Era bajito y feo, pero tenía un corazón de oro, curaba con su dedo luminoso y conquistó a todos los niños del planeta Tierra. Y eso que solo era un monigote diseñado por Carlo Rambaldi. Con Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1999), Steven Spielberg ya nos había informado de que los extraterrestres podían ser amistosos y angelicales, que el clásico marciano-verde-asesino no era más que un producto de la guerra fría, nacido para extrapolar el miedo atómico de la amenaza roja. Fue François Truffaut, protagonista de aquel encuentro alienígena, quien le animó a hacer una película con niños, y el resultado fue E.T. El extraterrestre (1982), un film que surgió del trauma que supuso para el pequeño Steven el divorcio de sus padres y triunfó como un canto a la infancia frente a la cruel pérdida de la inocencia representada por el mundo de los adultos. ¡Y cómo olvidarse ese "Teléfono, mi casaaaa"!
Mientras realizaba E.T., Spielberg trabajó simultáneamente en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), terrorífico film que había escrito y producido sobre una familia asediada por fantasmas. Dos películas complementarias. E.T. representa los sueños del niño de los suburbios. Poltergeist, sus pesadillas.
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