCISMOS
Al margen de la saga de secuelas y precuelas de El exorcista se sitúa el telefilm Possessed (Steven E. de Souza, 2000), que narra el caso del pobre adolescente exorcizado en Maryland (1949) en el que se inspiró William Peter Blatty para escribir su best-seller. Timothy Dalton es aquí el que viste la sotana salvadora.

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